VENECIA.— ¡Pobre George! Adonde quiera que vaya siempre le espera con más impaciencia la prensa del corazón que la especializada en cine. Y no es una excepción la variada fauna periodistica de la Mostra, antiguo y prestigioso festival que reúne en la Laguna a los dinosaurios de la profesión. Clooney volvió ayer a pisar el Lido por cuarta vez para promocionar 'The Men Who Stare at Goats', dirigida por su amigo Grant Heslov, el mismo al que nunca acabaremos de dar las gracias por el guión de 'Buenas noches y buena suerte'.
Como era previsible, más que comentar su buen cine, toca la tortura del gossip. La rueda de prensa recién acabada ha sido una especie de sitcom. Una periodista le pregunta cuándo se casará con su última novia, la showgirl italiana Elisabetta Canalis, que le acompaña en Venecia; un compañero quiere saber si descarta por completo la idea de enamorarse y casarse con un hombre; otra le grita que le profesa amor verdadero; otro, mascando un inglés de lo más rudimentario, empieza a quitarse la ropa: "Soy gay y te quiero, ámame tú también", le dice. Y acaba en calzoncillos.
Episodios algo más que anecdóticos, visto lo visto. O mejor, escuchado lo escuchado. El cotilleo alrededor de los gustos sexuales del divo se ha multiplicado bajo el sol estival con varias perlas. Mientras los paparazzi que acechan su villa en el Lago de Como lo pillaban en compañía de la Canalis hace bien poco, su amigo Brad Pitt se sacaba de la manga una bromita explosiva. A los periodistas que le preguntaban si tenía planeada la boda con la Jolie, el actor contestó: "Me casaré con Angie sólo cuando George pueda hacerlo con su novio". Toma. La revista People lo saca en portada. Y Brad rectifica: "Me refería a otro amigo mío que se llama igual. Es que estoy a favor de las bodas gay y quiero remarcarlo siempre que pueda". Bonito intento, pero el daño ya estaba hecho.
Además, Clooney tiene otro amiguete al que también tendrá que reñir un poco hoy en Venecia: Matt Damon, que concurre en la cita venecianna con 'The informant!', de Steven Soderbergh. Ayer, mientras toda Italia estaba ansiosa por saber si George se traería al Lido a su pareja italiana, el rubio actor declaró con una sonrisa: "Debería traerse a su novio".
Menos mal que sex symbol hollywoodiense tiene retranca y se toma la cuestión con filosofía. Como cuando el año pasado una página web le tildó de 'gay, gay, gay' y él dijo serlo solamente dos veces. Como cuando ha dicho hoy que está ultimando los detalles de su futura boda con el director Grant Heslov. Ji-ji-ja-ja aparte, ¿sería posible que un divo como George Clooney —cuya belleza reside sobre todo en su carisma— considerara inoportuno salir del armario si de verdad fuera homosexual? A estas alturas de la historia, ¿existe alguien que considere escandaloso el outing? Quizás en Hollywood sí.
Lo cierto es que las hazañas sexuales de Clooney poco importan mientras sigua actuando así y escogiendo sus papeles con tanta inteligencia. 'The Men Who Stare at Goats', literalmente 'Los hombres que miran las cabras', es una pequeña joya del septimo arte surgida el séptimo día de la Mostra. Una historia intrigante, absurda (y real) —según cuenta la novela de Jon Ronson—, que se hace eco de algunos experimentos llevados a cabo por el ejercito estadounidense. El objetivo: utilizar la fuerza de la mente para controlar a los enemigos militares dando lugar a una suerte de unidad de caballeros Jedi que se entrenan siguiendo antiguas técnicas chinas.
Sus poderes permitirán a este escuadrón de paz leer la mente de sus enemigos, atravesar las paredes y, sobre todo, matar a una cabra simplemente con mirarla fijamente. Las distintas escenas bordean el ridículo situacional y se elevan gracias a un reparto de aplauso: Ewan McGregor, reportero deprimido que llega a Irak en búsqueda de la historia que le redimirá de sus fracasos profesional y sentimental; George Clooney, ex soldado de la unidad especial; Jeff Bridges, comandante hippie; y Kevin Spacey, haciendo de malote. Una comedia disparatada que, sin embargo, no puede evitar enseñar algo: La guerra y el entrenamiento enfocado a participar de ella tienen sentido sólo como farsa.
Precisamente la experiencia terrible de la guerra está trayendo a la Laguna algunas de sus mejores cintas. Es el caso de 'Lebanon', del israelí Samuel Maoz:100 minutos enteramente rodados en el interior de un tanque israelí durante la primera guerra de Líbano. El terror producido por la muerte inminente y la locura del combate nos agarran del estómago para no soltarnos hasta el final de esta especie de 'Chaqueta metálica' que cambian la jungla vietnamita por el desierto libanés.
Quizás ambas películas nos cuentan la misma verdad: para acercar la cámara a una guerra, hay que buscar un punto de vista transversal, un filtro. El Mal no se puede mirar por entero, de golpe y con ojos lúcidos.
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