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Un doble "hibakusha" sigue luchando contra el armamento nuclear en Japón

EFE
Actualizado 05-08-2009 11:31 CET

Tokio.-  A sus 93 años, el japonés Tsutomu Yamaguchi, superviviente de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, sigue luchando contra las armas nucleares porque sus "dos muertes" le enseñaron que destruyen la dignidad humana, según explica en una entrevista con Efe.

Aunque el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, habla de un mundo sin armamento nuclear, Yamaguchi, ingeniero retirado, cree "prácticamente imposible" que esto ocurra en unos pocos años de mandato.

"Ese país causa guerras por interés de las empresas, no podrá con ello", afirma el anciano, que está sordo de un oído y perdió a un hijo a consecuencia de las radiaciones recibidas cuando tenía sólo seis meses.

Este doble "hibakusha", como se conoce en Japón a las víctimas de las bombas atómicas, trabajaba en 1945 como ingeniero en la sede de Nagasaki del fabricante de armamento Mitsubishi Heavy, pero habitualmente viajaba a otras ciudades de Japón como Hiroshima, a 300 kilómetros de distancia.

A las 8 de una mañana calurosa del 6 de agosto de 1945, el ingeniero estaba de camino a la fábrica de Mitsubishi de Hiroshima cuando, en el cielo, vio dos paracaídas que caían y, poco después, una luz de intenso color blanco.

"Nadie sabía lo que ocurrió hasta que lo anunció el Gobierno pero pensé que había caído el Sol a la Tierra", confiesa Yamaguchi a Efe en un relato escrito con letra temblorosa que ocupa seis folios, debido a que oye mal y prefiere no hablar por teléfono.

La destrucción causada por el bombardero estadounidense "Enola Gay" mató a 140.000 japoneses ese día. Un día despúes Yamaguchi tenía previsto regresar a su ciudad natal, Nagasaki, donde sigue residiendo.

El anciano explica que recuperó la conciencia después de recibir la onda expansiva de una bomba que dejó a Hiroshima "completamente destruida, oscura y llena de aceite, sangre y sudor".

Otra de las víctimas, relata, le dijo que su cabeza y sus brazos estaban totalmente quemados pero, pese al dolor, trató de buscar un lugar seguro entre las montañas de cadáveres, mientras empezaba a caer una lluvia negra sobre la ciudad.

Como cuenta en su libro "La vida regalada", publicado en 2006, tras pasar la noche en vela, al día siguiente consiguió tomar un tren con centenares de personas hacia Nagasaki, donde le recibió su familia después de casi 24 horas de viaje.

Allí nadie se creía lo que contaba de Hiroshima pero cuando tres días después, el 9 de agosto, vio la misma luz en el cielo antes del mediodía, entonces sí la reconoció y se dijo: "Me persigue".

Al término de 1945, 74.000 personas habían fallecido en Nagasaki y otras 140.000 en Hiroshima por las heridas causadas por las bombas atómicas, aunque fueron muchas más las víctimas en años posteriores debido a las radiaciones.

Según datos del ayuntamiento de Nagasaki, hubo 34 dobles "hibakushas" que vivieron ambas tragedias pero hoy en día quedan apenas 20 testigos.

Para Yamaguchi la sombra de la bomba atómica siempre ha estado presente en su cuerpo. En el verano de 1945 sufrió una fuerte reducción de glóbulos blancos y la pérdida del oído izquierdo, y después se operó de cataratas y perdió la vesícula.

Aun así, Yamaguchi no hablaba de su dura experiencia abiertamente pues, según cuenta, "me sentía incapaz de explicar todo aquello".

Todo cambió cuando en 2005 su hijo murió a los 59 años debido a un cáncer que achaca a la radiactividad recibida cuando era sólo un bebé.

Ya con 90 años, en 2006 Yamaguchi protagonizó un documental y se sacó su primer pasaporte para dar conferencias en Nueva York con las que insistir en que las bombas atómicas no tienen justificación, ni siquiera para acabar una guerra.

"Me sentí responsable. He muerto dos veces y nací dos veces en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme", confiesa a Efe.

Yamaguchi no siente de todas formas rencor hacia EEUU en parte porque después de la II Guerra Mundial trabajó como traductor para los marines norteamericanos y como profesor de inglés en una escuela.

"La paz no tiene razas ni fronteras", afirma Yamaguchi, que a su avanzada edad piensa que su experiencia ha sido "un peso injusto", pero se concentra ahora simplemente en "vivir como los demás".

Yoko Kaneko

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