Los datos del paro de agosto, además de traer el repunte en el número de desempleados, han puesto de manifiesto otro asunto más grave: la crisis amenaza ya al núcleo de los contratos indefinidos. Es decir, a todos los que hasta ahora miraban con una mezcla de compasión y displicencia a esos empleados de segunda, los de los contratos temporales, que han engordado la cifra de paro hasta los 3.629.080, según el Instituto Nacional de Empleo.
De acuerdo con los últimos datos, la contratación registró una caída del 13,7%, y dentro de esa cifra, los indefinidos se redujeron el 30,7% frente al descenso de los temporales, el 11,9%. Cada día quedan menos temporales por despedir y "la contratación indefinida seguirá estancada mientras la actividad de las empresas no se reanime", advierte la patronal de las agencias de contratación temporal, AGETT.
Entonces, si los que hasta ahora tenían un trabajo fijo, de por vida, deben de comenzar a tentarse la ropa, ¿qué será de tus hijos, tus hermanos pequeños, de ti mismo o de los universitarios y bachilleres españoles que aún sueñan con ejercer de lo que estudien?
"¡Cambia la mentalidad, ponte las pilas y sacúdete la indolencia!" podría ser el eslogan que profesores, expertos en el mercado de trabajo y sociólogos envían a los jóvenes. Porque no sólo el sistema económico es responsable de que tengamos una tasa de paro juvenil que supera el 33% —con Gran Bretaña por delante— y unos 800.000 chavales buscando trabajo en cifras de julio —en agosto unos cuantos ya se han desanimado y no buscan—, sino que hay datos serios que indican que estamos criando a una o varias generaciones que se han acomodado ampliamente, gracias a la educación dada por sus padres.
Ahí van unos ejemplos. El 83,61% escoge su primer empleo en función de lo cerca que esté del pueblo o la ciudad en la viven. Sólo un 13,57% de los chicos acepta ir a otra ciudad próxima a la que viven con sus padres y únicamente un 2,82% accede a un cambio de residencia cuando puede encontrar un trabajo.
Son los resultados del estudio 'Análisis de la sobrecualificación y la flexibilidad laboral', publicado por los profesores José García Montalvo y José María Peiró, sobre la inserción laboral y que patrocina el Instituto Valenciano de Investigación Económica (IVIE) y Bancaja. El resultado de ese valor acomodaticio de los jóvenes que no se quieren alejar del hogar ni de los amigos es que el 33% están sobrecualificados para el puesto de trabajo que al final ocupan, según los datos del 2008.
El profesor Juan José Dolado, académico del departamento Económico de la Universidad Carlos III, un tipo de los que se marchó a buscar las lentejas al extranjero y hoy está obsesionado con el paro juvenil y el mercado de trabajo español, tiene muy claro que ahora y en el futuro "la familia tiene que jugar un papel clave en la educación del hijo. Hemos vivido dentro de un sistema donde les hemos inculcado la cultura del trabajo permanente, si es posible de funcionarios, y con piso en propiedad. No se van de casa de los padres mientras no consigan lo que les inculcamos: trabajo seguro y hogar propio".
Incluso más. El estudio del IVIE deja claro que los chavales prefieren ser funcionarios para garantizarse la seguridad de por vida. El 64% de los chicos quiere horario fijo desde su primer empleo, que no se les modifique por los turnos. Sólo el 36% aceptan un horario flexible.
A estas alturas de la lectura, si eres de los que no se creen los datos, te invitamos que te bajes el PDF, y le eches un vistazo. El estudio se ha realizado entre grupos que abarcan desde 1996 hasta 2008. Con 3.000 casos observados: 1.200 de la Comunidad Valenciana, 300 entre Madrid y Barcelona, 700 encuestas en siete municipios urbanos distintos y 800 encuestas en 16 municipios rurales.
Los profesores Peiró y Montalvo llaman la atención sobre los riesgos de futuro que tienen esas posiciones de rechazo hacia la flexibilidad o la movilidad geográfica. Los chicos aceptan trabajos que están muy por debajo de sus capacidades reales, con lo que "la no utilización de los conocimientos adquiridos y la falta de practica profesional los deteriora y degrada. Además, reduce la probabilidad de su aprovechamiento en trabajos posteriores".
