La editorial Faber&Faber celebra sus ochenta años de existencia con la publicación de un libro en el que recoge algunas de sus mejores portadas. Más de doscientas páginas y varios cientos de magníficos ejemplos del mejor diseño gráfico realizado durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
En contra de lo que pueda parecer por el nombre de su editorial, Faber no hay más que uno, concretamente Geoffrey Faber, que consideró que la repetición de su apellido en la denominación de su empresa resultaría más atractiva y comercial cuando, depués de abandonar su trabajo en Oxford University Press y haber fundado junto a Lady Gwyer Faber&Gwyer, decidió emprender en solitario la aventura de la edición, allá por 1929.
Para ello contó con la ayuda de destacados profesionales como T. S. Eliot –quien, además de atraer a la compañía a destacados poetas del momento como Ezra Pound, W. H. Auden, Philip Larkin o Ted Huges, editaría en Faber obras como Tierra Baldía o Asesinato en la Catedral–, y Berthold Wolpe que se encargaría del diseño de las portadas a partir de 1941.
Nacido en Offenbach (Alemania), Berthold Ludwig Wolpe destacó desde muy joven por su calidad como diseñador y tipógrafo. Profesor de la escuela de arte de Frankfurt apenas estrenada la veintena, antes de cumplir los 30 ya era autor de una de las tipografías más importantes del siglo XX, la Albertus, habitual de las cubiertas de Faber&Faber.
Tras el ascenso al poder del partido nazi al poder, Wolpe abandona Alemania y fija su residencia en Inglaterra, donde entraría en contacto con el tipógrafo Stanley Morrison y comenzaría a trabajar como diseñador para la editorial Fanfare Press hasta que el estallido de la II Guerra Mundial provocó que las autoridades británicas lo deportasen, junto a otros muchos extranjeros que residían en el país, a Australia, de donde no se le permitiría regresar hasta 1941.
Ese año, Faber&Faber, que hasta entonces había solucionado las labores de diseño de sus libros con personal freelance como Rex Whisler, McKnight Kauffer, Paul Nash o Barnett Freedman, decide contratar a Wolpe, que disfrutaría de total libertad creativa, excepto en lo referente a la elección de los papeles, primero por cuestiones derivadas del desabastecimiento provocado por la guerra y, finalizada ésta, por cuestiones económicas y empresariales que aconsejaban no utilizar papeles blanqueados porque los libros expuestos en las librerías se ensuciaban y deterioraban con más facilidad.
A diferencia de Penguin, que optó por unas retículas y códigos de color muy estrictos y cerrados para diferenciar sus colecciones, las características estéticas de Faber&Faber resultan dificiles de establecer a consecuencia de la fuerte personalidad y autonomía de decisión de Wolpe que no dudaba en, por ejemplo, seguir encargando trabajos a artistas freelance, utilizar su tipografía Albertus en la casi totalidad de las portadas de la compañía, jugar con sus diferentes cuerpos sin prestar mucha atención a las jerarquías o realizar innovaciones que no siempre agradaron a los escritores en cuyos títulos aparecieron. Este es el caso de Lawrence Durrell que, descontento con la portada de Justine, perteneciente a su Cuarteto de Alejandría, y en la que aparecía la huella de una mano que siempre se rumoreó pertenecía al hijo de Wolpe, cruzo duras misivas con el diseñador criticando y poniendo en duda la calidad de su trabajo.
En 1975, Wolpe se jubila, dejando su puesto a Matthew Evans quien, cinco años después, aprovechando el cambio de década, decide que es necesario transformar la imagen de la compañía. Una complicada labor que prefiere poner en manos de un estudio de diseño independiente. La responsabilidad recaerá en Pentagram, que propone una renovación que rompe totalmente con la línea desarrollada por Fabber&Faber hasta la fecha y en la que la libertad tipográfica o la ausencia de retícula desaparecen para dar paso a reglas más restrictivas a la hora de determinar dónde deben ir los nombres de los autores, el título de la obra y otras informaciones relevantes. A pesar de que estas nuevas directrices no acaban de convencer a la compañía, que en la década de los 90 optará de nuevo por diseñar sus portadas desde su departamento interno, Pentagram aportará a Faber&Faber un nuevo logotipo magníficamente diseñado y muy reconocible, que se convierte rápidamente en el distintivo de la compañía.
Hoy, ochenta años después de su fundación, Joseph Connolly ha recopilado en Eighty years of book cover design la historia de Faber&Faber a través de sus portadas. Un magnífico libro de más de doscientas páginas –distribuido en nuestro país por otra de las grandes editoriales inglesas: Penguin– que además del caso concreto de Faber, repasa la evolución de buena parte del diseño editorial desarrollado a lo largo de casi todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI.
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