ZARAUTZ (GUIPÚZCOA).- Medio siglo de terror da para muchas historias. La organización terrorista ETA ha puesto en práctica a lo largo de este tiempo todas las formas inimaginables en el arte del asesinato. El disparo en la nuca a quemarropa o el tiroteo a distancia han sido combinados con el coche bomba, la colocación de explosivos en el techo del vehículo de la víctima cuando estaba parado en un semáforo o la ingeniería criminal de cavar un túnel para hacer volar a un presidente de Gobierno. Algunas de estas historias han formado parte de la escasa cinematografía española dedicada al fenómeno etarra. Sin embargo, es difícil que la mente de un guionista pueda crear un drama como el de Ramón y Pilar. Nadie se lo creería.
Pilar Elías es azcoitiana de estirpe y su aspecto no deja lugar a dudas: mujer firme, impecablemente bien vestida, peinada y maquillada, cuyas palabras de ternura hacia sus nietos contrastan con la dureza con la que remarca las 'erres'. De Azkoitia eran sus abuelos, sus padres y allí se crió ella. Y fue en el único surtidor de gasolina que había en aquella villa señorial de la margen izquierda del Urola donde se conocieron Pilar y Ramón. "Nos vimos por primera vez allí, donde yo pasaba las tardes con mi abuelo y él paraba a repostar su vehículo de camino a Elgoibar. Fue un flechazo rápido". Aunque la cosa no empezó muy bien. "La primera cita fue el Domingo de Resurrección de 1960 y habíamos quedado para ir al cine, pero no apareció. Mi madre me echó una bronca tremenda por enamorarme de un elgoibarrés... El fin de semana siguiente llegó a mi casa con un regalo y miles de disculpas". Pilar aún conserva aquel pañuelo de seda con el que hace cuarenta y nueve años la conquistó Ramón.
Aunque a él se le daba muy bien la decoración de interiores y llevaba una pequeña empresa familiar, lo que realmente le picaba era el gusanillo de la política. Había tenido una pequeña experiencia como teniente de alcalde durante la época de la dictadura y, al llegar la democracia, fue uno de los fundadores de la UCD en Guipúzcoa, junto a su amigo José Larrañaga. El 'Dúo Dinámico', como les llamaban, contribuyó decisivamente a la elección de Marcelino Oreja en las primeras elecciones constitucionales. A Larrañaga ETA le colocó en el punto de mira. El 11 de mayo de 1980 un comando de jóvenes terroristas abordó su vehículo en un polígono industrial y le dispararon. Pero erraron en su objetivo y José sobrevivió. "Mi marido, mis hijos y yo fuimos a verle al hospital el domingo. Estaba muy mal, pero Ramón le decía 'venga José, que no han podido contigo...' Veinticuatro horas después, Larrañaga no podría decir lo mismo a su amigo, y éste tampoco vería cómo, en la Nochevieja de 1984, ETA lograba matar a José en una segunda intentona.
"Cariño, prepara la cena que salgo para allá". "Muy bien, pero ten mucho cuidado, que está lloviendo mucho". Esta conversación tan trivial fue la última entre Pilar y Ramón. Es cierto que aquel 12 de mayo cayó un aguacero tremendo en esa zona guipuzcoana. El Seat 124 blanco de Ramón no podía coger mucha velocidad al subir el puerto de Azkárate y, al girar una curva, fue sorprendido por otro vehículo desde el que le tirotearon. Dos balas impactaron en su pecho y le hicieron perder el control del coche, que acabó empotrándose contra un árbol. Los mismos etarras que un día antes habían intentado asesinar a José no quisieron fallar en esta ocasión y uno de ellos, de apenas diecinueve años, empuñó su Browning nueve milímetros, abrió la puerta del conductor y le pegó un tiro en la nuca al moribundo.
Aquel asesino no conocía a su víctima, pero le debía la vida. Kándido Azpiazu tenía once meses y paseaba en brazos de su madre por Azkoitia mientras su hermano mayor, José Manuel, de dos años, jugaba a la pelota. Ramón, que aquel septiembre de 1962 estaba aún soltero, permanecía aburrido apostado en la puerta de su negocio y vio cruzar por delante de él una pelota rodando hacia la carretera, detrás de ella a un niño corriendo y a una madre desesperada al ver cómo su hijo se precipitaba sobre un camión. "Ramón pudo arrebatar de los brazos de la mujer al bebé, pero no pudo hacer nada por ella y su hijo mayor, que murieron aplastados. Y lo patético de esta historia es que aquella criatura a la que mi marido salvó la vida, dieciocho años después acabó con la de su salvador".
Tampoco tuvo reparos el entonces dirigente de ETA Eugenio Etxebeste, alias 'Antxon', de dar el visto bueno al asesinato de su primo. No podía haber más fallos, fue la consigna al comando. Y no los hubo. Ramón quedó desangrándose bajo la lluvia varias horas, hasta que un vecino de la zona y un carmelita descubrieron el vehículo accidentado. Ese religioso, que venía de oficiar un funeral en Azpeitia, abrió la puerta del coche y descubrió el cadáver de su sobrino. "En realidad era como un hermano para él, estaban siempre juntos. De ese golpe no se recuperó ya", recuerda Pilar.
Fue el tío carmelita quien llamó de madrugada a la puerta de la casa de Pilar. "Él me dijo que Ramón había tenido un accidente, pero yo no sé por qué le contesté: 'No tío, a Ramón lo ha matado la ETA'. No dudé ni un minuto". La ya viuda, que se quedaba con dos huérfanos de trece y nueve años, no se equivocó. "Fue una venganza de los terroristas. Como no pudieron con José, decidieron ir a por otro vasco-español".
