Montevideo.- La Segunda Guerra Mundial llegó a Uruguay muy pronto de la mano de un mítico enfrentamiento, la batalla del Río de la Plata y la gesta del acorazado Graf Spee, que midió las fuerzas de la Armada británica y la Marina nazi, y marcó para siempre el recuerdo de la conflagración en América del Sur.
Uruguay, en aquel entonces poblado por miles de emigrantes europeos que aún mantenían lealtades con su país de origen, quedó galvanizado en diciembre de 1939 por la llegada del conflicto más mortífero de la historia de la humanidad a sus costas.
"Antes del Graf Spee ya hubo grupos de voluntarios uruguayos, generalmente hijos de emigrantes ingleses o franceses, que marcharon a luchar a Europa", dijo a Efe el investigador Daniel Acosta y Lara, para quien, sin embargo, "lo primero que movió la opinión pública fue la llegada del acorazado alemán a Montevideo".
El combate entre el acorazado de bolsillo "Graf Spee", orgullo de la Armada de la Alemania nazi y terror de los mercantes aliados, contra tres cruceros de la Armada británica en aguas uruguayas fue una de las primeras batallas de importancia de toda la guerra, de cuyo inicio se cumplen 70 años el 1 de septiembre.
Tras ser averiado por los cañonazos del "Exeter", el "Ajax" y el "Achilles" (que salieron peor parados), el barco alemán buscó refugio en el puerto de Montevideo, donde quedó atrapado ante la llegada de nuevos navíos de su graciosa majestad.
Ante la disyuntiva de presentar batalla en mar abierto y con apenas munición, que habría supuesto la muerte de casi todos los tripulantes del Graf Spee, su capitán, Hans Langsdorff, decidió el 17 de diciembre poner a salvo a sus marinos y dinamitar el acorazado ante la costa de Montevideo para evitar que sus enemigos se apoderaran de sus secretos.
Consciente de que de esta acción se había derivado el fin de la "joya" de la Armada alemana, Langsdorff se suicidó tres días después en Buenos Aires, a donde fue a parar la mayor parte de sus hombres, trasladados por un mercante alemán.
Antes, el capitán de navío dejó escrita una emotiva carta en la que explicó las razones de su trágica decisión.
"Sólo con mi muerte puedo probar que los marinos del Tercer Reich están dispuestos a sacrificar su vida por el honor de su bandera. Sólo a mí me corresponde la responsabilidad del hundimiento del acorazado Almirante Graf Spee. Soy feliz de poder pagar con mi vida cualquier reproche que pudiera hacerse sobre el honor de nuestra Marina", escribió Langsdorff.
Pese a las simpatías generalizas por el bando aliado, influidas por la fuerte presencia económica británica en el país y el predominio de la cultura francesa entre la clase dirigente, este episodio fue visto por el uruguayo medio "como un partido de fútbol, más como un Inglaterra-Alemania del Mundial, que como un hecho real", dijo Acosta y Lara.
"Y pese a que la gente prefería a los aliados, en este caso se siguió la tradición uruguaya de hinchar por el más débil y el perdedor, que en este caso era el Spee", aseguró.
Tras este episodio, Uruguay agudizó rápidamente sus simpatías por el bando aliado y la guerra se convirtió más en un "negocio" ligado a la exportación de alimentos que en una "confrontación moral", explicó Acosta y Lara, coautor junto a Federico Leicht del libro "Graf Spee, de Wilhelmshaven al Río de la Plata".
"Uruguay fue inteligente y se dio cuenta de dónde estaban los valores morales, si bien luego se benefició vendiendo a precios de guerra carne y otros productos a los aliados", explicó.
"La principal consecuencia de la guerra en Uruguay fue lo económico. Ya era uno de los principales proveedores de alimentos y materiales para los aliados y era dependiente. Su economía floreció gracias a cobrar precios exagerados a los aliados", afirmó el investigador.
Luego, Uruguay "continuó viviendo de los frutos de sus negocios de la guerra hasta el año 55" y no recibió tantos refugiados de los países beligerantes o nazis huyendo de la justicia, como sí hicieron Argentina, Paraguay o Brasil, aseveró.
"Los nazis no quisieron venir aquí; es un país pequeño, donde todo el mundo se conoce y donde no es posible esconderse", explicó Acosta y Lara.
Por el contrario, y aunque no hay cifras exactas, entre finales de 1945 y 1957 llegaron a Uruguay unos 500 sobrevivientes judíos del Holocausto, dijo a Efe el vicepresidente del Centro Recordatorio del Holocausto de Uruguay, Rafael Winter.
"Uruguay los recibió bien, era un país con tradición democrática y forjado por los inmigrantes. También contribuyó el hecho de que el país contara con una comunidad judía organizada y solidaria, la tenacidad de los supervivientes y sus ganas de vivir", recordó Winter.
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