La retirada total de las fuerzas de combate de EEUU de todas las ciudades, pueblos y localidades de Irak estaba programada para ayer 30 de junio —es un deber, en realidad—. Muchos norteamericanos e iraquíes temen que el progreso alcanzado durante los dos últimos años —la drástica reducción de la violencia y las bajas civiles, la creciente sensación de seguridad en zonas donde antes cundieron el terror y el derramamiento de sangre— se invierta y quede minado. El espectacular aumento de ataques suicidas con bomba en las últimas tres semanas, a medida que se intensificaba la retirada de soldados de EEUU hacia grandes bases militares de las afueras, está ampliamente considerada como el cariz del futuro que se avecina.
Sin embargo, merece la pena hacer tres consideraciones:
En primer lugar, la retirada no ha sido decisión del presidente Barack Obama. Más bien, se acordó durante la Administración Bush, y, más concretamente, con la insistencia del Gobierno iraquí. Fueron los iraquíes quienes la quisieron y quienes ordenaron que nos marcháramos. Incluso si John McCain hubiera ganado las elecciones presidenciales de 2008 nos estaríamos retirando de las poblaciones iraquíes de aquí a la próxima semana.
En segundo lugar, debido a la intencionada diplomacia en el lenguaje de esta retirada acordada, un buen número de tropas de EEUU (nadie está diciendo cuántas, pero varios millares casi con toda seguridad) permanecerán en las ciudades. Estas tropas denominadas "tropas de apoyo" —no "fuerzas de combate"— asesorarán y ayudarán a los soldados iraquíes en logística e inteligencia, facilitándoles soporte aéreo (es decir, bombardeos desde aviones reactores y helicópteros) y, como procedimiento tipo, proteger a aquellas tropas que están desarrollando estas tareas. Estas serán, en otras palabras, las oportunidades de las tropas de EEUU de matar y morir.
Aún así, estas tropas de apoyo dejarán de estar directamente implicadas tanto en un ataque deliberado y directo como en la protección activa de la población sobre el terreno. Su misión consistirá más bien en prestar ayuda y su presencia será mucho menos notable. Si las facciones y milicias iraquíes terminan enfrentándose en una guerra civil, como casi ocurre —algunos sostienen que de hecho ocurrió— en 2006, poco podría hacer el Ejército de EEUU para evitarlo.
En tercer lugar, la violencia, al menos hasta ahora, no se ha intensificado en el grado en que sugieren muchas informaciones periodísticas. Es cierto que ha aumentado de golpe desde enero y febrero de este año, momento en que los tiroteos y ataques suicidas con bomba cayeron a sus niveles más bajos desde el comienzo de la guerra hace seis años. Sin embargo, el aumento de la incidencia de ataques mortales en mayo y junio —el motivo de toda la alarma— representa meramente un retorno a los niveles de los últimos meses de 2008, presentados en ese momento como el trimestre más pacífico en Irak desde que se desató la insurgencia a principios de 2004. De hecho, evidentemente, incluso en su dimensión más calmada, la posguerra de Irak siempre ha sido, en niveles promedio, un escenario de miseria (véase aquí la información etiquetada como "Monthly table" (gráfico por meses).
¿Acaso la actual racha de violencia marca una cresta momentánea en las curvas que marcan cambios en la tendencia, o asistimos a los primeros pasos hacia el retorno a la era de extremo terror? Es cualquier caso, es demasiado pronto para saberlo.
Si la violencia no continua empeorando, entonces sus causas —y tal vez sus consecuencias— parecen ser bien distintas de las de hace unos años. Según Anthony Shadid (periodista del Washington Post, uno de quienes posee un conocimiento más profundo del tema en el gremio, que ha permanecido en Irak mientras la atención se desplazaba hacia Afganistán), los conflictos actuales no están motivados tanto por agitaciones sectarias sino por luchas por el poder político.
El objetivo de los salvajes ataques suicida con bomba de las últimas dos semanas, informa Shadid, es el de demostrar que el primer ministro iraquí Nuri al Maliki realmente no dirige el país, sino que tan sólo es una marioneta de los norteamericanos, que ni el él, ni sus fuerzas de seguridad pueden proteger al pueblo iraquí por su cuenta —y que, por tanto, su régimen es ilegítimo y debe ser derrocado—. Maliki comprende perfectamente el alcance de esta amenaza y ha respondido a ella de forma directa, pintando la retirada inminente de las tropas de EEUU como una victoria para Irak —su Irak— como demostración de que ha logrado la verdadera soberanía, que puede proporcionar seguridad y que no es una marioneta de los ocupantes extranjeros después de todo.
Es mucho lo que está en juego, precisamente porque la lucha, desde su punto de vista, es suya, no nuestra. También esto es elección exclusiva de Maliki. Incluso ha decidido someter la cuestión de la retirada norteamericana a referéndum popular —a sabiendas de que los votantes iraquíes la aprobarán mayoritariamente por un amplio margen—.
