SANTO DOMINGO.- Con apenas siete meses de vida, el metro de la ciudad de Santo Domingo (República Dominicana) abrió su puertas al público el 29 de enero de 2009, convirtiéndose en unos de suburbanos más jóvenes del mundo. Las obras tardaron más de lo previsto (nada sorprendente) y aunque no estaba terminado, el Gobierno decidió hacer una pre-inauguración justo antes de las elecciones, en mayo de 2008. El pueblo tuvo que esperar casi un año más para disfrutarlo. También dicen que expertos de diferentes países, que cuentan con metros renombrados, fueron consultados y contratados para su planificación y construcción, entre ellos técnicos del Metro de Madrid.
Decido coger el metro en la parada de la ciudad universitaria de la UASD, Universidad Autónoma de Santo Domingo. Sólo hay una línea, así que no tengo muchas opciones de adónde ir: hasta el final y volver. En total son 16 paradas (unos 15 kilómetros), con un recorrido de aproximadamente 30 minutos, y sus nombres hacen referencia a grandes héroes nacionales de la oposición Trujillista, como las hermanas Mirabal y el estudiante Amín Abel, políticos como Juan Bosch o Balaguer e incluso una parada que honra a los desaparecidos Taínos, indígenas habitantes de la isla a la llegada de Colón. La única línea de este metro comunica Villa Mella, uno de los suburbios más poblados del norte de la capital, con el centro de la misma y, según puedo aprender, ha conseguido ahorrar a sus habitantes hasta una hora y media de transporte.
La verdad es que el metro de Santo Domingo no parece pertenecer a esta ciudad. Mi primera sensación, al bajar por las escaleras mecánicas, es como entrar en un gran y lujoso 'mall' subterráneo, donde todo parece más luminoso, moderno y limpio que en el exterior, ¿irónico, no? Hay guardias de seguridad a la entrada y salida de cada estación y también en cada tren (CESMET se llama el cuerpo especial de seguridad del metro). ¡Desde luego no parece fácil colarse en este metro! Los trenes me recuerdan a los más modernos del metro madrileño, como los de la línea 10. El aire acondicionado funciona de maravilla, tanto que me recuerda al modernísimo BTS de Bangkok en el que literalmente te congelas, y como no viaja mucha gente aún, casi siempre hay sitio libre y las barras para agarrarte cuando vas de pie ¡están divididas en tres para que todos se puedan agarrar! El shock es tan grande que me hizo recordar el anuncio del metro de Madrid con una sola parada en medio de cualquier pueblo de algún lugar en Asia.
En lo único que se parece el metro al Santo Domingo que yo conozco, es en la lentitud con la que el señor de la "boletería" emite los billetes. Hay dos opciones: o te compras una tarjeta recargable que te permite pagar varios viajes sin ningún descuento y con el que puedes entrar y salir automáticamente, o compras un billete de un viaje que el señor te rellena a mano. ¡Como para ir con prisas! Mientras esperaba la cola pasaron dos trenes, al parecer pasan cada 4-7 minutos. Con el billete manual, que cuesta RD$20 (unos 40 céntimos de euro), tienes que entrar por una portezuela que te abre un empleado que te corta el billete, y lo mismo a la salida, un proceso nada eficiente que choca con la modernidad y lujo de lo que hay alrededor. Por cierto, que cada andén tiene una entrada diferente, y si te confundes de dirección (algo difícil considerando que las entradas están en lados opuestos de la calle), sólo puedes dar la vuelta en cuatro paradas, en las demás ¡hay que volver a pagar!
El ambiente es limpio, silencioso y casi aséptico, palabras que no usaría para describir Santo Domingo, y no hay absolutamente nada en las estaciones que no sea estrictamente necesario: ni publicidad, ni gente cantando, ni pintadas, ni estatuas, ¡nada! El metro es subterráneo hasta "Máximo Gómez", aquí al parecer la ingeniería ha tenido que rendirse a la presencia del caudaloso río, y sale forzosamente al exterior, de manera las últimas seis paradas (o primeras, según se mire) el metro parece más un tren de cercanías circulando por encima del nivel de la tierra.
Me llama la atención que aquí en el interior de los vagones todo es tranquilo y no es tan entretenido como observar a la gente de los metros de otras ciudades: nadie lee, nadie escucha música, casi no se escuchan conversaciones, la gente simplemente está. Me recorro los únicos tres vagones del tren y descubro que el conductor es una mujer, que por cierto es la que anuncia las paradas, y la que al final del trayecto dice muy amablemente, "esperamos que hayan disfrutado del viaje en el metro de Santo Domingo, que pasen un buen día y que Dios les bendiga". Esto me llamó la atención, ¡aunque no tanto como que el conductor del otro tren se confundiera de nombre al anunciar la siguiente parada!
Los dominicanos tienen diferentes opiniones respecto al metro, aunque todos quieren montarse para probar. Los hay que piensan que el Gobierno bien podría dedicar la inmensa cantidad de dinero que cuesta el mantenimiento diario de un metro 'á la mode', a subvenciones sociales más necesarias, como agua, luz, sanidad o educación. "Los hay que agradecen esta inversión porque les ha permitido ahorrar tiempo y dinero, y ahora pueden llegar de forma más segura y más limpios al trabajo. No hay esa sofocación de la 'guagua', y uno se evita la imprudencia de ésta y los carteristas..", dice Kimairi, que ha cambiado las tres guaguas que cogía por el metro para llegar a la Universidad. Este suburbano desde luego tiene pretensiones de progreso, aunque de momento a una escala mini (la próxima línea está prevista para dentro de dos años) y por ahora parece más una intención que una solución real para la mayoría de la población. Como canta el anuncio de la televisión, otro gasto importante del gobierno: "Vete en metro. Súbete al progreso. Metro de Santo Domingo".
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