WASHINGTON, D.C.- Una profesora me dijo en una clase que cuando vas a entrevistar a un famoso o una persona "importante", la mejor forma de aliviar los nervios es imaginarte a esa persona en el baño. "Te darás cuenta de que es igual de humano que tú". Pero por más que haya visto imágenes de él en la playa, quitándose la sal de los ojos como el resto de los mortales, bebiendo una cerveza o soltando una lágrima por la muerte de su abuela, yo no podía imaginarme a Obama en el baño. Lo siento.
Una reunión con él en la Casa Blanca tampoco ayuda. Doble verja para entrar en el recinto. Atrás quedan los cientos de turistas que pasan cada día por allí, fotografiando por igual la Casa y los guardias armados que pasean por el jardín. El control de seguridad tiene lugar en una sala diminuta. Imposible evitar el arco de seguridad. Sólo cabe una persona entre la puerta y el detector. El espacio lleno entre guardias y detectores de metales, armas o cualquier regalo que quieras hacerle al presidente. O a su perro. El pin de soitu.es pasó el control.
Al otro lado del detector te espera otra pareja de guardias que repiten incansables a todo el que entra que no pueden salir de la sala sin un acompañante. Espera el caminito hasta el ala oeste de la Casa Blanca. Un anexo con salas de reuniones, pasillos estrechos, alfombras oscuras, que dan una sensación de búnker al aire libre, pero aislado del mundo. Un soldado, con las manos cruzadas bajo la barriga. Abre y cierra la puerta como un autómata.
Los responsables del equipo de comunicación recogen a los periodistas a la entrada, cubriendo varias veces el camino entre el mundo exterior y el ala oeste. A los que llegamos pronto nos tocó esperar media hora al sol. Nos colocan en un punto en el asfalto del que no nos podemos mover. Apenas a unos metros, Obama está compareciendo en la sala de prensa. ¿Alguien se atreve a abrir la puerta? Durante toda la estancia en la residencia presidencial no te libras de la sensación de estar a punto de montar un pollo en cualquier momento. No sabes si puedes hacer fotos a una ventana, al soldado, o a ti misma con cara de turista que no se cree estar donde está. Así que haces la foto al soldado. Ni se inmuta. Pero no te atreves a acercarte a la sombra que le protege.
Salen a recoger al grupo de borreguillos nerviosos con un pequeño mapa de la mesa en la mano. Pasan lista. Como el estudiante que quiere saber su nota antes de que se la diga el profesor, miramos de reojo la organización de la mesa. Apenas somos diez periodistas de medios latinoamericanos, y a ninguno se le ha ocurrido pensar que estará sentado junto a 'POTUS', el nombre clave en el centro de la mesa: se trata del President Of The United States. Sí hombre, Barack Obama. El de "Yes, We Can".
Apenas cruzamos dos salas antes de llegar a la habitación donde se celebrará la reunión. En cada una de las puertas espera una persona para abrir y cerrar. Sólo les falta la enorme anilla con llaves maestras. Pero el "clin, clin, clin" sería un sonido demasiado alto para el silencio del recinto. El ruido del tráfico queda reservado para el resto del mundo. Las voces en el exterior, lejanas. Las conversaciones en el pasillo, a susurros. Y las miradas, a medias, no resulte que le estés guiñando el ojo a alguien para que te haga una foto. Al fin y al cabo, tu madre todavía no se cree que te hayan invitado a la Casa Blanca...
Ni siquiera queda un resquicio para retratar el momento con un teléfono. Antes de que empiece la reunión pasan la cesta de mimbre para recoger todos los teléfonos y se los llevan fuera de la habitación. Buscamos el cartel con nuestro nombre e inmediatamente después el de 'POTUS'. No está. Se sentará en el extremo de la mesa, que para eso es el presidente. Pero hay un hueco en el centro, sin nombre. "¿Se va a sentar a mi lado y nadie va a poder hacerme una foto?", se lamenta el lado ciudadano de una periodista que inmediatamente después recita en alto: "objetividad, objetividad. Sí, se puede".
Resulta que tengo a Obama casi en frente. A ver cómo le planto el pin de soitu.es desde aquí... Se me pasa por la cabeza que si me mira a los ojos no voy a poder decir nada, apuntar nada, ni recordar nada de lo que esté diciendo. Circulan por tu mente las miles de palabras que has leído y escuchado idolatrando al personaje que está a punto de entrar en la habitación. Después piensas que 'noooooo', que eres periodista y estás ahí para contarles a los que no se pueden sentar en la mesa lo que te ha contado Obama.
