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Un gaseoducto tiene la culpa

Por GERVASIO SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 15-08-2009 12:23 CET

KABUL.-  No dudo que el único soldado georgiano de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), los dos de Bosnia-Herzegovina o los tres austriacos hayan viajado a Afganistán con el deseo de participar en la reconstrucción del país.

Estoy seguro de que los siete soldados irlandeses o jordanos, los nueve de Luxemburgo, los 90 portugueses o, incluso, el millar de españoles han aceptado participar en una misión complicada y peligrosa en algunas provincias porque quieren trabajar en la mejora de la vida diaria de los afganos, víctimas de violentas guerras desde hace treinta años.

Pero me niego a creer que los responsables estadounidenses y de otras potencias hayan decidido desplegar 100.000 soldados extranjeros simplemente por motivos humanitarios.

Las razones son más escurridizas y tienen que ver con la localización geográfica de Afganistán y su proximidad a las principales reservas de petróleo y gas natural del Mar Caspio.

El maná energético está en países vecinos como Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán y Kazajistán, todos dirigidos por gobiernos dictatoriales desde la desintegración de la Unión Soviética. El territorio afgano sería el lugar ideal y más barato para transportar el 40% de las reservas de gas y el 6% de petróleo del mundo.

Podemos decir que los oleoductos y los gaseoductos tienen la culpa de lo que parece un culebrón, por utilizar la expresión de Peter Marsden en su libro Los Talibanes, ya que fue a mediados de los años noventa cuando Estados Unidos volvió a tomar partido por los intereses económicos de la región.

La compañía argentina Bridas competía con la estadounidense UNOCAL por el mejor contrato con el gobierno de Turkmenistán. Ambas querían sacar el gas por Afganistán aunque lo impedía la lucha fraticida entre facciones armadas que combatían por los desechos de Kabul.

Tal como ha recogido el estadounidense David Michael Smith, profesor de Ciencia Política, en un artículo titulado Geografía, Petróleo y Gas, UNOCAL saludó efusivamente el triunfo de los talibanes. El consultor de esta empresa, Zalmay Khalilzad, pidió al gobierno de Estados Unidos que cooperase con los talibanes en un artículo publicado en 1996. Este halcón de la política estadounidense es hoy representante permanente en la ONU después de haber ocupado los puestos de embajador en Afganistán e Irak en los últimos seis años.

Meses después del triunfo talibán, ONUCAL firmó un acuerdo de colaboración con la saudí Delta Oil con el beneplácito de Pakistán y Arabia Saudita, países estrechamente vinculados al movimiento talibán, para la construcción de un gaseoducto que conectara territorio turcomano con pakistaní a través del afgano y que comenzaría a finales de 1998.

"La naturaleza asesina del régimen talibán", como escribió Jean Charles Brisard, experto en terrorismo internacional, no fue un obstáculo ni tampoco la inexistencia de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

El presidente Bill Clinton apoyó estas negociaciones que se truncaron a partir de los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia en 1988. Pero antes representantes talibanes se pasearon por la ciudad de Houston en noviembre de 1997.

El gobierno de George Bush reanudó las negociaciones con los talibanes en febrero de 2001, según denunciaron en su libro Verdad prohibida Brisard y el periodista Guillaume Dasquié. El Departamento de Estado aprobó una ayuda de 43 millones de dólares al régimen talibán a pesar del agravamiento de las condiciones de vida de las mujeres y las niñas afganas y de la permanente persecución por motivos religiosos de las minorías chiíes.

Después del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos lanzó una gran operación militar en Afganistán y preparó un recambio político. Según recoge en su artículo David Michael Smith, eligió a Hamid Karzai, que había trabajado en el pasado como consultor de UNOCAL y tenía estrechas relaciones con la CIA.

Sus primeras declaraciones como presidente provisional fueron políticamente correctas. Permitiría que las empresas energéticas y petrolíferas de Estados Unidos negociasen contratos con los vecinos ricos y posibilitaría la construcción de un gaseoducto en territorio afgano.

En una de sus primeras visitas oficiales a Pakistán se anunció que ambos países estaban interesados en un oleoducto que atravesase Asia Central. En los años siguientes los países interesados y otros vecinos como India firmaron protocolos y acuerdos con el mismo objetivo.

Pero todos los deseos se han visto truncados hasta la fecha por el incremento de la violencia talibán. La gran tubería tendría que atravesar zonas controladas por los insurgentes.

Durante los últimos cinco años los grupos armados iraquíes han atentado contra los oleoductos que transportan el crudo iraquí al Golfo Pérsico, provocando grandes pérdidas económicas. En Afganistán podría ocurrir algo parecido si en 2010 empieza su construcción tal como está previsto y se mantienen los niveles de inseguridad actuales.

Los investigadores independientes afirman que Estados Unidos está en Afganistán, en la llamada "buena guerra", por las mismas razones que invadió Irak: controlar las materias primas energéticas y asegurar rutas de distribución favorables a sus intereses.

Todo lo demás, como ha dicho el periodista y escritor Steve LeVine, "son gestos de cara a la galería".

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