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No sé cómo voy a vivir sin las bolsas de plástico

  • Confesiones de una amante de un complemento en vías de extinción
Por MIRNA SAYAGO (SOITU.ES)
Actualizado 08-09-2009 12:22 CET

Mi bolso siempre ha sido una bolsa de plástico. Comenzó siendo una bolsa de los almacenes donde compraba mi madre, más tarde pasó a ser cualquier bolsa adquirida por mí en mis tiendas a las que iba, (la Metralleta, Madrid Rock, la panadería de mi barrio, Alcampo o Carrefour). En los últimos tiempos han sido bolsas de librerías del centro y Mercadona. ¡Ah! Y alguna del Vips, que con alegría las dan aunque sea para un simple paquete de chicles. Éstas no las suelo coger porque entiendo que sería vicio.

Es cierto que nunca me ha fastidiado que se me rompiera un bolso porque siempre he tenido una infinidad de recambios. En mis múltiples bolsos he llevado apuntes, bolígrafos, llaves, libros, papelitos, papelotes, cuadernos, monedero, tarjetero y ahora también el iPod y el móvil. De viaje, las cremas para la playa, la ropa interior y el neceser siempre han ido metidas en bolsas de plástico recicladas de algún comercio… Las de El Corte Inglés, duras, resistentes y de tamaño perfecto siempre han sido las mejores pero no las más bonitas. Cuando no me han gustado les he dado la vuelta y listo.

Hay cierta aceptación social en amortizar las bolsas de DIA, porque eran las únicas que costaban y porque eran más grandes. Por eso si abro la puerta debajo del fregadero en mi memoria, la bolsa de DIA está perfectamente encajada en el cubo de basura ejerciendo de tal.

Pero no me considero una fanática de las bolsas de plástico aunque tenga una de Galerías Preciados preciosa colgada en mi salón como un cuadro. Toda una reliquia de diseño.

También existen unas a las que tengo especial apego. Son las bolsitas de la farmacia que tienen ese qué sé yo. Será su pequeño tamaño, perfecto para hacer compartimentos dentro de otra bolsa de plástico más grande. Porque mis bolsos siempre han tenido distintos apartados de acorde a mis necesidades instantáneas.

Fui de las que se compró en IKEA e-m-o-c-i-o-n-a-d-a el tubo de plástico con agujeros para meter y sacar las bolsas, ¡un dispensador de bolsas de plástico!

En muchas ocasiones me he llevado la sorpresa de encontrarme en cocina ajena y ver el dispensador medio vacío, en el mío no caben más. Pero no comento nada porque me he pasado toda la vida dando explicaciones de por qué llevo bolsas de plástico a modo de bolso. Me reconforta saber que lo llevo en mi mapa genético, que esto se hereda. No porque mi madre las utilizara como yo, sino porque tenía y tiene en la cocina 'el cajón de las bolsas', un cajón destinado a guardar sus bolsas favoritas dobladas de tal manera que resultaban pequeños triángulos compactos. Las que no pasaban la criba me las solía quedar yo hasta que he acabado haciendo algo parecido.

Ayer en Carrefour me pidieron cinco céntimos por cada bolsa y lejos de alegrarme por el planeta (a ver, no estoy a favor de su destrucción y efectivamente el plástico no hace bien) pensé que algo estaba cambiando. Buscaré por casa el monedero de mi abuela. Tenía una cremallera que al abrirla y estirarla se convertía en una bolsa para ir al mercado que, seguramente, cuando la encuentre me cansaré de explicar que es mi bolso. .. Aunque ahora no sé cómo supliré ese vacío. Sé que me apropiaré de la fécula de patata como si fuera plástico.

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