En el instante en que empiezas a calmarte te recuerdan que en la mesa sólo puedes tener un bolígrafo, grabadora y cuaderno. Ni agua. ¡Mierda!, te recuerdan que el que viene es Obama. Y yo pensando que iba a hablar con una persona como yo.
Entonces entra 'POTUS'. Los invitados trajeados en pie. ¿Somos periodistas o ciudadanos? Pero esto es un debate aparte... No pienses, que viene Obama. Resulta que da la vuelta a la mesa, estrechando la mano a los periodistas, mirándoles a los ojos mientras saluda con un "Nice to see you".
"Nice te see ‘ME’?" La mitad de tu cerebro piensa que cuando le cuentes a tu gente que el de ‘Yes We Can’ te ha dicho que "está encantado de verte", te van a soltar un "venga ya...". La otra mitad, por suerte, te recuerda que sigues siendo la misma pardilla del barrio de Aluche y que tienes que sentarte a la mesa, con cuidado de no caerte al suelo porque retiraste la silla, y encender la grabadora.
Entonces 'POTUS' arranca la diplomacia del detalle. Marca de la casa.
Trata todos los temas de la agenda: reforma del sistema de salud, inmigración, la gripe A, pérdida de trabajos, la economía, etc. La introducción dura diez minutos. En todos los casos, recuerda una cifra sobre cómo cada uno de estos problemas afecta a la comunidad hispana. Está rígido y te recuerda a una marioneta que van soltando de habitación en habitación. Ahora te toca decir esto, ahora lo otro. Sólo repite un guión. Como todos. "Ah, se me olvidaba, estoy muy contento por la aprobación de Sotomayor —primera mujer latina en el Tribunal Supremo—. Hoy es un gran día para América".
Me pregunto dónde está el Obama que saltaba a escena en los mítines con la música de U2 a todo volumen y ese aspecto imparable. La pausa enérgica con la que pronunciaba 'Yes, We Can' y dejaba al público hipnotizado, como si les acabara de poner delante la solución secreta a todos sus problemas. Aunque no te creyeras el mensaje, sólo él sabía transmitirlo. Y parecía que iba a comerse el mundo, pero se lo han tragado las tripas de la Casa Blanca.
Ahora Obama está cansado, tiene más canas de las que muestran las cámaras de televisión y muchas ganas de llevar la reunión a lo que más le gusta: la conversación. Es su oportunidad de mostrar ese don de gentes, la postura relajada de sus días en Hawai y el terreno para las bromas. Se dirige a ti por tu nombre, invitándote a preguntar. Y tú, que has hecho tantas bromas con eso de "Thank you, Mr. President", te sientes ridícula cuando, de verdad, se lo estás diciendo al dirigente más poderoso del mundo.
Me contesta que los ciudadanos estadounidenses tardarán dos años en notar los beneficios de la reforma de salud. Dos años. Primero tiene que asegurarse que las compañías aseguradoras no echen ni engañen a nadie. Desde fuera de la Casa Blanca, la inmediatez de la cobertura mediática cada vez que Obama mueve un dedo te deja con la sensación de que puede solucionar las cosas así, de un día para otro. Pero este país es enorme, una maquinaria monstruosa y consolidada, a veces en el fracaso, que lleva demasiada inercia como para detenerla y llevarla al taller. Hay que arreglarla en marcha y cruzar los dedos para que no descarrile.
Mientras controla que nada se salga del guión, Obama sigue mimando los detalles durante los 45 minutos que dura el encuentro. Mide las respuestas con el mismo cuidado que pronuncia los nombres en su idioma original. Dice Colombia y Ecuador (no c-holumbia ni ec-huadooor) Le cuesta decir Sotomayor. Y se le resiste el nombre de Zapatero. La zeta es misión imposible para los angloparlantes. Se le escapa un sapatheuro, que arregla diciendo que es "un buen amigo" con el que se entrevistará en la próxima cumbre del G-20.
Me pregunto si sapatheuro también se imagina a Obama sentado en el baño, antes de encontrarse con él.
Nuestra misión imposible es conseguir "la foto". Los teléfonos siguen fuera al final del encuentro. Las cámaras, bajo la mesa. Antes de que empezara la reunión acordamos que el borreguillo líder pediría al presidente una foto de grupo. Porque, aunque haya fotógrafo oficial, ¿de verdad va a esperar mi madre un mes a que le mande la foto con Obama? Pues no.
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