La Tate Modern se ha visto obligada a retirar de la muestra 'Pop life: Art in a Material World' una fotografía de Richard Prince titulada Spiritual America en la que se muestra a la actriz Brooke Shields desnuda a la edad de diez años. La pieza, dentro de una muestra en la que abundan las imágenes de porno duro (sobre las que no ha habido objeciones) no pudo superar la visita de la brigada de publicaciones obscenas de Scotland Yard que decidió que es pornográfica y no puede ser exhibida ni, como estaba, en una sala aparte y con una advertencia.
La madre de Brooke Shields cobró 450 dólares en 1976 por la foto, publicada en la revista Playboy, que la actriz intentó sin éxito destruir por la vía legal y que, más allá de este caso concreto, vuelve a poner sobre la mesa un tema recurrente: el de la imposición de la censura fuera de límites objetivos, ya no sólo sobre las imágenes de menores desnudos sino sobre cualquier fotografía en la que aparezcan.
El cuerpo de los niños, como el de los adultos, siempre ha estado presente en las fotografías y ha llevado mal, en algunas ocasiones, el paso de lo privado a lo público. En especial en contextos de moralidad hipócrita como, por ejemplo, las que hubo de sufrir Lewis Carroll a propósito de los retratos de Alicia Liddell. El ojo infectado de prejuicios, tópicos y lugares comunes de la 'opinión pública' pugna a menudo por convertir actos de amor en manifestaciones de suciedad enfermiza.
Jaime Monfort, un fotógrafo que emplea habitualmente a sus hijas como modelos no considera que la imagen retirada de la muestra de la Tate sea pornografía infantil, aunque reconoce que "hoy en día mostrar a una niña desnuda es el mayor de los pecados, incluso cuando no hay ninguna intención sexual. Pienso en David Hamilton o Sally Mann y creo que en nuestros días no habrían podido publicar sus fotos". Los dos citados por Jaime pudieron trabajar aunque, junto a Jock Sturges, hubieron de soportar las denuncias de grupos de cristianos radicales que les acusaban de crear imágenes pornográficas. Algo especialmente duro y destructivo para Mann, autora de magníficos retratos de sus hijos Jessie, Emmett y Virginia. Vio como su trabajo, desde lo más profundo de sus sentimientos, era visto como algo maligno, pecaminoso, condenable.
Es una delgada línea. Es fácil deambular por ella desde el amor y la admiración; pero también es un abismo para quienes sólo ven la superficie o desean causar daño. Los niños están indefensos en muchos casos y sus imágenes pueden ser moneda de cambio en muchos casos. En el caso del fotógrafo Jordi Gual, gran parte de cuya obra gira en torno a su relación con sus tres hijas, no quiere ni hablar de un asunto que le parece 'absurdo'. Monfort, por su parte, reconoce que en ocasiones le perturba "pensar que utilizo a mis hijas como modelos sin que ellas sean lo suficientemente maduras para darme su consentimiento. Bajo ese punto de vista, y si es Brooke Shield la que no quiere ser mostrada en público ahora que puede decidir, entonces lo entiendo y aprobaría que fuera retirada la foto".
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