Del trabajo de Javier Mariscal, o del Estudio Mariscal, hay bibliografía sobrada. Cuando te cuentan que se va a editar un libro sobre su trabajo, lo primero que uno piensa es que será "otro" libro más. No, no es otro libro más.
Mariscal Sketches es un volumen de dos kilos de peso, tapa dura y papeles exquisitos, formato espectacular y una impresión de las que hacía tiempo que no veíamos. Puede parecer desproporcionado para un libro de capricho. La sensación es la de que éste es el libro que Javier quería hacer. No es un libro ni de autopromo ni de factoría. Ni el de su editor, Nova Era, ni el de sus socios de estudio. Y por tanto sorprende.
Son dibujos. Y son dibujos que me han ayudado a vivir y, muchas veces, a ser muy feliz dibujándolos. Me gusta el proceso del dibujo. Siempre he pensado que dibujando todo lo que me rodea, tomando apuntes, entiendo mejor el mundo en el que vivo".
Así narra su relación con lo que hace: dibujar para entender, no para explicar.
Y a partir de ahí, desgrana los trampantojos con los que juega, "cuando dibujo del natural, muy rápidamente y concentrado, me siento una máquina de dibujar. Y soy feliz. Siempre tienes que hacer trampas. Quiero decir que, aunque quieras dibujar perfectamente y muy realista un cactus, por ejemplo, es imposible dar toda la información de los miles de millones de células, matices, detalles, brillos, pinchos, pieles, tramas y flores que tenga el cactus real. La realidad es muy barroca y hay demasiada información. Dibujando, lo que haces es fijar el ‘eso’, la esencia, de lo que es un cactus".
Los bocetos y los procesos despiertan siempre una curiosidad morbosa. Es algo que saben los editores y saben los autores. No es un secreto que, como recurso, para las publicaciones muchas veces se crean a posteriori y el lector es cómplice del engaño, que resulta evidente. Pero no es el caso, posiblemente porque al autor no le ha hecho falta.
"Tratas de comerte el objeto que tienes delante con los ojos y llegas a un momento muy curioso: una vez que el dibujo empieza a coger forma, pasas ya del objeto y tratas de salvar el dibujo. El apunte, el sketch, toma vida propia y tiene que ser más interesante que el modelo".
Y es a partir de entonces cuando aparece en el ideario de Mariscal el espectador, al que concede un papel activo: "en un apunte tienes que conseguir que los otros entiendan y disfruten del cactus y digan: Mira qué listo soy. He visto cuatro rayas y he entendido perfectamente lo que es: un cactus. Así, el espectador tiene una descarga de adrenalina y de autoestima positiva. El dibujante se hace más rico, rico en experiencias compartidas, aprende a comunicar mejor, es más ‘buena persona’".
Cuando habla y cuando escribe, a Mariscal se le desliza con frecuencia la palabra felicidad. Es como una obsesión que le aflora inconscientemente, una felicidad que no tiene que ver con el dinero, ni con los grandes asuntos de la vida, para él esta más cerca de las cosas pequeñas y lo aparentemente intrascendente.
El material recogido tiene poco que ver con lo que acumulamos en la memoria del trabajo de Mariscal. Evidentemente, el trazo es característico y algunos elementos lo son también –los Garriris, los paisajes urbanos, los retratos– pero en el conjunto uno se da cuenta de que frente a lo que conocemos, donde el trabajo de equipo y los procesos de aplicación le dan un aire de continuidad, de estandarización, aquí encontramos un Mariscal más primario, más intimista. Tanto, que a veces algunos dibujos no parecen suyos, del Mariscal que conocemos.
La estructura del libro, sin ser férrea, sí guarda un orden temático: El viaje a África con Barceló, en el que llama la atención la fuerte influencia que éste ejerce: Mariscal, consciente o no, imita el trazo y la cromía del pintor como si viajar juntos significara crear juntos también. "Me gusta recuperar estos recuerdos y publicar los dibujos, porque son como las fotos sin retocar de un viaje, y sobretodo me acuerdo de que allí con muy poco disfrutaban mucho". Otra vez, la felicidad como referente.
La grafía, que entiende como un elemento dibujado. Es la parte más próxima a su perfil de diseñador, la más profesional. Quizá en los resultados, pero no en la actitud: "Las letras son como los pinos. Si están solas o agrupadas adoptan una actitud muy diferente. (…) Las letras ascendentes y las descendentes. Las que tienen serif. Que es como una nariz, una astilla, un grano o un bulto. (…) Las familias que son de palo seco son mucho más serias, son muy eficaces. Se dejan leer muy bien. Algunas son tan palo seco, tan secas, que no saben ni saludar".
Hay mucho más en el libro. Las selvas, que en realidad son texturas, los pinos, las ciudades, las caras, las sillas… pero eso son otras historias que merece la pena descubrir y disfrutar de primera mano, en cada página.
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