Aquella primera mitad de los ochenta fue dura para los políticos de la derecha, como lo fue para los 'populares' y socialistas durante la segunda mitad de los noventa. ETA asesinó ese mismo 1980, además de a Baglietto, a José Ignacio Ustarán, Jaime Arrese Arizmendiarrieta, Felipe Estremiana, Juan de Dios Doval y Vicente Zorita Alonso, todos ellos cargos de la UCD. Sus asesinatos se enmarcaban entonces entre la comprensión de muchos vascos —que les seguían asociando con el régimen anterior— y ciertos sectores de la izquierda, que aún veían a los terroristas como unos ácratas que habían combatido el franquismo y reivindicaban la libertad de un pueblo que ya contaba con un Estatuto de Autonomía.
A los asesinos de Ramón les detuvieron a los diez días de su bautizo de sangre. Azpiazu y José Ignacio Zuazilorriaga fueron condenados a 52 años, pero a los diez ya estaban en libertad. "Todavía me acuerdo que estaba haciendo la compra en bicicleta por Zarautz y vino una vecina para decirme que acababan de soltarles y que en Azkoitia estaban preparándoles un homenaje. Aquel día no sé si se comió en casa, pero nos hundieron un poco más". Los asesinos fueron recibidos como héroes, como salvadores de la patria, como hijos predilectos, mientras que el muerto permanecía en el olvido colectivo. Un homenaje era considerado una provocación y la familia tenía que guardar silencio. Mientras los criminales rehacían su vida en el pueblo, la familia Baglietto trataba de recomponer las suyas. "A los críos nunca les inculqué el odio, pero se les ha quedado muy grabado. Aún hoy es un tema que no se toca casi, porque la herida no ha cicatrizado y será muy difícil que lo haga".
Pilar tuvo que sacar adelante una casa donde había nacido ella, donde vivió con su marido y donde tuvo a sus dos hijos. Justo delante de esa vivienda que había construido su abuelo abrieron una cristalería hace cinco años. "Yo me alegré cuando conocí que mis amigos habían logrado vender el negocio, pero cuál fue mi sorpresa al saber a quiénes se lo habían traspasado. No podía creerme que el asesino de mi marido y su mujer abrieran un negocio en mis narices. ¿Con qué intención, por qué esta provocación tan burda?" La indignación de Pilar se trasladó a los medios de comunicación. Las autoridades políticas y judiciales cayeron en la cuenta de la necesidad de cambiar la ley sobre embargos, cuando los terroristas se habían declarado insolventes para pagar las indemnizaciones. Pero hecha la ley, hecha la trampa: la parte embargada a Kándido fue adquirida en subasta por su mujer. Y la cristalería siguió abierta a las puertas de la casa de Pilar.
Para muchos en Azkoitia la víctima se convirtió entonces en verdugo inquisitorial, mientras que el criminal era un chico con derecho a "reorganizar su vida". El gobierno municipal del PNV aceptó un pleno de desagravio con Kándido. "Yo ya era concejal de ese consistorio y me presenté ante el alcalde. '¿No serás capaz de celebrar ese pleno?', le dije, y le advertí que se atuviese a las consecuencias". Acompañaron a Pilar aquel día en el salón del ayuntamiento sus compañeros del PP y del PSE-PSOE, "lo que provocó el malestar de muchos vecinos y una hostilidad abierta de otras ediles nacionalistas". Ese desprecio también apareció entre los más cercanos. Como cada año, la quinta del 42 tenía previsto celebrar una cena y una excursión a unas bodegas. "Dos días antes me llamó la compañera encargada de organizar la actividad. 'Pilar... oye... que la gente prefiere que no vengas en esta ocasión, porque como el ambiente está tan tenso en el pueblo...' Así que decidieron ponerse al lado del verdugo y no de sus víctimas", recuerda con cierta tristeza Pilar Elías.
Además, ella tenía que ir a esas excursiones de sesentones con dos acompañantes. Son su sombra desde hace once años, y velan por su seguridad después de ser amenazada por ETA. El día de Reyes de 1998, Pilar y su compañero de partido José Ignacio Iruretagoyena coincidieron en San Sebastián. Estaba siendo una época dura para los cargos del PP y el PSOE, y los dos amigos, euskaldunes y con un árbol genealógico de profundas raíces guipuzcoanas, se preguntaban qué les podían hacer a ellos y por qué tenían que ir con miedo por sus calles. Dos días después de esta conversación, José Ignacio moría destrozado al estallar su vehículo en la localidad de Zarautz. Aquel día a Pilar le colocaron dos sombras que la acompañan hasta hoy. "La única pena es que no puedo disfrutar de mis nietos, pasear con ellos por la playa o tomarme una limonada en una terraza. Eso sí que han conseguido quitármelo".
En el pueblo los vecinos siguen divididos entre los que le dan la espalda y los que guardan silencio ante su situación. "Nada nuevo, desgraciadamente. Llevo cuatro legislaturas presentándome por el PP en Azkoitia y apenas conozco a cuatro votantes —de los casi trescientos que tuvo en las últimas elecciones—. En un batzoki no entraría nunca a tomarme un café, y cuando nos juntamos las amigas tenemos que salir fuera. Sé que hay gente que me quiere y me apoya, pero no se atreve a acercarse. Eso es muy triste en pleno siglo XXI. Esta es mi historia".
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