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Armstrong y punto

EFE
Actualizado 08-07-2009 19:02 CET

Perpiñán (Francia).-  Lance Armstrong centra todos los debates, todas las miradas, todos los episodios del Tour de Francia, se ha situado en el centro neurálgico de la carrera, de todo el ciclismo desde que en septiembre del año pasado anunció que volvía a las carreteras tres años después de haberlas abandonado.

La sola mención de su nombre acapara tanto protagonismo, que no queda hueco para ningún otro asunto subido en dos ruedas, como si la potencia de sus siete Tours, de su carisma 'hollywoodiense', acarreara todo a su paso.

Basta con ver el revuelo que se forma alrededor de Armstrong para darse cuenta de que, fuera de la competición, el Tour gira entorno a él. Y las hemerotecas registrarán que también la carrera estuvo pendiente del tejano.

Su nombre ha borrado de un plumazo a uno de los protagonistas de los últimos Tours, el dopaje, del que apenas se habla.

El Tour ha engordado con Armstrong y el aporte extra de periodistas estadounidenses que han venido a contar las gestas de su ciclista más querido.

El resto del mundo también está pendiente de un hombre que es capaz de llamar tanto la atención.

Desde el prólogo de Mónaco, en el que mostró que está en los tiempos de los mejores, se abrió el debate sobre el liderazgo en el Astana, que el tejano disputa al español Alberto Contador. Su golpe de efecto en La Grande-Motte lo amplificó, al ser el único favorito que se metió en el corte que llegó con 41 segundos de ventaja a la meta.

Sus declaraciones, ambiguas o envenenadas, han jalonado el Tour. "No hace falta ser un ingeniero del espacio para saber que cuando hace viento hay que rodar alante", dijo tras el abanico de La Grande-Motte.

"¿El maillot amarillo? Ya tengo muchos en casa", aseguró cuando se dejó el liderato por 22 centésimas de segundo.

Sea como fuere, todo gira alrededor del de Austin, quien afirma que su retorno al ciclismo no tiene otro objetivo que promocionar su asociación contra el cáncer.

¿Alguien le cree? Los próximos días se verá, pero mientras se mantiene la duda, el tejano acumula protagonismo.

Algo que viene haciendo desde que anunció su retorno. Entonces se estaba disputando la Vuelta a España y el foco mediático se olvidó de la carrera que ya dominaba Contador y dejó Zaragoza para trasladarse a Austin.

Enseguida se abrió el debate sobre si el paraguas de Astana era suficiente para albergar a Contador y a Armstrong.

Al principio, la noticia creó incredulidad, pocos creían capaz a un ciclista de volver, con 37 años y tres de reposo, a la elite del pelotón. Sólo su condición de superhombre, el de los siete Tours, le daba algo de crédito.

"Si dice que vuelve, será para ganar", dijo entonces Chechu Rubiera, su compañero en el US Postal y el Discovery, que había anunciado su decisión de retirarse y, a petición del tejano, decidió prolongar su carrera.

Contador, que todavía no se creía del todo la noticia, veía al tejano como "un buen compañero" y aseguraba que estaría orgulloso de correr con un hombre al que había admirado. Le veía como una vieja gloria, no como un rival.

Pero Armstrong seguía poniendo ladrillos al edificio de su retorno, siempre rodeado de un gran ruido mediático.

Situó en el mapa el Tour de Down Under, hasta entonces casi desconocido y que atrajo a decenas de periodistas hasta la Adelaida australiana.

Se dijo que los organizadores de esa carrera le pagaron un millón de dólares. Difícil de invertir mejor ese dinero a vista del resultado obtenido en términos de repercusión mediática.

En Tenerife compartió con Contador la primera concentración del Astana y aseguró que no había vuelto para quitarle el sitio a nadie. Pero Armstrong ocupa tanto espacio que no deja sitio para muchos más.

A Castilla y León llegó rodeado de una gran espectación y con el morbo de enfrentarse por vez primera a Contador. Pero cuando atravesaban la localidad palentina de Cevico Navero dio con sus huesos en tierra y su clavícula se quebró. Algo que no le había sucedido en sus siete años triunfales en el Tour.

Un vecino del pueblo edificó en el lugar de la caída un monumento en su honor.

La recuperación fue rápida, casi milagrosa, y contra todo pronóstico pudo afrontar el Giro de Italia, su primera cita con una gran vuelta.

Acabó duodécimo pese a que había tenido poco tiempo de preparación y a que se dedicó a ayudar a su amigo, compañero y compatriota Levi Leipheimer. Más literatura, más leyenda, más atención.

Y con ese aura llegó al Tour, dejando una estela de atención, como un príncipe que desde la atalaya de su castillo marca el tomo de su reino. Como si con él se acabara el debate.

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