Arcalis (Andorra).- La calma precede siempre el inicio de la batalla y la etapa de Arcalis, lenta, tranquila, acabó con un golpe de fuerza de Alberto Contador, que no pudo resistirse cuando llegó la alta montaña, su terreno predilecto, para imponer su autoridad sobre el Tour de Francia.
Harto de los debates previos, de la batalla psicológica a la que le obliga su convivencia en Astana con Lance Armstrong, el madrileño decidió mostrar quién es el más fuerte de la carrera y no aguardó.
A falta de algo menos de dos kilómetros para la cima, demarró del pelotón de los grandes, hasta ese momento sumido en una calma demasiado sospechosa, de esas que preceden el ataque.
"Si los demás no atacaban era porque no andarían bien, así que me he decidido a probar suerte", señaló Contador, que no contó con nadie. "A esa velocidad no estás para charlas", se justificó.
Como Patton y Montogomery en plena Guerra Mundial, Contador y Armstrong llevan una carrera interna. Los generales aliados pujaban por ver quién le arrebataba más terreno a los nazis y los dos ciclistas pelean por sumar golpes de efecto, por el liderazgo de su equipo.
Por un guiño del destino, ambos se han quedado a las puertas del galón definitivo, el maillot amarillo. Armstrong lo rozó por 22 centésimas y Contador se ha quedado a seis segundos. Márgenes de la Fórmula Uno.
"Mucho mejor que no tengamos el maillot, así tendremos ayuda en los próximos días. Espero que el AG2R de Rinaldo Nocentini trabaje para conservar el liderato", aseguró el director de Astana, Johan Bruyneel.
El belga, siempre parapetado en su sonrisa, penaba para no dejar traslucir cierto disgusto. El que le provocaba el ataque de Contador, un golpe que no estaba en los planes de Astana.
"Lo único que habíamos previsto era que no queríamos vestirnos de amarillo", afirmó Bruyneel.
¿Había órdenes de guerra? "Nadie tenía instrucciones específicas de atacar", señaló el director. "Les dije: mirad, hablad entre vosotros y no actuéis por vuestra cuenta", agregó.
A Contador le tocó poner el gesto del inocente. "Íbamos a ver cómo estaba la carrera", comentó el madrileño. Pero añadió que para saber si las manzanas estaban maduras había que mover el árbol.
El hachazo de Contador no entraba en los planes de Bruyneel aunque sí en los de Armstrong. "No era la estrategia del equipo", afirmó el tejano, que sin embargo señaló con ironía que el ataque del madrileño no le pilló de sorpresa.
La víspera ya había augurado que Contador trataría de marcharse y había prometido no interferir en la carrera si su compañero se escapaba solo. Mantuvo su palabra no sin cierto enfado.
Más problemas para un Bruyneel que tiene todas las cartas en la mano y, sin embargo, no logra calmar su propio bando.
El director belga juega sus peones a sabiendas de que tiene una posición ganadora, pero no cuenta con la guerra de los nervios, la que pasa en la cabeza de los ciclistas, siempre propicios a la paranoia.
No contaba con el abanico de La Grande-Motte en la tercera etapa y no contaba con el ataque de Contador en Arcalis. Juega sus peones, pero sus peones también juegan.
La superioridad de Astana es tal, que por el momento nada parece poner en duda su victoria final. El Tour gira entorno a ellos y Bruyneel se divierte a observar el tablero de ajedrez desde la altura. "El líder soy yo", llegó a decir hace unos días.
Pero en la carretera hay otro líder. Contador no quiso perder tiempo para volver a mostrarlo. Lo hizo en la contrarreloj inicial en Mónaco, perdió crédito tras el famoso abanico, pero no ha tardado en volver a escenificar que nadie es más fuerte que él en la carretera y, el más fuerte, debe ser el líder.
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