Termina la semana de la arquitectura de Madrid organizada por el COAM. Una de las actividades que se ha puesto en marcha es la visita a 15 edificios de la capital entre los que estaban el del BBVA, de Sáenz de Oiza, la iglesia de Santa Ana, de Fisac, la Plaza Mayor o la Caja Mágica. Con este motivo pedimos a nuestros arquitectos que nos hicieran una ruta alternativa. Edificios que vemos todos los días pero nos pasan desapercibidos y otros que no encontramos a menudo en el camino.
En ocasiones una arquitectura o escenario urbano pasa desapercibido cuando se percibe como habitual, especialmente cuando el paso del tiempo hace que su presencia se dé por sentada. Y así sigue siendo hasta que alguien repara en esa arquitectura para hacerla protagonista de una historia, potenciando de manera a veces artificial, sus características más significativas.
En este esquema encaja perfectamente el edificio Carrión, un edificio construido por encargo en 1931 por los arquitectos Luis Martínez Feduchi y Vicente Eced tras haber ganado el concurso propuesto a tal fin y que además de formar parte del skyline más céntrico de la Plaza del Callao de Madrid, ha servido de escenario para varias películas filmadas en la capital.
De entre todas sus actuaciones, sin duda la más destacada es su aparición en la película de Álex de la Iglesia El día de la Bestia, cuya escena de acción sobre el rótulo luminoso de Schweppes que coronaba el edificio, ha motivado la conservación del mismo como icono nocturno de la ciudad.
Este edificio más conocido como Edificio Capitol por albergar el cine del mismo nombre, ha sido recientemente rehabilitado por el arquitecto Rafael de la Hoz, que apostó por conservar sobre su torreón de reminiscencias expresionistas alemanas, el gran letrero luminoso que lo envuelve y que lo ha convertido en un referente indiscutible de la noche madrileña.
Por María Asunción Salgado
Es difícil decir algo nuevo del que para muchos sigue siendo el mejor edificio de Madrid, y sin embargo su interior sigue siendo un gran desconocido. Entrando entre los cilindros que contienen las columnas de instalaciones, rodeamos el montaplatos que conectaba cada vivienda con el restaurante de las últimas plantas. Este edificio es una pequeña ciudad vertical, una Unidad de Habitación burguesa. Rápidamente una cuña de la fachada introduce la luz filtrada por el amarillo del pavés en el mismo centro de la planta. Pronto distinguimos el abeto americano de las carpinterías, la pizarra y el gresite pétreo jugando a confundir el interior con el exterior, con un exquisito cuidado por la intimidad pese a que la terraza del vecino vuela sobre nuestras cabezas al alcance de la mano.
Por Ciro Márquez
El año pasado reabrió sus puertas la Estufa Fría del Parque Juan Carlos I, después de una costosa y larga rehabilitación. Esta singular construcción, obra de los arquitectos José Luis Esteban Penelas y Emilio Esteran Martín, es una de las referencias obligadas del excelente parque del noreste de Madrid. Un amplísimo espacio verde de muchísima calidad, que alcanza ya su mayoría de edad y nos presenta un variado y completo programa de espacios capaces de albergar todo tipo de actividades. La compleja experiencia espacial abordada en la estufa fría merece por sí sola una visita al conjunto: sorprendentes espacios híbridos entre interior y exterior; laberínticos recorridos en una sección en permanente cambio; y, por supuesto, el tratamiento de lo vegetal como parte intrínseca de lo arquitectónico.
Por Diego Fullaondo
El edificio Allianz (antes Adriática), construido entre 1975 y 1979, del arquitecto Javier Carvajal siempre me ha llamado la atención por su presencia casi ausente en el paseo de la Castellana 39. Aunque no soy muy partidaria de la personificación cuando se trata de arquitectura, es una obra silenciosa y callada muy alejada de las cualidades que parecen presidir los edificios de hoy en día. Es una obra de la que cuesta tomar conciencia de su existencia no obstante, una vez descubierta, resulta prácticamente imposible no dirigir la mirada hacia ella en esa plaza de Emilio Castelar.