Pero esta situación se agrava aún más en períodos de crisis, como la que estalló el año pasado, ya conocida como 'la Gran Recesión'. De momento, la crisis del 2008 ha provocado el mismo efecto que la del 92-93, porque la tasa de desempleo del grupo de edad más joven (entre 16 y 19 años) se ha disparado desde el 28,7% del 2007 hasta el 39,5% del 2008. El estudio del IVIE añade cómo el grupo de edad entre 20 y 24 años ha sufrido también otro fuerte aumento de parón laboral. El resultado es que la OCDE sitúa a España en el primer puesto en el ranking de sobrecualificación entre sus países miembros.
Del análisis de la sobrecualificación, los profesores concluyen que "transcurren muchos años hasta que se alcanza un empleo que requiere un nivel de cualificación adecuado a la formación del joven. Después de cinco años de experiencia laboral, todavía un 25% de los jóvenes que comenzaron con un puesto de trabajo para el cual estaban sobrecualificados continúan en la misma situación". Lo asombroso es que los jóvenes —puede que aún no conscientes de la que se les avecina con una crisis de estas características— se muestran dispuestos a renunciar a 140,1 euros al mes por continuar con un horario fijo; a dejar de ganar 138,4 euros al mes por tener un puesto de trabajo de funcionario; y renuncian a 136,3 euros al mes por un empleo en la misma localidad.
Como Dolado, el profesor Emilio Ontiveros, catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid, defiende que "los de más talento, los que estén dispuestos a pelear, marcharse donde haga falta —que los hay—, volverán a tener un trabajo fijo", aunque ya nunca como los que tienen sus padres. El muy bueno será fichado por las mejores empresas del mundo, pero con contratos de lujo, muy bien remunerados, con hasta cuatro años de duración, "pero con cláusula de indemnización inversa", explica el catedrático Ontiveros. Es decir, si el joven genio entra en una gran multinacional y luego quiere dejar el trabajo porque tiene otra oferta, "deberá indemnizar a la empresa que abandona por romper ese contrato". Es lo que se ha empezado a llamar la 'futbolización' del mercado laboral. Pero para unos pocos, tan pocos como 'Cristianos Ronaldos' o 'Kakás' existen.
El resto, estén en la Universidad o en el bachiller, tienen que asimilar que las reglas del mercado han cambiado. Pero sobre todo, y como apunta Ontiveros, son los padres los que tienen que dejar de inculcar a sus hijos la mentalidad del funcionario, el trabajo de por vida y el pisito al lado para que les cuiden de mayores. "Hay que enseñar a nuestros jóvenes a que desarrollen sus habilidades y no tienen que ser sólo universitarios. Es un cambio social, generacional", sentencia el profesor.
En una línea muy similar a los expertos consultados se expresa Francisco Aranda, presidente de la patronal de las agencias temporales (AGETT), para quien "la estabilidad en el empleo, tal y como propugna Europa, no debe asociarse exclusivamente al carácter temporal o indefinido del puesto de trabajo, sino a la permanencia en el empleo y al progreso en la carrera profesional mediante transiciones seguras y mejores condiciones laborales". Aranda, que conoce perfectamente la situación del mercado español, defiende que "el empleo temporal debe ser una circunstancia elegida y no impuesta. Pero eso requiere un cambio cultural en España en el que se pierda el miedo a cambiar de trabajo por miedo a no encontrar otro".
La temporalidad sólo es una solución "cuando responde a las necesidades de la persona, que puede ir desde compatibilizarlo con la vida personal, buscar una fuente de ingresos extraordinarios mientras estudia, hasta una forma de testar diferentes sectores y actividades y acumular experiencia con el único fin de progresar profesionalmente mediante el cambio de empleo", remata Aranda.
Pero en lo que todos los consultados coinciden es en que será una transformación social lenta, donde los padres deben 'cambiar el chip' —algo complicado a estas alturas— y los hijos de la clase media y clase baja nacional, mover el culo y luchar por estar entre los mejores para tener el futuro soñado. "Bueno, ¿y no es eso lo que hemos tenido que hacer todos?", se pregunta uno de los entrevistados para esta historia, que pide omitir su nombre para que los alumnos no le llamen abuelo cebolleta.
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