Martín Lejarraga es de Bermeo, pero vive en Cartagena desde hace años. Allí tiene su estudio, que ha sido seleccionado por el Wallpaper en su lista anual de jóvenes arquitectos. Cree que la arquitectura puede cambiar el mundo a través del trabajo honesto y recurre a una frase de Bartleby para explicar la sostenibilidad: "Preferiría no hacerlo", es decir, no se trata de poner dos placas solares en los edificios sino de dejar de hacer viviendas innecesarias, sean ecológicas o no.
Dices que la arquitectura es como ir a la guerra todos los días, vaya riesgo, ¿no?
Sí, es el riesgo de actuar sabiendo que tus acciones están siempre siendo auditadas y chequeadas y puestas en cuestión. La energía que eso supone, la adrenalina que tienes que generar continuamente para poder estar atento. En la arquitectura hay una parte intelectual y otra que es el negocio, que no me atrevo ni a calificar porque no participo mucho en ese mundo. Pero lo que no es negocio es la guerra, y una guerra cada día más complicada y más difícil porque el ámbito del negocio va ocupando la actividad social y por tanto de la actividad arquitectónica. Las dificultades de sacar adelante cualquier obra son cada vez mayores.
Bueno, pero esa presencia extrema del negocio supongo que revierte en mayores ingresos, en que los proyectos valgan más.
No nos afecta de forma directa. Siempre hay una relación entre la envergadura de la obra y los honorarios, pero digamos que el arquitecto es sufridor de la parte del mercado pero no participa directamente de los beneficios. En realidad, es un límite a la actividad propiamente arquitectónica.
Aún así eres optimista. Hasta crees que la arquitectura puede cambiar el mundo. ¿Cómo?
Algo tan sencillo como hacer el trabajo bien, honestamente y hasta sus últimas consecuencias puede cambiar muchas cosas. La cotidianidad de los trabajos bien hechos hace que la sociedad mejore y que el mundo cambie a mejor. Construir un colegio o un teatro tiene una incidencia brutal en la cultura y en el comportamiento de la gente. Tenemos la capacidad de hacer que las cosas cambien, otra cosa es que seamos capaces de ejercerla o no. Se habla del efecto Guggenheim, situaciones donde una intervención arquitectónica cambia la vida de una ciudad, de un barrio o de una persona. Pero es que no lo hacemos bien.
¿Qué es lo que se hace mal?
En esa área de trabajo marcada por el negocio lo que importa es el dinero, así que todos los que intervienen en el proceso actúan guiados por obtener el mayor rédito posible en su actividad y esto se hace incompatible con una práctica honesta.
Has hablado del efecto Guggenheim, que, en efecto, cambió una ciudad, pero ahora ya Bilbao parece un parque temático de premios Pritzker.
El efecto Guggenheim tiene como positivo que ha demostrado que la arquitectura y las actuaciones urbanísticas tienen una influencia muy grande en la sociedad y ahora se trata de trasladar tal cual a cualquier parte y se convierte en una caricatura. La aplicación sistemática y repetitiva en todas partes y en todas las escalas es deplorable y causa un efecto fatal, porque Gehry no lo hace siempre bien y porque los intereses que van ligados son intereses de mercado y la arquitectura se convierte en una excusa absurda.
Frente a arquitectura monumento se encuentra otra digamos 'de guerrilla', de actuación en espacios públicos, de ocupación de espacios vacíos sin observar algunas exigencias legales...
Sí, la situación en muchos entornos concretos hace necesario que las intervenciones tengan ese carácter digamos al límite de lo legal, de lo económico, que tenga una condición efímera, de llamada de atención mediática para poner el foco en determinadas situaciones. Admiro mucho a Cirugeda, por ejemplo, porque sus actuaciones arrancan desde una raíz sociológica entendiendo que los problemas no están en que haya un descampado, sino que está rodeado de chabolas, donde se vende droga, entonces pasan cosas... Entonces no se trata de hacer en el descampado un jardín de fin de semana sino de actuar en el barrio a través de la arquitectura.
Ambas corrientes conviven y son muy mediáticas.
Son esferas sociales distintas y todas son necesarias. No hay reglas para cada caso, hay que buscarlas. Cada situación demanda una solución específica. El problema viene cuando se aplica la misma receta para todo: "Tengo un problema. Pues llama a Frank Gehry. No, es que está ocupado. Pues llama a Calatrava. También está ocupado. Pues llama a Moneo". Y ahí ya se ha cerrado el análisis. Tiras de lista y vas viendo quién te contesta y eso es un problema.
Has sido elegido por la revista Wallpaper en su directorio anual. El proyecto que presentaste también se basaba en la ocupación de un espacio vacío...
Se nos propuso la redacción de un proyecto específico: una vivienda que obedeciera a las condiciones sociales y económicas actuales. A mí me sorprendió ver que era de los pocos que había. Todas las propuestas ligadas a Europa, Estados Unidos y Asia no entraban en las preocupaciones que en España tenemos más presentes porque hemos asistido en los últimos años a una degradación muy bestia. Por eso mi proyecto iba en la línea de recuperar un espacio existente. Recuperar una piscina porque es un espacio innecesario y que además, en la zona que yo vivo (Murcia) es insostenible por el tema del agua, por ejemplo. Pero la verdad es que era una cosa rara en el conjunto de las propuestas que se hicieron. Incluso en la maqueta se notaba esta diferencia de preocupaciones. La mía estaba hecha con materiales reciclados, con policarbonatos, con cosas baratas, mientras que en otros proyectos ya solo la maqueta respondía a programas muy específicos con desarrollos en la propia maqueta muy costosos.
