Si España fuera la Tierra, a nadie le parecería arriesgada una metáfora que pintara a Alejandro Amenábar como marciano. Su talento no es habitual. Ni para inventar mundos ni para plasmarlos. Es nuestro Fernando Alonso del cine.
Repartidas flores y reconocidos sus méritos a la hora de no repetirse nunca, cabe decir que recién masticada la muy esperada 'Ágora', su talento comercial puede verse bastante truncado. Sí, porque los 50 millones de euros que ha soltado —en su mayoría— Telecinco no han servido para armar un producto ya denso, como auguraba la sinopsis —una revisión histórica sobre astronomía y filosofía en la Alejandría del siglo IV—, sino extremadamente cerebral y desapasionado.
Hipatia (Rachel Weisz), máximo exponente de la intelectualidad de la época y autora de desconcertantes teorías acerca del movimiento de los planetas, es señalada por el fanático cristianismo naciente como bicha hereje y subversiva. Hembra y además lista, amenazante como las féminas del hoy amenazan legítimamente los órdenes sociales establecidos. "No hemos avanzado mucho", nos quiere decir Amenábar. La Iglesia es señalada con saña como parte del problema. El director llamado a salvar la cuota de recaudación anual de nuestro cine reparte a diestro y siniestro.
Sin embargo, el tiro de la intelectualidad puede haberle salido por la culata. Incuestionable en su categoría de mesías redentor, pidió y se le dio. Ha parido un sofisticadísimo juguete irreprochable desde el punto de vista formal, rodado como sólo un maestro visionario sabría, pero tales avales no libran del fracaso al más pintado. Coppola, sin ir más lejos, se arruinó tras 'Apocalypse Now' y 'Corazonada', dos muestras de excelso cine —una con más alma que la otra, todo hay que decirlo— que supusieron traspiés de gran calibre. A eso recordaba 'Ágora' cuando fluían por la pantalla los títulos de crédito que seguían a su final templado esta mañana.
Celebraré equivocarme, pero aquí dejo una serie de pistas por las que creo que 'Ágora' se convertirá en el primer resbalón económico de este genio bajito y clarividente:
No serán buenas las críticas, aunque desde luego éste no será el entierro creativo de Amenábar. Los gustos de los españoles son insondables y es arriesgado decir si le darán la espalda desde la primera semana; si, picados por la curiosidad que despierta la marca de su nombre, acudirán en tropel y luego se deshinchará la recaudación; o si nos encontraremos ante el mayor fenómeno comercial de nuestra historia.
Desde aquí apostamos por un boca-oído nada alentador por su temática demasiado específica y por no haber podido trascender la torpeza emocional que destilan en cierto modo todos los productos amenabarianos. Sin embargo, no olvidemos que la decepción procede de nuestras altas expectativas: 37 años y ya es el rey de nuestra industria. Ésta se la perdonamos.
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