BARCELONA.- Si prestamos atención a Capa, a Bréton y a Lange, ¿por qué no buscar un poco más cerca? Ése es el punto de partida de la exposición Trabajos de campo —que se ha inaugurado hoy y que puede verse hasta el próximo 16 de enero en Barcelona en la Fundación Foto Colectania—. En ella se reivindican las figuras de los fotógrafos Cristóbal Hara y Rafael Sanz Lobato. Hemos estado con ellos. Estas son sus fotos y esto es lo que nos han contado.
Sanz Lobato nacido en Sevilla en 1932, sintió la llamada de la fotografía a los 13 años, pero "no me pude comprar una cámara hasta los 21", explica. Autodidacta a la fuerza —"entonces no había quién te dijera cómo revelar"— reconoce que al principio le costaba acercarse a la gente a fotografiarla. "Íbamos a un pueblo y todos se ponían a disparar a cualquier persona, y yo me quedaba parado". Hasta que perdió el miedo.
La fotografía de Lobato tiene reminiscencias de Valle-Inclán, con personajes sometidos a condiciones límites, como la del maletilla abatido por no poder torear tras haber alquilado un traje de luces que le viene grande. "La fotografía, como el buen vino, mejora con los años y adquiere un valor documental", se justifica ante su obra.
En la exposición puede verse una de sus series más personales sobre Bercianos de Aliste, un pueblo de Zamora en el que la religión marcaba en los setenta la vida de sus habitantes. "La chica de esta foto", dice señalando a 'Viernes Santo 24', "se tuvo que ir de su pueblo porque fue madre soltera en los sesenta. Unos años más tarde volvió para ir a las procesiones, vestida con un abrigo moderno y con actitud de desafío: es la confrontación de dos mundos distintos".
El mundo de Cristóbal Hara es el mismo que retrató Sanz Lobato durante los setenta, aunque él se enfrenta a la fotografía en clave más experimental. "No me interesa la fotografía digital ni la manipulación, aunque tampoco lo descarto. Prefiero hacer experimentos formales, hacer que sea el vacío el centro de la foto, o no mostrar los rostros de los protagonistas".
Éso es precisamente lo que hace en su serie 'Lances de aldea', que refleja las corridas de toros de los pueblos de los años ochenta. "Es un mundo que ya casi ha desaparecido, pero tuve la suerte de conocer a los últimos maletillas y pude acompañarles". En ninguna de esas fotos se ve a los toreros. El libro Lances de Aldea, que reflejaba el resultado de ese viaje, no se vendió "porque tanto los antitaurinos como los taurinos lo reivindicaron para llevarlo a su terreno".
Son dos visiones distintas —una en color, otra en blanco y negro, una más irreverente, otra más sobria— sobre un mismo mundo en vías de extinción y que, sin embargo, es bien reconocible. "Es en lo local donde al final encuentro imágenes que resuenan como españolas en todo el mundo", resume Hara con tino.
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