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El sida acampa en Guatemala

  • El país tiene una estimación de infectados superior a los 65.000 casos
  • Los organismos internacionales hablan ya de riesgo de epidemia generalizada
  • Las ONG proponen la formación como principal arma para combatir el VIH
Por IÑAKI MAKAZAGA (SOITU.ES)
Actualizado 05-10-2009 12:54 CET

GUATEMALA.- El sida acampa en Guatemala y lo hace de forma silenciosa. En los últimos años, la cifra de afectados se ha multiplicado por cinco, y son varias las instituciones internacionales que hablan ya de riesgo de epidemia generalizada. Y es que la desinformación es su principal aliado. El Gobierno cifra en 15.291 los afectados, organizaciones como la ONU estiman que los casos superan los 65.000. Nada se sabe de qué ocurre en la zona rural, donde vive más de un tercio de la población y donde el incesto y la agresión sexual son una práctica habitual en las comunidades indígenas. Guatemala grita en silencio.

Las minorías homosexuales ofrecen hoy el único rostro del sida. En ellas están centradas las campañas de Naciones Unidas a través de su agencia ONUSIDA, que engloba a 10 organizaciones y que canaliza sus acciones en apoyar a los gobiernos para desarrollar sus propias políticas de actuación. 'Las Reinas de la Noche' es la primera asociación guatemalteca de transexuales, más de 150 mujeres que ejercen la prostitución en la calle y que viven cada día como si fuera el último. Estas mujeres ponen también nombre propio al sida en Guatemala, pues son el único colectivo que da cifras y ofrece la posibilidad de trabajar con ellas.

Johana Ramírez es la presidenta. Lleva desde los 13 años en la calle, edad con la que fue expulsada de su casa al vestirse de forma habitual con ropa de mujer. Este año ha cumplido los 31 y teme por su integridad física como el primer día, con la diferencia de que ahora carga con una orden judicial de búsqueda y captura por agredir a otra transexual en plena calle. "La esperanza de vida de las personas que ejercen la prostitución no supera, hoy por hoy, los 35 años. Mi lucha es una pelea por la supervivencia", afirma.

"Si ingreso de nuevo en la cárcel, no saldré con vida". Lo dice desde la experiencia. En 1993 fue detenida durante una redada policial. En la cárcel del barrio 18 fue violada en el patio del sector dos por cerca de 40 reclusos. "Todavía hoy no lo he podido olvidar". Acude a las drogas y al alcohol para encontrar algún motivo por el que seguir levantándose de la cama cada mañana. El sida ha encontrado en estas minorías un aliado. Ellas "nada pueden hacer": el Gobierno las ignora, la calle las persigue, los guardias de seguridad privada les disparan y sus clientes las usan como pura mercancía. "Sabemos que si usamos protección en las relaciones con nuestros clientes no querrán contratarnos. Y en la calle hay mucha competencia, lo mejor es cruzar los dedos y pensar que mañana será otro día", cuenta Johana mientras el virus se expande en silencio.

ONUSIDA trabaja ahora con estas personas para fortalecer sus asociaciones y ofrecerles las herramientas necesarias para que puedan sobrevivir a la noche en un país en el que se cometen 17 homicidios diarios y en el que las prostitutas son una "presa fácil". 'Las Reinas de la Noche' han conseguido contar con voz propia. La organización ofrece a las personas de este colectivo información sobre el sida y el apoyo psicológico para combatirlo. "En la calle sigue siendo un tema tabú, nadie quiere hacerse las pruebas ni medicarse. Prefieren desconocer su situación", remarca Johana, consciente del efecto multiplicador al ser el 95% de los contagios por vía sexual. Pero también es consciente de que esta enfermedad en su país es un problema secundario: por encima aparece el elevado número de homicidios, la pobreza, la desnutrición o el crimen organizado. "Todas las personas que nos dedicamos a la prostitución tenemos claro que antes que el VIH nos matará la noche".

Sida y pobreza van de la mano

Sin embargo, el rostro real del sida en Guatemala no es el de Johana, ni el de 'Las Reinas de la noche', sino el de las mujeres y niñas campesinas que ocupan en números absolutos la mayor población con riesgo de contagio. Pero nadie las conoce. Muchas de ellas ni siquiera aparecen en el censo. Su desgracia fue nacer en la zona pobre. Lejos de la capital todavía existen millares de poblados a los que no llega ni luz, ni agua, ni existen servicios sanitarios suficientes. A la ONU también le gustaría trabajar con ellas, pero antes del sida debería preocuparse de sus carreteras, de sus tendidos eléctricos, de su desnutrición, de su elevada mortalidad materno infantil...

