Es curioso comprobar como hay arquitectos con "buena prensa" y otros con "mala prensa". Pasa con los futbolistas, con los actores, con los cantantes, etc. Con casi todo el mundo, la verdad. El célebre Oscar Niemeyer pertenece sin duda al grupo de arquitectos que podríamos denominar como "muy querido tanto por el público general como por el especializado".
El motivo último de esta extraña pero sólida conexión con la afición es difícil de determinar. Puede deberse a que proviene del amable y exótico Brasil, en lugar de ser otro viejo y soberbio europeo, o, peor aún, un imperialista estadounidense. O quizás el motivo pudiera tener que ver con su pública y publicitada ideología marxista-leninista. También es posible que su éxito se deba a que lleva tanto tiempo entre nosotros (tiene 102 añitos el chaval) que ya no nos queda más remedio que quererle. Un poco como Raúl en el Madrid, vamos.
Lo paradójico estriba en que, a pesar de estos indudables valores que le adornan, Niemeyer lo tiene casi todo para ser duramente zarandeado desde las posiciones más en boga del momento:
Creo que Niemeyer es un arquitecto muy sobrevalorado. No lo digo por los motivos que he expuesto con anterioridad (al menos, no por todos ellos). Sino por el infantilismo e ingenuidad teñidos de una falsa pátina de innovación y expresión que casi toda su obra destila. Intentaré explicarme:
Es cierto que en nombre del racionalismo feroz y del estilo internacional se cometieron muchos excesos. La dictadura de la recta y, sobretodo, del ángulo recto, llegó a ser agobiante, limitando muchísimo las posibilidades del lenguaje arquitectónico. Frente a esta situación se propusieron y se siguen proponiendo bastantes alternativas, cada una con su acento particular, intentando producir una arquitectura más acorde con su tiempo.
Niemeyer ha concentrado su propuesta a lo largo de toda su larguísima carrera en la apariencia de la arquitectura (nótese que no digo forma, que es un término mucho más amplio, y en que, dicho sea de paso, sí creo que se encuentra el meollo de la cuestión). Frente a la recta, la curva. Frente a un paralelepípedo, otro pero con una fachada ondulante. Frente al cubo, un casquete esférico.
Geometrías aparentemente más blandas, pero también rabiosamente simples. Aprensibles en un rápido golpe de vista. En casi todos los casos, mucho más rígidas, obvias, simétricas y monumentales que sus predecesoras. Siempre que me encuentro con Niemeyer pienso en Calatrava. Más allá de la utilización del hormigón blanco y puro que tanto les gusta para sus creaciones únicas, en los dos encuentro el mismo clasicismo enmascarado del que ambos dicen querer escapar. Y fracasan, claro. Pero hay un punto infantil, naif, en la obra de Niemeyer que no tiene el valenciano. Muchas de sus obras parecen fruto del quehacer de un niño con el típico juego de construcciones de madera. O, actualmente, con el dichoso sketchup. Volúmenes elementales (alguno curvito, por supuesto), yuxtapuestos o adosados o, simplemente, dejados caer sobre la alfombra del salón. No con la racional voluntad de condensar densidad y contenido que se proponía desde alguna arquitectura del llamado minimalismo, sino fruto de la ancestral y mágica intuición del niño-artista.
Esta descomunal ingenuidad de mucha de su obra, esta apariencia diferente al mismo tiempo que agradable y reconocible por todos, es el motivo fundamental de la buena prensa que comentaba al principio. Es distinto (con lo que nuestras ínfulas de innovación y progreso se satisfacen), pero menos (con lo que seguimos tranquilos porque nos reconocemos).
Fue a Oteiza al que escuché en una ocasión afirmar que la imaginación era la fantasía puesta a trabajar. Me pareció y me parece una excelente manera de diferenciar estos dos términos con tanta frecuencia confundidos. Mientras la fantasía es totalmente libre, la imaginación trabaja con las ligaduras. La fantasía no tiene un fin concreto, mientras la imaginación se pone al servicio de un objetivo. La inutilidad de la fantasía es precisamente su razón de ser. Por el contrario la imaginación necesita un problema que resolver (a veces incluso se lo inventa también). La fantasía es autorreferencial. La imaginación es básicamente multidisciplinar. La primera supone dejar un terreno en barbecho, es pasiva y un puntito diletante. La segunda es añadirle abono para cultivar mañana, es activa y profesional. Las dos son actividades racionales necesarias y muy relacionadas con el universo de lo creativo. Pero sospecho que la arquitectura y la innovación tienen mucho más que ver con la imaginación que con la fantasía.
Las obras de Niemeyer parecen a menudo fantasías cristalizadas con demasiada precipitación. Sin pasar por el necesario tamiz de la imaginación, del trabajo, de la innovación real y la complejidad. Fotogramas de un sueño, o mejor dicho, porciones de fotogramas, trasladados directamente al mundo real.
Ese también es su valor exclusivo: La frescura derivada de su inmediatez. En algunos casos, cuando el sueño no es una pesadilla, las imágenes físicas resultantes, son sugerentes; en otras ocasiones son hasta suavemente expresivas; pero siempre las envuelve esa bruma de irrealidad, de lejanía y ausencia, que magistralmente pintaba Giorgio de Chirico al principio del siglo XX. Ocurre que, en el caso de Niemeyer no creo que sea ésta una atmósfera buscada, sino más bien, encontrada por casualidad, fruto de su peculiar modo de enfrentarse a lo arquitectónico.
Y de lo de Avilés, Brad Pitt incluido... ¡Uf! Mejor no hablar.
*Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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