Washington.- Decenas de obras olvidadas en archivos de museos y carpetas de coleccionistas reaparecen desde hoy en Washington, en una exposición que pide a sus visitantes una mirada pausada hacia un arte pensado para la reflexión en la intimidad.
En la mayoría de las mentes instruidas en historia del arte, el concepto de la pintura europea del siglo XIX aparece inevitablemente ligado al del impresionismo: una forma de arte cercana, incluso relajante, que agrada tanto al crítico más exigente como a quien busca un póster colorido para decorar su habitación.
En cambio, para Peter Parshall, comisario de la exposición "The Darker Side of Light" ("El lado más oscuro de la luz"), el arte verdaderamente interesante del periodo ha acabado alejado de los circuitos y galerías convencionales.
"Nadie quiere poner una obra que requiera reflexión en la sala principal de un museo. Suelen acabar olvidadas en archivadores de arte", dijo Parshall a Efe en la inauguración de la exposición, que se mostrará hasta el próximo 18 de enero en la Galería Nacional de Arte.
Esa tendencia de los museos a destacar "lo familiar" despierta en el comisario un deseo de "ir a contracorriente" y "organizar exposiciones que sean inusuales y que hagan pensar".
Para ello, Parshall reunió ilustraciones, dibujos y bocetos olvidados de artistas tan conocidos como Edouard Manet y Edvard Munch, que comparten con otros más desconocidos el denominador de que concibieron su arte "como la poesía o las novelas, para invertir tiempo en él".
A través de autores alemanes y franceses fascinados por la complejidad de la mente humana, el comisario busca enfatizar la diferencia entre la experiencia privada e íntima del arte y la que se produce entre la multitud de una galería o un museo.
La sala que abre la exposición no se aleja demasiado, sin embargo, del concepto clásico del impresionismo, ya que el centro de atención permanece en los paisajes y en los retratos de la ciudad de París, esbozada con nostalgia por el francés Charles Meryon.
Parshall se sirve aún de otro motivo impresionista, la escultura "Las sirenas" de Auguste Rodin, para introducir en la segunda sala dos temas "de profunda intimidad": el ensueño y la obsesión.
Una serie de diez bocetos del alemán Max Klinger protagoniza este último asunto, con una "crónica de los estados neuróticos" que describe el desamor del propio artista a partir de la metáfora de un guante perdido, en un tono onírico y de forma inconclusa.
Klinger centra también el interés de uno de los apartados de la última sala, el de la "degradación", en una serie de tres grabados sobre el asesinato de un niño a manos de su propia madre atormentada.
La reflexión sobre el declive del ser humano con la que Parshall hila la exposición acaba, de forma inevitable, en el tema de la violencia y la muerte, abordado con dureza por Manet en sus grabados "El torero muerto" y "La guerra civil".
La mirada de Henri de Toulouse-Lautrec a los locos y prostitutas de París y el surrealismo con el que Munch retrata a los vampiros completan la exposición.
Ese tono pesimista se convierte en agridulce con la escultura "Comedia y Tragedia" del británico Sir Alfred Gilbert, con la que Parshall cierra la muestra en una referencia a la división clásica de los griegos entre alegría y tristeza, que, para el experto, "sigue siendo la más acertada".
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