Horteras, disparatados o decididamente feos. Así son la mayoría de los souvenirs que invaden las zonas turísticas de todas las ciudades del mundo. Incluida Barcelona, donde una exposición titulada 'Efecto souvenir. Fetiches de viaje' propone una inteligente inmersión en la cultura del objeto producido para inducir al viajero a la nostalgia y el recuerdo. El efecto no es nuevo.
Colón trajo de su primer viaje patatas y abalorios indígenas. Los cachorros de la aristocracia británica volvían de su 'Grand Tour' por el sur de Europa en el siglo XIX con unas cuantas 'vedute' de Canaletto en el equipaje y los reyes de la dinastía de los Austria iban acumulando reliquias y huesos de santo en sus periplos. Pero, como existe el fenómeno contemporáneo del turismo 'low cost', también existe el souvenir todo a cien. Lo resume así el antropólogo italiano Duccio Canestrini: la realidad en el mundo del souvenir es "un senegalés, en Florencia, que vende a turistas alemanes souvenirs etruscos fabricados en Hong Kong".
Óscar Guayabero, activista del diseño, acude a las ferreterías y droguerías de las ciudades que visita. En estos establecimientos encuentra objetos curiosos, como unas zapatillas-mopa coreanas, un increíble artilugio para que las mujeres puedan usar los urinarios masculinos o una colección de cerillas con las efigies de los más famosos astronautas rusos. Guayabero es el cerebro de esta reflexión sobre los objetos que ponemos en la maleta cuando estamos lejos de casa. En ellos depositamos el recuerdo idílico del viaje. Contienen altas dosis de contenido narrativo y simbólico. De nostalgia y de irrealidad. Nadie discute que el icono de París es la torre Eiffel, pero en Londres siguen vendiéndose los autobuses rojos de dos pisos que están ya retirados de la circulación en su mayoría. El Guggenheim de Bilbao fue una apuesta previa para situar en el mapa internacional a Bilbao pero la Ópera de Sydney pasó en sus inicios bastante desapercibida. Guayabero asegura que el souvenir "dice mucho más del turista que la compra que de la ciudad que representa".
Está el turista devoto, que compra en el Vaticano souvenirs con la efigie del Papa, el amante del papel couché que desayuna con una taza desde donde le sonríe Lady Di o el nostálgico de la revolución que lleva al Che estampado en la camiseta. O la adicta al shopping, que querrá los mismos zapatos Manolo Blahnik que lleva la protagonista de 'Sexo en Nueva York', prestados para esta exposición. Pero el fetichista de los objetos por antonomasia fue el magnate Randolph Hearst, que convirtió su mansión californiana en un cafarnaum de objetos comprados en Europa, souvenirs con los que deslumbraba a sus ilustres invitados de fin de semana.
En la actualidad, dice Guayabero "el turismo de alta velocidad no puede ser sofisticado". Y ahí , en una película rodada en los emporios del souvenir van apareciendo las paellas de plástico, los gatos chinos que mueven la pata, los toros y las flamencas. Se lleva la palma del disparate, presentada en una vitrina como una rareza, una gorra con la palabra Barcelona grabada sobre la fuente de la Cibeles. Con la etiqueta de 'made in China' en la costura, representa la deslocalización de la producción del souvenir. En la misma línea, la obra de Diller Scofidio+ Renfro titulada 'Chain City' (2008) se proyecta en dos grandes pantallas provocando la confusión total en el espectador. Desde la misma perspectiva que tiene un gondolero la Venecia real se confunde con el Hotel Venician de las Vegas y las otras falsas Venecias que se han construido fragmentadas en Macao, Hong Kong, Qatar y Tokyo.
Hasta en los acontecimientos políticos y bélicos hay lugar para el souvenir. Vemos un trocito del muro de Berlín con la etiqueta de autenticidad o una serie de bolígrafos de Sarajevo realizados con balas utilizadas en la guerra de Bosnia. En otro apartado se proyectan fragmentos de vídeos captados de redes sociales como Twitter, Flickr o Facebook, que muestran similares escenas típicas del turista garrulo, que empuña jarra de cerveza y eructa….
Hay iconos o fetiches que se convierten en metasouvenir. En 1990 el artista Carlos Pazos provocó una tormenta política y la ira de Jordi Pujol, entonces presidente de la Generalitat, con su obra 'Barcelona Black and White' en la que sustituía el niño Jesús que está en el regazo de la Virgen de Montserrat por Copito de Nieve, el mono blanco mascota del Zoo de Barcelona. Aunque en Cataluña la Moreneta es, junto con el Barça, un símbolo intocable so pena de cargar con la etiqueta de antipatriota, la pieza de Pazos se ha convertido en un clásico… ligeramente subversivo. Incómodo es el trabajo de Constantin Boym, que ha tenido problemas en Estados Unidos por sus pequeñas esculturas en las que muestra la Torres Gemelas y el Pentágono con las muescas de los atentados que sufrieron.
