En junio llegó Lorenzo, por fin, a mostrar garra y poderío. ¡Qué ganas le teníamos, Dios! Le hicieron la ola las hortensias, agradecidas ellas, las pletóricas cerezas, ruborizadas y henchidas ante tal arrebato de calorina y la señora cerveza con todo su pelucón de espuma, que no se pierde una jarana del estilo ni borracha, ¡para algo una es la estrella invitada!
Homenajeamos el nacimiento de Ane la pulardona con platos de tipos valientes, —y qué platos señores, muchos gramos de arrojo en cazuela— entre percebes de dedo tocino y salmonetes con espinas comestibles que le dejan a uno patidifuso. Inauguraciones, museos con solera, y brasas de hoguera santiguadora; las de San Juan, ¿cuáles si no? A ver si las meigas nos dejan seguir gastando suela de alpargata por tiempo, ya sea en baldosa cañera como en césped erizado e insurgente. Puro esplendor en la hierba. Amigo Kazan, tenía usted razón, la belleza siempre subsiste en el recuerdo. Y en nuestras cronocrónicas. Con un par.
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