TOKIO.- Por alguna razón, cada vez que me monto en la bici me vienen a la cabeza Pantxo, Bea, Javi, Tito y hasta el Piraña silbando la cancioncita. Pero coincide que esto es Tokio y de ponerle algún color al verano, sería más bien el gris del asfalto, los edificios y hasta del cielo, que rara vez se ve azul.
Aquí coger la bici no significa que sea un sábado por la mañana de esos que nos levantamos con ganas de hacer deporte, sino que es "el arroz nuestro de cada día": es un medio de transporte con todas las de la ley que poco tiene de hobby y mucho de rutina. Y digo con todas las de la ley, porque lo primero que se hace cuando se compra una bici es rellenar un formulario por el que, previo pago de impuestos municipales, el vehículo queda registrado a tu nombre. Da fe de ello una pegatina a modo de matrícula que se pega en el cuadro, y es bastante habitual que haya controles de la policía en el que simplemente comprueban que ese número y tu carnet de identidad coinciden. Y cuidado, está multado ir dos en una bici, conducirla con una sola mano porque vas hablando por el móvil o con un paraguas, o (y esto es lo más importante porque la multa es de aúpa), ir borracho en bicicleta.
No se necesita un coche para vivir en Tokio. La ciudad tiene un metro con 13 líneas y 10 líneas ferroviarias de tren que llegan prácticamente hasta cualquier rincón con una puntualidad japonesa. Pero es que además es carísimo ir en coche: como no se puede aparcar en la calle, es obligatorio presentar un certificado sellado en el que se atestigua que se tiene un estacionamiento a la hora de comprar un coche. Y el alquiler de un garaje en Tokio supera fácilmente los 300 euros al mes, así que ya empezamos mal. A todo esto, súmale el caos que supone moverse por Tokio entre callejuelas estrechas y atascos, y ya tenemos razones suficientes para olvidarnos de las cuatro ruedas y pasarnos a las dos o a un buen paseo en tren.
En esta ciudad japonesa, en un mismo día, uno puede encontrarse con bicis de todo tipo: plegables, de montaña, de carreras, con dos ruedas por delante (sí, habéis leído bien), de las que tienes que ir tumbado, con batería... pero sin duda la que más se ve en Tokio es el modelo 'mamachari', que no es ni más ni menos que nuestra bici de paseo de toda la vida y que se puede adquirir por algo más de 10.000 yenes —unos 73 euros—. Supongo que por versatilidad, porque pienso que es fea como ella sola. La gente va en bici a todo: a la estación de tren, a la compra al supermercado, a llevar a los hijos al colegio, al trabajo... Espera, espera, vamos un poco más despacio, que esto hay que desglosarlo para entender sus implicaciones:
— Al trabajo: con trajes y encorbatados se dirigen por la mañana a la oficina pedaleando mientras su maletín descansa en la cesta del manillar. Como es un medio de transporte enfocado más a los desplazamientos diarios —más que a hacer deporte—, es habitual verles fumando un cigarrillo como si fuesen en coche, lo que siempre me ha resultado curiosísimo. Al ser de uso diario, tenemos un montón de accesorios que podemos acoplar a la bici: artilugios para llevar el paraguas abierto en el manillar, soportes para transportar latas y bebidas verticalmente, fundas para que no te de el viento en las manos en invierno...
— Llevar a los hijos al colegio: es habitual ver bicicletas equipadas con dos pequeños asientos, uno delante y otro detrás, en los que las madres llevan a sus dos zagales a ese noble templo del aprendizaje que es el colegio. La inmensa mayoría de estas bicis están equipadas con batería que se carga en casa y hace que veas cómo llevan a los chavales como si no les costase nada mientras un servidor suda la gota gorda yendo solo. Mi récord está en tres niños, incluyendo otro pequeño asiento entre el sillín y el manillar.
— Al supermercado: esto puede sonar a compras de última hora a todo correr, pero no es así. La gran mayoría de las bicis tienen cestas, a veces dos, para llevar la compra sin problemas. Cuando digo la compra, digo la compra, no un par de yogures y la barra de pan. Por ello, todo supermercado que se precie tiene un parking de bicis (a veces de dos pisos).
— A la estación de tren: en los alrededores de la gran mayoría de las estaciones de metro y tren de Tokio veremos una gran cantidad de carteles de prohibido aparcar bicis... junto a un montón de bicis aparcadas. Y es que mucha gente combina este vehículo de dos ruedas con el transporte público. En cada barrio hay voluntarios, normalmente jubilados, que se dedican a ordenarlas para que estorben un poco menos. Eso en el mejor de los casos, porque lo que suele pasar es que te dejan una nota avisándote de que allí no se puede aparcar, una multa si reincides o que te quedes sin bici directamente por irrespetuoso.
Yo voy en bici a la oficina por una carretera de tres carriles que cambio por la acera según me conviene, y me olvido de los apretujones del tren a la par que hago deporte y ahorro dinero. Y esta será, casi seguro, la costumbre que más echaré de menos cuando vuelva a Bilbao. Porque sé, por experiencia propia, que es prácticamente imposible ir tanto por la carretera como por la acera, y no es por infraestructura (porque en Tokio no hay carriles bici) sino por la cultura. Mientras siga dando rabia que un tío en bici nos pase por al lado cuando caminamos por la acera, será imposible implantar el asunto, y eso por no hablar del peligro de ir por la carretera. Mientras, yo seguiré pedaleando, que se me están poniendo unas piernas que ni Armstrong y me lo paso pipa rememorando tiempos mozos. Y oye, como que uno llega a la oficina más contento...
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