En ocasiones uno tiene la impresión de que el recuerdo de lo sucedido en París hace más de cuarenta años no se decide a abandonarnos (tranquilícense: éste no es otro artículo sobre mayo del 68, pueden seguir leyendo...). Lo digo por la persistencia que aquellas fechas han logrado alcanzar en el imaginario político de nuestros dirigentes. A la declaración de los testigos me limito:
Testigo 1: Hace unos días Joaquín Almunia (¿se acuerdan de él?) nos sorprendía declarando su regreso a los autores que abogan por "la destrucción creativa del capitalismo". ¿Se imaginan al Comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios haciendo pintadas situacionistas en los retretes de la Eurocámara e irrumpiendo desnudo en un pleno al grito de "¡Viva la revolución libertaria!"? Yo tampoco.
Testigo 2: Al llegar al Elíseo Nicolás Sarkozy apostó por "liquidar la nociva herencia del 68". Cabría preguntarse a qué herencia se refiere Monsieur le Président... Para el filósofo José Luis Pardo es precisamente la derecha quien transita hoy por muchos de los caminos abiertos por aquellos jóvenes: la animadversión por la disciplina jurídica, el desprecio por todo lo que huela a regulación estatal, la melena al viento de José María Aznar... provienen de aquellos polvos (y de ahí estos lodos).
Testigo 3: Para Mario Vargas Llosa aquel mayo francés está en el origen del actual desprestigio de la docencia al dinamitar el concepto de autoridad defendido por el peruano (¿autoridad? ¿no se estará refiriendo por casualidad a la Academia sueca don Mario?). No sólo eso, sino que la creciente brecha social que separa a los que pueden costearse una educación exclusiva y de pago frente a "las pequeñas satrapías de matones y pequeños delincuentes" que pueblan la escuela pública es culpa de pensadores como Michel Foucault. ¡Vaya! Y yo que creía que la falta de oportunidades, la marginación de los inmigrantes o la carencia de recursos educativos tendrían algo que ver en el asunto y resulta que es culpa del jodido Foucault... ¡qué merecido tenía ser calvo!
¿Pero qué demonios ocurrió en el 68? ¿Por qué todo el mundo se llena la boca con ese número? Y lo más importante... ¿Han vuelto los Infames a darle al pacharán? Bueno, como les había prometido que éste no sería un artículo más sobre aquellos sucesos me limitaré (si es que son posible los límites en este tema) a hablarles de Guy Debord, el escritor que más contribuyó a escanciar aceite sobre aquel incendio que se desató en París y que sin duda ocupa un lugar especial en la lista negra de Vargas Llosa. Puede que Debord sea en la actualidad uno los autores más citados y menos leídos del siglo pasado, pero su libro 'La sociedad del espectáculo' estaba repleto de hallazgos e intuiciones que a todos nos han logrado sorprender en alguna ocasión: la posibilidad de experimentar la vida como algo propio y no como un espectáculo ajeno en el que sólo se nos reserva el papel de consumidores pasivos, el atrevimiento de ejecutar el programa que se escondía detrás de la poesía moderna, la llamada a romper con la insoportable alteridad que nos hace sentirnos extraños en nuestro propio cuerpo...
A mediados de los 80 la historia de los situacionistas, aquel grupo de estetas revolucionarios, yacía en el suelo, rota. Debord se arrodilló y con ellos construyó 'Panegírico', una suerte de autorretrato de la margen izquierda del río, de aquel barrio donde lo negativo estableció su corte: "En el barrio de perdición al que llegó mi juventud, como para acabar de instruirse, se diría que se habían dado cita los signos precursores de un próximo hundimiento de todo el edificio de la civilización. Allí siempre había personas a las que sólo era posible definir negativamente, por la sencilla razón de que carecían de oficio alguno, no realizaban ningún estudio y no practicaban ningún arte" (podría estar hablando de los Infames, pero no, nosotros no andábamos por allí).
Leyéndolo, a veces tenemos la impresión de estar ante una suerte de criptograma. ¿Qué decir del autor de una autobiografía refractaria en continua fuga? Parece que Debord se divierta escribiendo, emborronando cuartillas como un calamar. No busquen una obra al uso. No la encontrarán aquí. Ahora Acuarela&Antonio Machado nos acercan por primera vez en castellano la edición conjunta de los dos primeros tomos de este 'Panegírico' (el tercer tomo que debía cerrar la serie fue quemado por expreso deseo de su autor la misma noche en que éste se descerrajó un tiro en el corazón que sonó como un trágico punto final). Para hacer más atractiva si cabe esta publicación los editores han recuperado un texto de Greil Marcus, el autor del fundamental 'Rastros de carmín' (Anagrama) que todos ustedes, gente con gusto, deberían leer si no lo han hecho ya.
Pero abramos el libro: "En toda mi vida no he visto más que tiempos de desorden, desgarros extremos en la sociedad e inmensas destrucciones". Vaya, es un inicio que nada tiene que envidiar al 'Aullido' de Allen Ginsberg. Leyendo esta obra —hay que apurarla del tirón— nos quedan claras dos cosas: que Debord vivió (y bebió) mucho y que fue un extraordinario escritor secreto más allá de sus tesis sobre la sociedad del espectáculo capaz de hablar brillantemente sobre las campañas napoleónicas, el mezcal, Baltasar Gracián y por supuesto... de París.
El segundo tomo está compuesto a base de fotos e ilustraciones que iluminan lo apuntado en el primero de ellos: fachadas desconchadas que se dejan acariciar por un nuevo día, imágenes desenfocadas de conjurados altivos y desafiantes posando mientras apuran un cigarrillo, antiguos mapas de ciudades que no conducen a ninguna parte... instantes suspendidos que esconden la posibilidad de escapar de una vida degradada. Y entonces todo sería posible...
PD: Si quieren saber más, los amigos de Acuarela&Antonio Machado cuentan también en su catálogo con los muy recomendables 'Los situacionistas' de Mario Perniola y 'Mayo del 68 y sus vidas posteriores' de Kristin Ross.
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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