La selección incluye finalmente buenos souvenirs, objetos ingeniosos de buena factura que contribuyen a dinamizar el sector del diseño. Uno de ellos es el Porrón-copa de Martín Azúa y Gerard Moliné. Otro, la serie textil y de cocina sobre el tema de las tapas de Alexis Rom.
Esta exposición puede visitarse hasta diciembre en un palacio de la calle de Montcada de Barcelona, frente al Museo Picasso, sede provisional del que es el proyecto estrella cultural de la ciudad en los próximos años. En realidad, la exposición ha sido organizada por el Disseny Hub Barcelona (DUB) , el futuro centro dedicado al diseño que ha comenzado a construirse en la Plaza de las Glorias. Hasta que terminen las obras, hacia el año 2011, las exposiciones que organiza desde el 2008 se expondrán por espacios céntricos de la ciudad. Ramon Prats, editor de Actar y comisario general del proyecto, asegura que el DUB define una nueva tipología de equipamiento. "Los centros de diseño básicamente gestionan un patrimonio existente con una mirada retrospectiva. Nuestra posición tiene que ser otra, con la mirada puesta en el futuro. El modelo Hub significa trabajar en red y de forma colectiva, no aisladamente. Nuestros especialistas podrán proceder de diversas partes del mundo. Y haremos hincapié en que el diseño no es arte, es una actividad de negocio e industrial".
El nuevo centro, cuya primera piedra se colocó la semana pasada lleva el sello del veterano equipo MBM (Martorell, Bohigas y Mackay). El edificio, llamado ya popularmente "la grapadora" a causa de un saliente pronunciado en la fachada, es un edificio en su mayor parte subterráneo y rodeado de un estanque de agua. Oriol Bohigas lo define como "pensado para el clima mediterráneo", con atención a la sostenibilidad energética. De 30.000 metros de extensión, se irá abriendo por fases y su programa está supeditado a la instalación justo debajo, de una estación intermodal de transporte público. El DUB se anclará en un lugar hoy inhóspito, urbanísticamente confuso, que cambiará totalmente de fisonomía la confluencia entre Gran Vía, Diagonal y Meridiana, el lugar de encuentro de la trama concebida por el ingeniero Ildefonso Cerdà hace ya 150 años y que sigue vigente.
Una plaza de forma cuadrada, con abundancia de agua, sustituirá al viejo escaléxtric circular que obstaculizaba el crecimiento de la ciudad hacia el Besós y que interrumpía el flujo peatonal hacia el 22@, el barrio de moda donde las industrias de la tecnología se han aposentado en las antiguas fábricas semiabandonadas que se habían convertido en talleres de artistas. Las primeras víctimas de la prosperidad y el redescubrimiento de Poble Nou, nombre real del barrio, fueron, precisamente los artistas, arrojados del paraíso sin contemplaciones mediante astronómicos aumentos de alquiler.
El síntoma de que Barcelona iba a ponerse estupenda a partir de la plaza de las Glorias se detectó tras la edificación de la torre Agbar, del francés Jean Nouvel. La torre, un homenaje muy sutil a Antoni Gaudí, se convirtió pronto en el nuevo icono de Barcelona. Sin embargo su autor quedó desencantado ante la tendencia urbanística de aproximar demasiado los nuevos edificios singulares entre sí, con lo que la torre perdía la hegemonía de 'campanile' con que fue diseñada.
En Poble Nou se está produciendo una tensión entre lo existente y lo que llega, entre la tradición del exigente asociacionismo ciudadano y los nuevos vecinos que circulan en bici y toman el sol mientras chatean en el nuevo parque —vallado— de Jean Nouvel. Barrido el mercadillo improvisado de segunda mano, eufemismo para calificar el botín usual de objetos robados, que se plantaba en las Glorias, resiste aún Els Encants, el mercado local de origen gitano y rumbero. Aunque se ha llegado tarde para salvar enormes fábricas de ladrillo en desuso que daban identidad al barrio y preservaban su historia de luchas obreras —Barcelona fue en ese barrio la anarquista Rosa de fuego—, algunos nuevos edificios salvan la papeleta. La nueva sede de la Universidad Pompeu Fabra, el centro cultural de Can Framis fundado por el mecenas local Vila Casas o el edificio movible para oficinas de la Zona Franca que ha proyectado Enric Ruiz Geli superan con nota el examen y permiten olvidar mediocridades. En el 22 @ acaba de aterrizar la angloiraní Zaha Hadid, que finalmente y tras presentar hace casi una década su primera obra en España, un complejo de multicines que nunca llegó a realizarse, construirá un edificio universitario en forma de torre en zigzag.
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