La 'Fundación para el Desarrollo Integral', Fudi, y la ONG navarra Onay se centraron en esta población desde los años 80; en concreto, en los 75.000 habitantes del distrito de Chimaltenango. Ambas ofrecen formación básica en temas sanitarios y una red de médicos que durante su jornada laboral alternan una aldea con otra para dar cobertura sanitaria al máximo número de comunidades al final del año.

El caso de Victoria Morales abre una ventana a la esperanza. Ha pasado de campesina a enfermera en el mismo plazo de tiempo en el que el sida se ha expandido por todo el país. A diferencia del resto de sus vecinas en Tecpán, capital del distrito, ella optó por prolongar sus estudios más allá de los doce años con un bachillerato sanitario. Esta decisión le llevó a caminar a diario más de 15 kilómetros hasta el centro urbano más próximo a su aldea y a vivir durante un plazo largo en la capital. Un esfuerzo que no todas las familias pueden soportar, pero que en el caso de Victoria mereció la pena. Ahora es una de las primeras capacitadas en Enfermería a muchos miles de kilómetros a la redonda de su aldea, por no decir la única. Y el mejor antídoto contra el sida de todos sus habitantes.

Una historia que Onay trata de reproducir en más de 50 aldeas por todo Chimaltenango. Victoria comenzó a través de esta ONG un programa de capacitación para niños, y pronto destacó como promotora de salud en su aldea, Agua escondida. "La mayoría de mis amigas dejó los estudios siendo unas niñas y ahora se arrepienten, porque apenas consiguen leer bien o aclararse con las cuentas", señala Victoria orgullosa por su trayectoria.

A través de este proyecto sanitario, Onay forma promotores en salud que puedan disponer de medicamentos básicos en sus casas y los conocimientos mínimos para suministrarlos a sus vecinos. Algo que durante los quince años de desarrollo ha provocado toda una revolución en las zonas más incomunicadas. Junto a la formación, cada promotor acoge una vez al mes a un médico en su casa para que atienda a todas las personas que lo necesiten, y cada dos meses una jornada médica con diferentes especialistas: oftalmólogos, nutricionistas, ortodoncistas... En la actualidad existen más de 65 promotores en activo y 180 en cursos de formación. Onay cuenta también con un puesto médico, germen de un futuro hospital, en la capital de la región.

Catalino Chiprix, de 52 años, es otro campesino convertido en promotor de salud. Compagina el trabajo en el campo con la consulta médica. Lleva más de diez años formándose. "Ahora puedo realizar un servicio mayor a mi comunidad", asegura, mientras una veintena de señoras espera en la puerta de latón de su casa para ser atendidas. Hoy toca jornada médica, y una doctora le acompaña junto a otras dos enfermeras, una de ellas, Victoria. Catalino apunta el peso de los recién nacidos, atiende a las madres y provee a los más pequeños de productos contra los parásitos. Todo esto en la única habitación de la casa, junto a la cama. Fuera, sus vecinos esperan turno rodeados de gallinas.

Para las entidades sociales la formación supone el mejor antídoto contra el sida. Una formación que les ayude a salir de la pobreza, a desarrollar hábitos de higiene y que les facilite la información necesaria para prevenir el contagio. La población más vulnerable continúa en las zonas rurales ajenas a los servicios sanitarios. Una situación que ha llevado a muchos a probar suerte en los Estados Unidos y que, lejos de conseguir su objetivo, han regresado a sus casas endeudados y portando el VIH. Así le ocurrió a la primera persona a la que se le diagnosticó la enfermedad en 1984. Desde entonces, el sida no ha hecho más que extenderse por el país a un ritmo rápido y silencioso.

ONUSIDA también lo tiene claro. La formación es la mejor arma para evitar que se extienda esta plaga. Según sus estadísticas, los jóvenes de entre 20 y 39 años representan el 62% de los casos y la razón hombre-mujer ha ido en descenso hacia una clara feminización, con una mujer afectada por cada dos hombres. Mientras que el Gobierno guatemalteco busca el modo más eficaz de combatir todos sus problemas, entidades nacionales como la ONU o las agencias internacionales de cooperación luchan a contra reloj para que el sida no se cobre nuevas vidas en Centroamérica.

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