Suena complicado, pero en realidad es superfácil. Lo han hecho ya tantas otras películas... Primero coges una casa encantada, luego un niño enfermo con las habilidades sensoriales potenciadas, luego una familia disfuncional que lo mire con compasión antes de ser atacada por los espíritus que, en realidad, sólo quieren que alguien les escuche.
Bienvenidos al mundo del exorcismo de usar y tirar: en tres pasos bien sencillos, se tiene un éxito de taquilla. O si no, que se lo digan a 'Exorcismo en Connecticut', que aun con ese título tan poco atractivo y original, consiguió en primavera un número uno modesto, pero número uno al fin y al cabo, en la taquilla estadounidense. Ahora llega a España y seguro que también, con esto de que en verano el terror refresca, también se lleva unos euros euros dubidú. Y no te creas que tiene a unas estrellas de las que mola ver sufrir, sino que dos actores de calidad pero no de renombre aparecen por ahí como quien no quiere la cosa: Virgina Madsen y Elias Koteas.
¿Qué tiene de nuevo? Nada. Está basado en una historia real... Sí, y voy yo y me lo creo. Pero ahí la tienes. Con ese tono de suficiencia que no da ni para la autoparodia y con unos efectos de sonido que serían estridentes hasta para Francisco de Goya y Lucientes. Pero la película tiene su mérito. Debe de ser difícil encontrar a ese productor que lee este guión, que ve que el director en un tipo anónimo llamado Peter Cornwall y que, aún así, da unos cuantos millones de dólares para que la cosa, al menos, tenga un envoltorio digno. Lo que viene siendo la atmósfera y que es, al final, lo único que funciona en la película y lo que crea cierta sensación de que, pese a que nos la suda qué le pase al protagonista y a su escéptica familia, estamos sometidos al suspense, porque con tanto ruido no hay quien pueda pensar en otra cosa.
¿Qué tendrá, entonces, el exorcismo en sí mismo para seguir atrayendo al personal? Dicen por aquí que 'El exorcista', la madre del cordero y la guarra de tu hija, ya está un poco anticuada y que da más risa que miedo. Discrepamos, la verdad, por muy visto que esté ya lo de la cabeza 360 y los vómitos de pintarse la cara color esperanza. Había una historia, había un enrarecido conflicto de fe en todos sus personajes. En definitiva, molaba de verdad. Las secuelas ya fueron más indignas, pese a que en una de ellas salía Richard Burton. Y las imitaciones, pues bueno, hay un poco de todo. Las últimas funcionaron: 'El exorcismo de Emily Rose', en plan made in Hollywood, y 'Réquiem', la respuesta realista desde Alemania, superaban la media.
Pero el exorcismo no sólo ha servido para protagonizar películas, sino para impulsarlas. Algunos de los grandes directores de la historia del cine han decidido sacar a la fresca a sus fantasmas para alumbrar sus películas más personales, lo cual a veces funciona de maravilla y otras veces provoca una verdadera hecatombe.
Entre los que han rentabilizado tener una vida llena de putadas está Roman Polanski. Primero porque eso de ser el pequeño genio apátrida que vivió el Holocausto nazi con muy poca edad parece que le exime de asumir responsabilidades respecto a abusos a menores durante una fiesta en casa de Jack Nicholson ("la culpa es de los padres, que las visten como putas", venía a ser su argumento). Y segundo, porque le permite ganar (que no recoger) un Óscar al mejor director pese a todo y, además, por la película en la que, indirectamente, cuenta su dramática experiencia.
'El pianista', aunque hable de Wladyslaw Szpilman, es una de sus películas más elegantemente autobiográficas. Con ella aportó una sensibilidad extra a un tema con el que, inevitablemente, el cine nos ha enseñado a no empatizar tanto por pura saturación. Pero Polanski, haciendo de tripas corazón y de Adrian Brody un héroe muy discreto, consiguió plasmar como pocos la desorientación total de un civil durante tamaño conflicto bélico y tamaña barbarie histórica. Palma de Oro en Cannes, además de esos dos Óscares, confirman que el exorcismo había sido un éxito sin paliativos. Ni el padre Karras, vaya. Aunque seguir explotando a pequeños niños que se encuentran con grandes problemas en 'Oliver Twist', sin embargo, le devolvió al terreno de los cineastas poco fiables.
François Truffaut hizo más o menos lo mismo con 'Los 400 golpes', una película en la que mostraba cómo hay niños que, aunque no entran en la categoría de maltratados, sí peligran por la indiferencia a la que son sometidos por esos padres que, en plena explosión mega chachi de los cincuenta, decidieron que la realización personal arrollaría a sus responsabilidades familiares. La película, también gracias a Jean Pierre Leaud, es una obra maestra indiscutible y apuntó la sensibilidad de un maestro que luego supo estar a la altura, además de ser piedra fundacional de uno de los movimientos más influyentes para los menos influyentes: la nouvelle vague.
Pero no todo van a ser partos fantasmas naturales y sin dolor. Por desgracia, hay sesiones de espiritismo en las que el ectoplasma es puro despropósito. Horas y horas de quirófano, forceps, cesárea... y todo para un aborto. Ese cine terapéutico para el cineasta, pero de jurar en hebreo desde el punto de vista del espectador, ha tenido en España dos inmensos ejemplos. Pedro Almodóvar tenía unas ganas que no podía más de cargar contra los curas en 'La mala educación' y aunque nadie puso en duda que había elegido un tema para hacer un peliculón, le pudo la pasión y, entre que le dio por meter 'Moon River' porque sí y que Valencia no es definitivamente su terreno de juego, alumbró la que probablemente sea su peor película, pese a las excelentes interpretaciones de todo el reparto (algo inédito en él). Más sangrante todavía fue el caso de Julio Medem, que no ganaba para disgustos tras el vapuleo inmerecido por 'La pelota vasca' y la muerte por accidente de coche de su hermana pintora. Total, que con los cuadros de ésta última y sus demonios a cuestas va y pare 'Caótica Ana', que termina con una imagen sincrética de lo que era la propia película: una cagada.
No temáis. No sólo del cine español vive el exorcista chapuzas. En breve llegará la comentadísima 'Anticristo' de Lars Von Trier, que a él le habrá dejado como nuevo (encima nos tememos que no), pero no hay quien ponga en orden ese desfile de despropósitos sádicos y exhibicionistas. Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe participaron porque era de un genio y supusieron que eran ellos los que no entendían nada, idéntico razonamiento al que pasó por la cabeza del comité de selección de Cannes para, posteriormente, dar con una perturbada todavía mayor llamada Isabelle Huppert que además la incluyó en el reparto de premios. Increíble pero cierto. ¡El poder de Cristo te obliga! ¡Vade retro, Satanás!
Si quieres firmar tus comentarios puedes iniciar sesión »
En este espacio aparecerán los comentarios a los que hagas referencia. Por ejemplo, si escribes "comentario nº 3" en la caja de la izquierda, podrás ver el contenido de ese comentario aquí. Así te aseguras de que tu referencia es la correcta. No se permite código HTML en los comentarios.
Lo sentimos, no puedes comentar esta noticia si no eres un usuario registrado y has iniciado sesión.
Si ya lo estás registrado puedes iniciar sesión ahora.