Pekín.- Los planes chinos de ser una superpotencia económica a mediados de siglo, centrándose sólo en el desarrollo, han sufrido un duro golpe con los disturbios de Urumqi, confirmación del descontento de las minorías que se atisbó en Lhasa en 2008 y que podría obligar a Pekín a redefinir sus estrategias a largo plazo.
Las minorías étnicas, que representan menos del 9 por ciento de la población pero habitan en dos terceras partes del área del país -aunque en muchos casos compartiendo territorio con la mayoría han- eran vistas hasta hace poco por Pekín como una curiosidad folclórica, un mero atractivo para los turistas.
Ya Mao Zedong se retrataba con representantes de las 55 minorías en los carteles multicolores de la Revolución Cultural, y hoy en día, en las asambleas anuales del Legislativo, los diputados de esas etnias, ataviados con trajes tradicionales, suelen ser la "nota de color" en el mar de trajes oscuros de los han en el hemiciclo.
Mongoles, manchúes, miaos, zhuangs o coreanos eran una prueba de la "sociedad armoniosa" china, del crisol de culturas que vendía la propaganda comunista.
Pero los ataques de dos de estas etnias, los uigures de Urumqi y los tibetanos de Lhasa, a inmigrantes han en su tierra, unidos a las críticas de sus comunidades en el exilio por la dura respuesta de las fuerzas de seguridad, convierten la cuestión étnica en un grave problema que lastra los planes nacionales de crecimiento para un país que ya se codea con EEUU y Japón.
Las revueltas desestabilizan todo el país, obligan a destinar grandes sumas de dinero en la seguridad del remoto oeste y hacen que el régimen comunista, pese a sus intentos de integración en la comunidad internacional, sea el objeto de recelos y desconfianzas fuera de su territorio.
El año pasado, el apoyo de la comunidad internacional a la causa tibetana causó a Pekín las mayores críticas desde las matanzas de Tiananmen en 1989, e incluso amenazó con arruinar la "presentación al mundo" que había preparado con los JJOO de Pekín.
En esta ocasión, los disturbios de Urumqi no han producido una marea de críticas occidentales contra Pekín como la de 2008, quizá por la falta de una figura mediática como el Dalai Lama "al otro lado", pero sí amenazan con una consecuencia igualmente funesta para China: la ira del mundo musulmán, cuyos sectores más extremistas ya empiezan a lanzarse en defensa de sus "hermanos" uigures.
La alarma saltó ayer, domingo, con la llamada de clérigos iraníes a que "los musulmanes del mundo se unan" para condenar a Pekín y hoy se confirmó con las protestas de musulmanes indonesios en Yakarta invocando la tan temida "guerra santa" contra los chinos.
Estos días, la propaganda china ha lanzado su ofensiva insistiendo en que los disturbios de Urumqi y Lhasa son meros hechos aislados que no son fruto de descontento social, sino de fuerzas independentistas exteriores a las que incluso acusa de terroristas, desde el Congreso de la Juventud Tibetana al Congreso Mundial Uigur.
Pero algunos gestos muestran que Pekín está asumiendo el problema de sus minorías como prioritario para la supervivencia del país.
El hecho de que el "número nueve" de la jerarquía china, Zhou Yongkang, visitara los principales núcleos de población uigur (Hotan y Kashgar) y prometiera más esfuerzos de Pekín para desarrollar una zona hasta ahora olvidada, marca un primer paso.
Y también el hecho de que el viceprimer ministro, Li Keqiang, asegurara en la ciudad suroccidental de Chongqing, que "deben crearse más puestos de trabajo y viviendas para los campesinos" en la mitad occidental del país, donde se concentran muchas de las minorías étnicas.
Grupos pro derechos humanos como Human Rights Watch aseguran que, en efecto, la pobreza y el olvido del Gobierno central hacia las etnias son el germen de la violencia, pero afirman que Pekín ha de hacer mucho más que dar trabajo y vivienda.
"A menos que el Gobierno se dirija a las causas reales de las tensiones étnicas y termine sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos, las posibilidades de más violencia continuarán", destacó al respecto Nicolas Becquelin, experto en China de HRW.
Según Bequelin, pueblos como los uigures han quedado fuera de las políticas de desarrollo del "lejano oeste" chino, basados en subsidios, urbanización, explotación de yacimientos de petróleo y gas... gestionado por y para los han.
En minorías como la musulmana, señaló el experto en un informe sobre las causas de la violencia de Urumqi, esas políticas iniciadas en los años 50 causaron discriminación laboral y pérdida de tierras de cultivo, a lo que se unió una progresiva limitación de su religión y cultura.
El proceso para solucionar la cuestión étnica es largo y complicado, según destacó a Efe Yang Shengming, profesor de la Universidad de Minorías de China.
"Las nacionalidades chinas llevan viviendo juntas 2.000 años, a lo largo de los siglos han tenido muchos enfrentamientos y todavía no ha sido posible resolver los problemas dejados por la historia", diagnosticó.
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