Es que quizás en estos momentos "sostenibilidad" sea la palabra de moda en España.
La mayoría de las veces que se habla de estos términos son palabras huecas que intentan dar un barniz a cualquier tipo de intervención aunque luego no tengan nada de sostenibles. Se usa con facilidad e impunidad porque muchas veces se trata de engañar a los demás. La arquitectura de verdad, la arquitectura a secas, ha sido siempre sostenible. Lo demás, lo que entendemos por negocio, nunca ha tenido que ver con eso y ahora tampoco por mucho que le pongan algo más de aislamiento y placas solares. El concepto de sostenibilidad no pasa por ahí pasa por un planteamiento previo mucho más importante que se resume en la frase de Bartebly "preferiría no hacerlo". Lo primero que hay que plantearse es si la intervención es realmente necesaria y en qué términos. Hemos convertido lo sostenible en una coartada para seguir haciendo lo mismo, para seguir construyendo miles de viviendas innecesarias en lugares donde no se debería construir.
Esto, igual que lo que cuentas de las maquetas, provoca un alejamiento entre arquitecto y usuario.
A lo largo de los años, el arquitecto ha ido perdiendo el prestigio de un técnico competente y preocupado por su trabajo. Y ese caudal de profesionales preocupados ha ido desdoblándose en dos ramas: la rama a la que le da todo igual, que van a ser una pieza más del engranaje constructivo y del mercado y otros arquitectos que quieren marcar la diferencia. La sociedad, que es inteligente, rechaza a unos y a otros. A los primeros porque la falta de compromiso la ven en sus viviendas. Y la otra rama, mucho menos numerosa, en su afán, a veces perverso, por hacer las cosas distintas, se queda en todo lo contrario, en tratar de imponer una serie de actuaciones que la sociedad no necesita o no entiende o le resultan caros e inabordables. Y se preguntan ¿no hay una forma de abordar las cosas de forma proporcional, honesta, tranquila, adecuada?
¿Y no la hay?
Sí, sí la hay, pero lo que más llega es que a veces somos desproporcionados. O no llegamos, no nos interesa nada y hacemos lo mínimo o muchas veces en nuestro afán por diferenciarnos sacamos de quicio a la sociedad, porque hacemos cosas que no demanda y muchas veces tampoco las puede pagar y se genera una tensión insoportable entre los dos polos.
¿Qué es para ti entonces buena arquitectura?
Es procurarle bienestar al hombre a través de su entorno. Puede ser un parque, un banco a la sombra, una casa, una biblioteca, un teatro...
Precisamente tú haces desde equipamientos públicos hasta viviendas o proyectos muy pequeños. ¿Qué te gusta más?
Debemos de ser capaces de hacer de todo. No me interesa la especialización. La experiencia en muchos casos es un bagaje que nos viene muy bien pero también te puede venir muy mal y ser una especie de muleta que utilizas para salvar ciertas situaciones y no plantearte otras. Creo en que haya continuidades de trabajos, que coincida que en una temporada haces oficinas, o haces dos colegios, o haces museos, pero a mí me interesa más y me mantiene más atento el hecho de enfrentarme a cosas distintas.
Y entre tanta diversidad, ¿qué tienen en común tus proyectos? ¿Cuál es tu sello?
El mío es no tener sello. No buscar una identidad concreta formal, ni material, ni que me identifiquen con nada específico. Doy una respuesta diferente en cada caso. Aunque esa diversidad de resultados dificulta que a uno le reconozcan, pero creo que volver siempre a la misma referencia es un disfraz y a mí los disfraces no me gustan. Eso sí, siempre basada en una actitud, en la empatía con el cliente, en las necesidades del entorno, en una manera de entrar en el trabajo, pero en la parte formal no tengo un sello.
Hablando de la empatía con el cliente, una parte que me divierte bastante de vuestro trabajo es el 'momento psicólogo': el cliente tiene que hablar con vosotros de sus necesidades y sus anhelos para que vosotros podáis trabajar.
Claro, es imprescindible la empatía. Si no la hay es mejor dejar el proyecto. Hay que ser capaz de entender lo que te están transmitiendo y sobre todo leer entre líneas. Hay que tener la claridad de detectar en un cliente no solo lo que te pide sino también lo que no te pide de forma expresa pero que te está dejando ver a través de su actitud, sus comentarios.
Y después de este trabajo ¿qué sientes cuando ves un edificio tuyo habitado?
Me gusta que los edificios tengan vida propia. A veces su uso supera lo que tú habías planteado, otras veces no te complace mucho. Pero en cualquier caso en el momento que lo acabas el edificio ya no es tuyo. Bueno, mejor dicho el edificio nunca es tuyo. Eso es algo muy de arquitecto. Y es este afán de control el que pone más distancia entre el arquitecto y la sociedad.
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