Buenos Aires.- El electorado argentino se cobró el domingo una factura pendiente con el oficialismo, cuya contundente derrota deja al Gobierno en minoría parlamentaria y fuerza a la presidenta, Cristina Fernández, a buscar consensos para mantener la gobernabilidad durante el resto de la legislatura.
El varapalo electoral no dio tregua al peronismo oficial: perdieron en Buenos Aires, en la capital, en Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Entre Ríos... los principales distritos electorales del país.
Siete de cada diez electores votaron contra el Gobierno, la mayor derrota de la "era K", inaugurada con Néstor Kirchner en 2003 y revalidada por el triunfo de su esposa en las presidenciales de 2007.
Tras el zarpazo, Kirchner, vencido en Buenos Aires, tradicional bastión peronista, y hasta en Santa Cruz, su tierra natal y donde fue gobernador durante doce años, no tenía más salida que presentar su renuncia como líder del Partido Justicialista (PJ, peronista).
"Cuando un resultado no es el que uno pensó en su momento debe tener las actitudes que le corresponden", dijo hoy al anunciar su renuncia "indeclinable" a la dirección del PJ, que, desde hoy, estará liderado por Daniel Scioli, gobernador bonaerense.
Scioli, que fue vicepresidente de Kirchner y le acompañó en su candidatura, afronta la difícil tarea de recomponer el peronismo antes de las próximas elecciones, en 2011.
La renuncia confirma que "sabemos escuchar e interpretar" y es una prueba de "responsabilidad y respeto por la voluntad popular", dijo hoy el ex presidente.
Sin embargo, apenas unas horas después, en medio de un clima de rumores sobre una supuesta remodelación en el Gabinete, la presidenta convocaba una rueda de prensa, la segunda desde que inició su mandato en 2007, para descartar cambios de Gobierno y minimizar el impacto de la derrota.
Para el analista Alejandro Cattenberg, de Poliarquía, se están dando impresiones confusas porque mientras la renuncia de Kirchner apunta a un cambio, la presidenta "no parece abrir la puerta demasiado ni hacer una lectura crítica".
Analistas y oposición coincidieron, después de una agitada jornada política, en que los resultados precipitan el final de la llamada "era K" y obligan al Ejecutivo a negociar.
"Las posibilidades de que el próximo presidente de Argentina lleve el apellido Kirchner son casi nulas", opinó Cattenberg.
La presidenta atribuyó la derrota al desgaste de seis años de gestión, desde el triunfo de su marido en 2003, y a errores que "serán analizados".
Entre estos errores, según los analistas, ha sido determinante el enfrentamiento del Gobierno con el sector agrario, que el pasado año mantuvo en jaque al país durante meses, y el descrédito de los datos económicos manejados por el Instituto de Estadística.
La lista se completa con el mal manejo de la epidemia de dengue que sacudió al país hace unos meses y con la expansión de la gripe A, que se ha cobrado al menos 28 muertos en el país.
Ahora, desde la oposición y distintos sectores del peronismo crecen las voces que piden a la presidenta una reflexión y un cambio de rumbo.
A juicio del gobernador de Chubut, Mario das Neves, peronista pero enfrentado con el matrimonio presidencial, Fernández "necesitaría tener un mayor margen de maniobra, no sentirse presionada por nadie y oxigenar el Gabinete".
El analista Rosendo Fraga recordaba hoy que las experiencias anteriores de gobiernos sin mayoría parlamentaria fueron traumáticas: Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa.
Para Cattenberg, se abre un periodo de transición que constituye un "gran desafío" para la oposición y el oficialismo para garantizar la gobernabilidad.
En esta coyuntura, será fundamental el papel de Scioli como nuevo líder del peronismo, para tratar de recomponer fuerzas y ganarse el apoyo de los disidentes y los gobernadores que tienen sus propios centros de poder en las provincias.
Para lograrlo, es fundamental que se granjee el respaldo del ex presidente Eduardo Duhalde, mentor de Kirchner en los comicios del 2003 e impulsor de la candidatura del principal rival en los comicios del ex presidente, el empresario Francisco de Narváez, de la opositora Unión-PRO.
Duhalde controla todavía una buena parte del aparato peronista en la provincia de Buenos Aires, tradicional bastión del PJ, cuyo voto, como se demostró de nuevo el domingo, es decisivo para dibujar el mapa político del país y definir presidentes.
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