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La II Guerra Mundial, el conflicto que puso en duda las bondades del progreso

EFE
Actualizado 01-09-2009 15:32 CET

Redacción Internacional.-  Con alrededor de 60 millones de muertos y una tecnología armamentística sin precedentes, la II Guerra Mundial permanece como el conflicto más devastador de la Historia, en el que ambos bandos cometieron hitos de la atrocidad humana como el Holocausto o el lanzamiento de la bomba atómica.

"Me satisface mucho que hayan sido inventados los explosivos, pero creo que no debemos mejorarlos", decía Winston Churchill. La Segunda Guerra Mundial, efectivamente, puso en duda las bondades del progreso al convertirse en un campo de pruebas del hombre para su propia barbarie.

Los resultados superaron la expectativas hasta casi llegar a la autodestrucción, y el propio Churchill acabaría escribiendo en su libro "Segunda Guerra Mundial" sobre la decisión de ejecutar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki: "Todos estuvimos de acuerdo de forma unánime, automática e incuestionable. Ni siquiera escuché la menor sugerencia de que debiéramos hacer otra cosa".

Así resumía la instrumentalización de la técnica, que había sido apuntada por los filósofos de la Escuela de Fráncfort y cristalizada con escalofriante eficiencia en los campos de concentración nazis. "Una muerte es una tragedia, millones es una estadística", sentenciaba por su parte Josef Stalin.

El exterminio sistematizado de 12 millones de personas (la mitad de ellos judíos) y la bomba atómica siguen siendo las atrocidades más significativas del conflicto, pero no las únicas ocurridas entre el 1 de septiembre de 1939 y el 9 de septiembre de 1945.

Desde la invasión alemana de Polonia a la rendición formal de las tropas japonesas en China, alfa y omega del conflicto, se produjeron otras batallas cruentas, desde Stalingrado (Rusia) hasta Dunkerque (Francia) y Guadalcanal (Islas Salomón), así como bombardeos tan famosos como los de Dresde (Alemania) y Pearl Harbor (EEUU).

Más de setenta fueron los países implicados agrupados en dos frentes: el Aliado, capitaneado por EEUU, Francia, Reino Unido y Rusia, y el Eje, con Alemania, Italia -que luego cambió de bando- y Japón como banderas protagonistas. Todo ello traducido en innumerables cicatrices históricas que, a día de hoy, siguen supurando.

El fracaso entonces de la Sociedad de Naciones alumbró -y ensombreció- a su heredera, las Naciones Unidas; el Plan Marshall de recuperación de una Europa derruida se convirtió en pieza fundamental para la hegemonía económica estadounidense, y la creación del Estado de Israel en 1948 se traduce en uno de los principales focos de conflicto en el mundo actual.

La línea en principio bien definida de vencedores y vencidos o, más bien, entre héroes y villanos sigue difuminándose en el debate de los historiadores. El maniqueísmo, que alcanzó su auge durante los años de la Guerra Fría, sigue mostrando sus fallas conforme se van destapando informes de la época.

"La apertura parcial de los archivos soviéticos a raíz de la caída de la URSS ha alterado la compresión de la guerra en el frente oriental por parte de los estudiosos occidentales", escribían en el libro "La guerra que había que ganar" Williamson Murray y Allan R. Millet.

Que en 1945 Stalin optara al premio Nobel de la Paz por "sus esfuerzos para terminar la Segunda Guerra Mundial" y las bombas atómicas fueran consideradas un acto de liberación sólo criticado por una minoría de intelectuales, entre ellos Albert Camus, son datos que revelan el poder de la perspectiva.

"Pensé de inmediato que el pueblo japonés, cuyo valor siempre admiré, podía encontrar en la aparición de un arma casi sobrenatural como ésta (la bomba atómica) una excusa que salvaría su honor y los eximiría de su obligación de hacerse matar hasta el último hombre. Además, así no necesitaríamos a los rusos", argumentaba Churchill.

Por otro lado, sigue permaneciendo una crítica hacia la comunidad internacional que ya se hizo en su momento: la de hacer oídos sordos ante los primeros pasos de expansión nazi por su "utilidad" como freno para la pujanza comunista.

Los gobernantes franceses, cuando Hitler ocupó Renania en 1935, "parecieron incapaces de tomar una decisión sin el apoyo de Gran Bretaña, lo cual podría ser una explicación pero no una excusa", esgrimía ya en 1959 Churchill.

"No cabe duda de que el Estado Mayor hubiese obligado a Hitler a retirarse y es muy posible que hubiera resultado funesto para su mandato", aseguraba.

Por ello, Murray y Millet, aunque afirmaban categóricamente que "los defensores de la equivalencia moral cometen un error", sí reconocían que "a medida que el pasado se aleja de la memoria y cobra forma sobre la página impresa, los historiadores y otros comentaristas han empezado a emplear palabras suaves para describir la victoria".

Mateo Sancho Cardiel

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