"Reunión anual de la empresa. 120 personas preocupadas porque ha habido despidos. El director general que explica los recortes y anuncia que los salarios están congelados por la crisis. Me cede la palabra y va y ¡saca la BlackBerry y se pone a contestar correos!". Me lo cuenta, más divertido que escandalizado, un amigo directivo cuando le pregunto por el boom de los teléfonos inteligentes en el trabajo. "Ha sido algo progresivo. Pero desde que llegó el iPhone hace un año cada vez hay más smartphones. Lo raro es ir a una reunión y que alguien lleve un teléfono normal", añade. "La proporción BlackBerry/iPhone suele ser de 80/20 o 70/30. En cuanto pasa el primer foco de atención, todo el mundo los va cogiendo". Su pareja, también versada en juntas de todo pelaje, precisa que antes sólo los altos cargos llevaban este tipo de terminales pero que "ya han llegado al segundo nivel, a los mandos intermedios".
El uso de los teléfonos con internet no parece tener respeto por ningún momento ni lugar. "El director Comercial de mi empresa acompaña a los comerciales a ver a los clientes y los abandona en las reuniones por el móvil", dice ella. "Y cuando me siento al lado del jefazo veo que lo que hace con la BlackBerry es responder a su mujer". La conversación enseguida se complica con los asuntos domésticos, cuando ella le echa en cara a él su adicción al iPhone. "¡Pero si el otro día estaba cenando y te oí gritar ¡bieen! porque estabas jugando con la aplicación de encestar bolas en una papelera!". Él reconoce su culpa y se explica. "Claro que lo hago, pero tengo mis límites. Cuando tienes que ir a doscientas reuniones en las que no pintas nada y ves que tienes el iPhone es la salvación". Sólo ha visto apagados colectivos de móviles en algunos comités realmente importantes.
Quejarse de que los demás se comportan de forma idéntica a uno mismo es algo muy humano. Intel lo confirma en un estudio reciente: al 90% de los estadounidenses le molesta la falta de cortesía de los demás cuando usan sus dispositivos móviles, incluyendo teléfonos, portátiles, ultraportátiles y smartphones. Pero sólo el 38% reconoce haber tecleado un mensaje cuando se encontraba en compañía de otras personas. Y eso que la locura por los smartphones, para la que aún no hay normas de etiqueta, no ha hecho sino empezar. Según un informe de de GfK, en España en el primer trimestre del año todas las ventas relacionadas con las telecomunicaciones bajaron... excepto los teléfonos inteligentes. Pronto se extenderán al mercado de consumo: según el Observatorio de Nokia presentado la semana pasada, el 24% de los jóvenes españoles se conecta a internet con el móvil. Hace un año la cifra era de sólo un 8%. Otro experto en reuniones ilustra la fiebre con una experiencia surrealista: explica cómo asistió a una reunión en Bruselas de una multinacional en la que se comunicaba que la mitad de la plantilla se iba a la calle, pero que la otra mitad tenía BlackBerry gratis. "¡Y se pusieron contentos!", dice horrorizado.
El New York Times se escandalizaba hace unos días por el creciente número de maleducados que teclean durante las reuniones. Eso en España es una minucia. "En ningún sitio del mundo se coge el teléfono en una reunión y aquí sí", dice Jaime García, director de Análisis de IDC España, que explica el desarrollo de una reunión cualquier hoy en día: "Se dejan los móviles encima de la mesa, desenfundando como los vaqueros. Siempre tiene que ser el último modelo de BlackBerry o de iPhone. Nadie lo apaga. Hay que estar constantemente mirándolo". A ello ayuda la especial forma que tenemos de entender las reuniones "que se convocan con hora de inicio pero no de fin". Cuenta con sorna cómo cuando más se nota la adicción a los terminales es en las proyecciones. "Ves la sala a oscuras... y las caras de la gente iluminadas por el resplandor de los móviles". En su opinión, el boom comenzó hace 12 ó 18 meses, y ayudaron los primero modelos de BlackBerry dirigidos al público de masas y las mujeres, como la Pearl, aunque sólo el iPhone marcó un antes y un después.
Pero el ejemplo más ilustrativo de la repentina pasión española por los móviles es la de nuestros políticos. En la reunión más importante del país, la del Congreso de los Diputados, no sólo no se apagan los teléfonos sino que nunca dejan de sonar. Es vox pópuli entre los periodistas habituales del hemiciclo el espectacular aumento en el último curso político de los "bip-bip" que anuncian que sus señorías han recibido un SMS. Que nadie se sienta ofendido si mientras habla en una junta los asistentes prefieren mirar a sus móviles. Al presidente del Gobierno también le pasa. Cuando Zapatero interviene las cabezas están gachas, no por sumisión al líder sino porque están enviando mensajes. Tampoco es un signo de desinterés, más bien lo contrario. Es escuchado atentamente, especialmente dentro de su partido... para ser destripado vía SMS al momento. Lo mismo ocurre, a otro nivel, en las conferencias más techies, donde ver al auditorio teclear es incluso una buena señal. Este año, tanto en el EBE como en La Red Innova, las preguntas del público se realizaban vía Twitter en tiempo real. Limitar las intervenciones a 140 caracteres es para muchos la mejor idea desde que se inventaron las conferencias. En ambos eventos se creó un foro "paralelo" virtual que en ocaciones logró ser más interesante que el de tres dimensiones.
"Si hiciéramos las reuniones a través del messenger en el iPhone serían más prácticas", critica Luis Montero, escritor y director creativo de una agencia interactiva. "Son como los niños esos que están enganchados a la DS y no levantan la cabeza ni para hablar, pero encorbatados". Lo que más odia este profesional es el momento en el que las redes sociales y la movilidad convergen. "Cada vez que un idiota con BlackBerry entra en un aeropuerto sufre una pulsión irrefrenable por hacérselo saber al personal", dice. "Todo el mundo necesita que todo el mundo sepa que está viviendo una vida mejor. Antes uno se disfrazaba de superhéroe; ahora nos contamos que somos superhéroes. Mola ser Klark Kent".
No sólo en España, todos los países están definiendo sus normas de comportamiento con los móviles inteligentes. Desde Seattle, la ciudad de Microsoft, Starbucks y Amazon, la filóloga Carmen Flores (que ha tratado con algunas de esas multinacionales) confirma lo que el Times sospechaba: que los norteamericanos no tienen ningún pudor en usar iPhones y BlackBerries. Más al norte, en Calgary, Carlos Soler —que dirige un organismo público español en este país— explica que a los canadienses que trabajan en casi cualquier empresa u organismo les regalan la BlackBerry, un símbolo nacional, y que casi no se ven iPhones en este país a veces tan proteccionista. "Las ves vibrar y correr por encima de las mesas", dice "aunque aquí son muy informales y también comen o se levantan a estirar las piernas en medio de la reunión (que eso sí, siempre tienen orden del día, acta y hora de fin)". En Alemania son muy distintos. Manuel Haj-Saleh, que trabaja en una multinacional tecnológica en Munich, cuenta que en las reuniones con los clientes siempre hay alguien enganchado a la BlackBerry viendo el correo, pero que es excepcional, no muy bien visto y algo que "antes se hacía a través de los portátiles que se llevaban a las reuniones".
Además de mirar el móvil, las reuniones pueden ser aprovechadas para elucubrar sobre su uso. Estas son algunas de las teorías que nos han contado:
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