MADRID.- A pesar de que el Gobierno paquistaní ha declarado que la gran ofensiva contra las milicias en el valle del Swat está llegando a su fin, la situación sobre el terreno --en particular, la incapacidad para detener a los comandantes de las milicias y a su cúpula ideológica-- dista del panorama triunfalista que describen las autoridades de Islamabad, también porque los combates entre tropas y guerrilleros parecen mantener una elevada intensidad y, finalmente, porque una eventual retirada de los milicianos no garantiza que éstos puedan contraatacar con renovada intensidad.
Y mientras, casi tres millones de refugiados tras los combates preparan su regreso al hogar, inseguros de la garantía que les ha proporcionado Islamabad, que se ha comprometido a reasentar a todos los desplazados en un espacio de tiempo no superior a los 40 días, una promesa bastante difícil de cumplir, habida cuenta de la conocida lentitud de la burocracia paquistaní.
LA OPERACIÓN
La ofensiva de Pakistán en el valle de Swat responde en parte a las exigencias realizadas desde Estados Unidos, quien desde el inicio de la campaña en Afganistán ha pedido a Islamabad que se aplique intensamente contra las milicias talibán que operan en la frontera con Afganistán. Islamabad estuvo, según el Ejército estadounidense, "contemporizando" durante largo tiempo hasta que la administración Obama decidió acelerar el proceso, con la entrega de 1.500 millones de dólares --propuestos en abril, aprobados hace una semana-- en concepto de ayuda económica.
La operación dió comienzo en abril con el despliegue de 40.000 soldados en el valle. Dos meses y medio después, más de 1.000 milicianos y un centenar de soldados han fallecido en los enfrentamientos. Con la victoria y recuperación del bastión protalibán de Mingora, el Gobierno de Islamabad entraba en un estado de justificada euforia que les llevó a anunciar el más que presumible éxito del ataque, que tenía como objetivo último la muerte o captura de los líderes talibán paquistaníes. A día de hoy, sin embargo, todos ellos siguen en libertad.
Entre ellos destaca el clérigo Sufi Mohammed, defensor a ultranza de la ley islámica, sigue libre. Su yerno, el también clérigo Maulana Fazlulá, director de logística de los guerrilleros, se encuentra a la huida. Y el gran líder talibán paquistaní, Baitulá Meshud, sigue ilocalizable. "Todos ellos dirigen a sus hombres desde varios lugares distintos. Por eso tenemos que capturar a sus líderes", explica el analista Talat Masood, general retirado del Ejército paquistaní. "Éste es el quid de la cuestión, porque las milicias siempre terminan reagrupándose en torno a esta gente y vuelven a contraatacar, cada vez con más apoyo exterior".
Ciertamente, esta es la tercera ofensiva militar contra Fazlulá desde noviembre de 2007. En las dos ocasiones previas, los milicianos fueron expulsados a las montañas, donde esperaron resguardados hasta que se declaró un alto el fuego, inmediatamente tras el cual regresaron con más efectivos, reiniciando los combates. En esta ocasión, el Gobierno paquistaní se ha comprometido a perseguirles incluso hasta los refugios, redoblando la dificultad que presenta la operación.
"Por favor, tengan en cuenta que estamos en una zona donde el Gobierno carece total y absolutamente de autoridad", se justificaba el portavoz del Ejército paquistaní, general Athar Abbas. "Las operaciones en esa región son dolorosamente lentas. Lo son por culpa del terreno, por culpa de la falta de apoyo, por culpa de la falta de información".
A día de hoy, mientras la primera remesa de refugiados está a punto de completar su regreso, la intensidad de los combates se mantiene en algunos puntos de Swat y Buner. Los desplazados son conscientes de que esta ofensiva militar ha sido la más importante y la más eficaz de los últimos años, pero si hay una certeza que todos comparten es que el Ejército no ha logrado amedrentar a las milicias hasta un punto en el que depongan las armas o se escondan para siempre en las cuevas de las montañosas regiones adyacentes.
DIFÍCIL REGRESO
La victoria lleva consigo un alto precio para la población civil, en parte porque el Ejército paquistaní emplea tácticas bélicas convencionales: primero bombardea la zona, después interviene a pie. Esta táctica "devasta ciudades, mata a civiles, aniquila la propiedad privada y elimina la escasa infraestructura que quedaba en la zona", según el experto Claude Rakisits del grupo de análisis Geopolitical Assessments en un articulo para el diario 'The Australian'.
Este es el escenario al que tendrán que regresar los desplazados. Gente como Jahanzeb, que ya se encuentra de camino a su hogar en Matta, la base de operaciones desde donde Fazlulá proclamaba sus discursos radiofónicos para alimentar la moral de sus guerrilleros. "Tengo unas ganas enormes de regresar a casa, pero sé que el Mulá de la Radio (Fazlulá) y sus talibán siguen en las colinas, y mientras permanezcan allí nuestros problemas no terminarán jamás".
De igual modo, algunos de los desplazados se quejan de que no han recibido los 300 dólares prometidos por el Gobierno para facilitar su regreso. Otros denuncian que están siendo expulsados de los campos de refugiados por el pésimo estado en el que se encuentran estas instalaciones. "Si las autoridades no son capaces de gestionar un campo de refugiados, ¿qué nos espera cuando lleguemos a casa?", lamenta Rashid Khan en declaraciones a 'Newsweek'.
Los 300 dólares son insuficientes. "¿Qué diablos se esperan que haga con este dinero cuando yo antes llevaba un mercadillo?", se queja Shah al 'Huffington Post'. La distribución de alimentos entre los refugiados es irregular y, sin intermediarios de fiar, lentísima y desorganizada. La temperatura es de casi 50 grados y no tienen electricidad. La mayoría de sus hogares han sido saqueados primero, quemados hasta los cimientos después.
Y las milicias siguen ahí, escondidas. Y lo que es peor, se espera aún más del Ejército paquistaní. Estados Unidos quiere que Islamabad ataque de una vez por todas el sitio clave: Waziristán del Sur, punto de encuentro de las milicias paquistaníes y de los talibán afganos. "Y ahí", explica Rakisits, "no hay grandes ciudades, no hay grandes asentamientos. Todo es terreno montañoso de empinadas laderas y profundas gargantes, es terreno insurgente. Es el hogar de los talibán, donde cuentan además con un importante respaldo popular".
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