Gran variedad de estrenos esta semana con aroma a San Sebastián. 'El secreto de sus ojos' y 'Destino: Woodstock' han pasado por Donosti esta semana, pero también tenemos '¡El soplón!', de Soderbergh y 'Los sustitutos', con Bruce Willis.
Hay actores como Bruce Willis que te dan siempre lo esperas de ellos. Uno puede decir: "Me encantó Nicole Kidman en 'Moulin Rouge' pero me aburrió muchísimo en 'Las horas'". En ese sentido, Nicole es versátil, falible. Willis no; Willis cumple con lo que promete nada más ver su nombre en el póster. Es un tipo sin demasiados matices. No es versátil. Pero tampoco lo necesita. Hay actores a los que se les pide gran variedad de registros para calificarlos con la vitola de grandes intérpretes. A Bruce no. Bruce tiene ese listón más bajo porque en el terreno que se mueve —calvo, rudo, socarrón y de vuelta— es insustituible.
Y precisamente en ese error cae lo nuevo de Jonathan Mostow, en intentar darnos gato por liebre suplantándole... por sí mismo. En un futuro no lejano, las actividades físicas nos resultan agotadoras, peligrosas o sencillamente aburridas. Es ahí cuando entran en escena unos cyborgs que hacen todo por nosotros: se manejan desde casa como si fueran un videojuego de dimensiones reales, un alter ego que suplanta al yo verdadero. Y todos los tienen. De ahí nace un tejido social más perfecto, pero, consecuentemente, desnaturalizado.
Y de repente, fallo en Matrix. Surge un crimen en una comunidad en la que se habían olvidado de lo que era eso. Los robots intentan solventarlo, pero claro, no es lo mismo porque se ha perdido la práctica. Soy de la teoría de que para que un poli sea de raza debe tener cierta tendencia al alcoholismo, decir muchos tacos y escupir gapos por la comisura. El doble de Willis no lo hace y, entretanto, aburre. Sólo cuando se cansa de tanta vaina y da paso al viejo rockero alopécico (la peluca del muñeco al más puro estilo Nic Cage es un engendro) es cuando nos da la sensación de que Willis es Willis, esto es, lo que queríamos ver todos: el Laurence Olivier de los mamporros.
Es irregular lo nuevo de Mostow, que nos tenía acostumbrados a acción de calidad sin freno y aquí hay que achacarle uno de los finales más tontos y naif (sin quererlo) del año. Aún así, auguro que hará buen dinero. Y de eso se trata, ¿no?
Valoración: 4/10
¿Es el pasado la suma de aquello que quisimos hacer y nunca hicimos? ¿Es el pasado de uno lo que uno no ha vivido?
Afirma Campanella que en 'El secreto de sus ojos' los personajes dicen una cosa y su mirada refiere otra distinta. Tal vez porque los ojos miran hacia dentro. Lo que uno quiere ser pero no es, aunque ni por un instante ha dejado de serlo. Para alcanzar el pasado de uno, hace falta coraje: Morales, Benjamín, Sandoval (un hallazgo que sólo en un momento, clave pero artificiosamente prolongado: la conversación con el fanático del fútbol en el bar, pierde su magia); coraje, o la casualidad, el pequeño canalla al que un giro de la historia equipara con el mundo exterior y ya no necesita de pasado.
Emociones, intriga, humor, amor, sorpresas (alguna previsible) para aventura policíaca en un planeta próximo.
Valoración: 8,5/10
La más alta ocasión que vieron y escucharon los cabellos del mundo liberados del peso de los siglos: paz, amor y una estupenda música.
Música es lo que, tal vez, se echa de menos en la película de Ang Lee, donde no hay una sola actuación: como el protagonista, el espectador se pierde los conciertos y suenan completas, por ejemplo, una canción de The Doors y otra de Love (la escena psicodélica en el interior de la furgoneta), que no estuvieron, ni Love ni Doors, en Woodstock. No importa: vuelve uno a casa a toda prisa y se pone el DVD, que el inconsciente está pidiendo a gritos.
Recreación de lo que fue el antes y el off off, con travesti imponente y foto de familia ('los Teichberg', estupendos) de emigrantes judíos. Llovió mucho.
En el barro, unos seres sencillos, insufribles y adorables. Había que fijarse en quién iba detrás: los coches, las corbatas, los billetes.
Un viaje por el tiempo a un planeta lejano y, sin embargo, extrañamente presente en el recuerdo de quienes no estuvieron.
Valoración: 7/10
Levanta uno la tapa de la sopera y 'El soplón'. Ahí asoma. Se abre la agenda por un página cualquiera: 'El soplón' está en ella. Un cumpleaños, y es 'El soplón' quien apaga las velas. La Campaña. Y de repente caes sobre la película como el que cae en un Jardín de Infancia.
Quizás esa manera de hablar y de pensar, de ser, es el futuro. Igual es ya el presente. Ese "¡Oh!: ¿tú también vas al psicoanalista?" —del doblaje en un film de Woody Allen—, cuando en nuestro idioma hubiera sido: "¡Anda!: ¿tú también vas al psicoanalista?". Ese "¡genial!" por "¡cojonudo!", "¡magnífico!", "¡la pera!". Ese "¡jodido bastardo" por "¡hijoputa de mierda!". La identidad, y la neurona, se pierde en las palabras.
Tan omnipresente Matt Damon que parece una prolongación de los anuncios, se asiste a una gymkhana de mentiras, piruetas, reflexiones vacuas que no son —y quisieran— las de ‘El guardián en el centeno’, y representantes de la Ley sacados de una comedia de Frank Capra. Claro que también ‘Quemar después de leer’ hizo su agosto. Pues se la echa de menos.
Estupor y, sin fuerza de atracción que la retenga, progresiva pérdida de atención en un planeta ajeno.
Valoración: 3/10
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