Por María Fullaondo
Se trata de una moderna e impresionante torre de oficinas de 22 plantas, en el corazón del distrito empresarial de Madrid, en el paseo de la Castellana, construido en los años 1975 a 1979. Su arquitecto, Mariano García Benito, no figura justamente entre los arquitectos más mediáticos de la arquitectura madrileña. Este carácter de anonimato de su arquitecto, unido a su situación, ligeramente distanciada de la célebre manzana de AZCA, y a su altura, inferior a lo que su diseño y concepción merecen, han contribuido de alguna manera a que este magnífico edificio nunca se haya considerado como perteneciente a la élite de la arquitectura madrileña. Craso error. La elegante composición fragmentada por capas de sus volúmenes, y la exquisita articulación de sus proporciones en sus distintas fachadas, unido a las texturas rugosas de sus prefabricados complementados con el color ocre de sus superficies acristaladas, hacen de este edificio un magnífico ejemplo de lo que debe ser un elegante y funcional edificio en altura. Con sesenta plantas más y un entorno más denso aguantaría sin vacilar la comparación con el Rockefeller Center de Nueva York. Espectacular el cambio de ritmo y proporciones de su friso superior, de una atrayente musicalidad.
Por Javier Boned
Aunque nos parezca una de esas arquitecturas inflables que hoy han vuelto a estar de moda desde que se decidió revisar los dibujos de Archigram, la casa De Juan, de Miguel Fisac, es en realidad una de esas maravillas hechas en hormigón que aún quedan ocultas entre otros horrores que plagan las urbanizaciones de unifamiliares de Madrid.
La casa para el ingeniero Pascual de Juan, se construyó en 1973, quien realizó un encargo modesto pero de altísima calidad en el que los conocimientos de ingeniería del cliente y el saber del arquitecto reflejado en sus más de cien artículos periodísticos, sus numerosas patentes y sus innumerables conferencias, se aunaron para construir esta casa.
Situada en mitad de un encinar de de 2.600m2, la casa se concibió para proteger a sus habitantes del ruido que producían los aviones que circundaban Barajas.
Por María Asunción Salgado
Quizá no estemos hablando de un edificio representativo de Madrid como urbe arquitectónica, pero sí forma parte de un proceso evolutivo muy cercano a promociones de arquitectos que de una forma u otra han contribuido a la génesis de ésta. Hablar de un edificio, así como de un personaje histórico, es hablar de una época. El Madrid de los Carvajal, Fernández Alba y tantos, costillas de Oiza, Fisac o De la Sota entre otros ilustres. Todos ellos, protagonizaron un momento de absoluta intensidad vital y productiva, creativa y experimental.
El Colegio Mayor Elías Ahúja, creado por Genaro Alas y Pedro Casariego en 1969, desde su escondida ubicación no escapa a los diarios retos del momento. Por aquel entonces el móvil arquitectónico estaba liberado de códigos técnicos y agresivas accesibilidades, los motivos de creación estaban más ligados al entendimiento de la función y su repercusión espacial, se investigaba en lenguajes que asociaran espacio y plasticismo. Por otra parte no contaban con la tecnología que hoy día nos permite incorporar la libertad formal a la génesis proyectual.
La elección de este edificio no es la cercanía a sus métodos compositivos, sino la asombrosa y fluida capacidad de hacer convivir Racionalismo, Organicismo y Postmodernismo, mezcla de intensidades genéticas.
Desde fuera y bajo rasante, un espacio orgánico alimenta de fábulas las estaciones del año. El acceso es tamizado por una maravillosa inaccesibilidad, hasta cinco plataformas se observan entre sí, la escala humana se percibe de una a otra, mezcla de sonidos de diversa cortesía, diminutos patios, patios medianos iluminan las miradas, los libros, los suelos... Esquema de recorridos mentales durante la subida. Todo funciona, los movimientos son fáciles, las figuras se cruzan con decisión como en un laberinto de salida anunciada.
La torre, compleja, cercana a lo circular en su interior, ortogonal y severa al exterior, se organiza por yuxtaposición de mínimos módulos unipersonales, el espacio justo, el orden exacto. La luz, siempre presente, siempre buscada. Los vacíos, las transparencias... El racionalismo soportado por una fluida base de espacios expresivos, fundidos por la función.
Por Isidro Gallego
* Este recorrido está escrito por el equipo de arquitectos colaboradores de soitu.
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