Conviene recordar que esta retirada forma parte de un renovado Acuerdo sobre la situación legal de las fuerzas (Status of Forces Agreement o SOFA) firmado por el Gobierno de Maliki y la Administración de George W. Bush en noviembre de 2008, que no permitía a Estados Unidos mantener tropas en Irak de ninguna clase. El artículo 24 del acuerdo —cuyo borrador se redactó por insistencia iraquí— obliga no sólo a que "todas las fuerzas de combate de EEUU" abandonen "pueblos, ciudades y localidades (...) no más tarde del 30 de junio de 2009", sino también a "todas las fuerzas de EEUU" (no sólo a las "fuerzas de combate") a retirarse del territorio de Irak, "incluyendo aguas territoriales y espacio aéreo, no más tarde del 31 de diciembre de 2011".
Si la Administración Bush no hubiera aceptado estos términos, el SOFA entonces vigente habría expirado y Estados Unidos habría tenido que retirar todas sus tropas y equipamiento de forma inmediata, dado que habrían dejado de tener legalmente derecho a permanecer allí. (Acuerdos similares regulan los derechos y restricciones de las fuerzas armadas de EEUU en todos los países extranjeros donde están).
Algunos analistas militares han especulado sobre la idea de que en algún momento Maliki se verá presionado y revisará el SOFA para consentir que las tropas estadounidenses se queden. Sin embargo, esta perspectiva es improbable, no sólo desde un punto de vista político, sino legal. El artículo 30 del SOFA establece que cualquiera de las partes puede notificar a la otra su voluntad de poner término al acuerdo —pero también que dicho fin no tendrá efectos hasta transcurrido un año desde dicha notificación—. El Parlamento iraquí podría en teoría redactar un borrador de un nuevo SOFA, pero si el país se está viniendo abajo —la premisa de este escenario— no es probable que las facciones combatientes aprobaran una revisión, especialmente una que permitiera a las tropas de EEUU permanecer allí —y, por tanto, continuar apoyando al régimen de Maliki—.
Para bien o para mal, no hay mucho que podamos hacer ante esta situación, se desarrolle como se desarrolle. Si el gobierno iraquí —al que ayudamos a ser soberano— quiere que nos marchemos, entonces lo haremos, y así debería de ser. Es cierto que Obama ha heredado el SOFA, pero es un legado conveniente. Sin la retirada de Irak no dispondría de tropas suficientes para reforzar la lucha en Afganistán —o dinero suficiente para financiar su programa interno—.
No era necesario llegar a esta situación. En 2007, el entonces presidente Bush estableció un conjunto de 18 'puntos básicos' que el régimen de Maliki había de cumplir. Muchos de ellos implicaban fijar diferencias políticas entre las facciones chiítas y sunníes, empezando con fórmulas para compartir los ingresos por petróleo, el poder parlamentario, y así sucesivamente. Era una idea sensata. El repentino aumento de las tropas de EEUU, unido a la estrategia contrainsurgente del general David Petraeus, supuso un gran avance en el objetivo de reducir la violencia. Sin embargo, como Petraeus decía a menudo, esta estrategia tan sólo daba a las facciones iraquíes un respiro para poder actuar conjuntamente y forjar un orden político.
Los puntos básicos podrían haber constituido una forma de empujar a los iraquíes a entrar en este acuerdo político. "Cumplid los puntos básicos (unos cuantos a la vez) y os colmaremos de recompensas; incumplidlos, y os daremos castigo". Pero Bush no se aseguró de que se cumplieran; no tomó medida alguna, ni en un sentido ni en otro; los puntos básicos no tenían sentido, y, por tanto, fueron ignorados.
Cuando el SOFA había expirado, la mejor baza que tenía Maliki para demostrar su poder, y de conservarlo, era un calendario para la retirada de EEUU —desvinculado de las condiciones de progreso político—.
Quién sabe qué ocurrirá en los próximos 18 meses a medida que la presencia de las fuerzas armadas de EEUU se vaya notando progresivamente cada vez menos hasta desvanecerse. Podría estallar una guerra civil en Irak, o Maliki (u otro en su lugar) podría arreglárselas para mandar con mano de hierro. El escenario menos probable es el sueño de Bush/'neocamelo' de una democracia de corte occidental consolidándose a lo largo del Eúfrates y extendiéndose como un reguero de pólvora por todo Oriente Medio.
En cualquiera de ambos casos, tanto en lo teórico como en lo práctico, está fuera de nuestro control.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.
(Traducción: Carola Paredes)
Si quieres firmar tus comentarios puedes iniciar sesión »
En este espacio aparecerán los comentarios a los que hagas referencia. Por ejemplo, si escribes "comentario nº 3" en la caja de la izquierda, podrás ver el contenido de ese comentario aquí. Así te aseguras de que tu referencia es la correcta. No se permite código HTML en los comentarios.
Lo sentimos, no puedes comentar esta noticia si no eres un usuario registrado y has iniciado sesión.
Si ya lo estás registrado puedes iniciar sesión ahora.