El ex vicepresidente económico del Gobierno Pedro Solbes medita dejar el escaño en el Congreso de los Diputados, probablemente en la primera quincena de septiembre. El diputado alicantino, que salió del Ejecutivo en la pasada crisis de abril, tiene ofertas europeas y nacionales, vinculadas a tareas de asesoramiento, todas ellas factibles pese a los dos años de incompatibilidades a los que están obligados sus señorías.
Lord Solbes, como bromean algunos de sus amigos —"si este país fuera Inglaterra ya le habrían dado el título", acostumbran a decir— prefiere no estar en su escaño durante el debate presupuestario que se desarrollará en el Congreso este próximo otoño. En sus mejores tiempos, a Pedro Solbes el poco pelo cano que le queda se le hubiera puesto de punta si hubiera tenido que avalar los Presupuestos Generales que debe de sacar adelante su sucesora, la vicepresidenta Elena Salgado. Y eso por no hablar, por ejemplo, del techo de gasto que se aprueba hoy gracias al apoyo de Coalición Canaria y UPN y a las abstenciones de CiU, IU-ICV, BNG y Nafarroa Bai.
"Más que con los Presupuestos, Solbes se siente incómodo, por incrédulo, con los objetivos planteados para el 2012. Cómo volver a la senda europea del déficit del 3% desde un 10 o un 12% previsto para este año; por no hablar del que viene", comenta un colaborador del vicepresidente, quien está seguro de que en la decisión de Solbes también pesa la sensación de que incluso para la vicepresidenta Salgado será un alivio no tenerle detrás. "Los silencios de Solbes son más elocuentes que las declaraciones histriónicas", comenta un diputado de su mismo partido, viejo amigo del ex vicepresidente del Gobierno.
Quien ha sido el ministro socialista que más tiempo ha gestionado la economía durante la democracia (casi siete años con González y Zapatero) se marchará del escaño más feliz que una perdiz, como viene sucediéndole desde que dejó el Gobierno. "Es un descubrimiento. El tipo está relajado, jovial, divertido y hasta cuenta chistes. Es un Solbes desconocido", explicaba un directivo bancario, que esta semana ha pasado algún rato con el ex ministro en Santander. En la capital cántabra ha dejado epatados a una buena parte de los asistentes a los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo —donde participó en un seminario sobre drogas—, que sólo conocían al funcionario gris, sesudo y serio que ha trabajado en los últimos años en temas tan áridos como la economía. Esta imagen se vio acentuada en los últimos meses en Economía y Hacienda, mientras trataba de vadear los enormes desacuerdos de estrategia entre la Moncloa y su Ministerio para afrontar la crisis.
Durante estos cuatro meses fuera del Gobierno, el ex vicepresidente ha recibido ofertas, "de trabajo a tiempo parcial" puntualiza un colaborador, de varios colegas europeos. Pero en estos momentos medita algunas posibilidades que se le han presentado y le permitirían mantener su residencia en España.
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