La sal no es el medio más propicio para la vida. A los fluidos con más de un 5% de sal en su composición se les considerada salmueras y, por lo consiguiente, no aptos para los seres vivientes (por lo menos en la Tierra). Pero existen curiosas excepciones a esa regla: los microorganismos que se la pasan de mil maravillas en aguas con una salinidad de hasta del 35% (diez veces más que el mar, lo que ya es decir).
Aparte de sorprender, los seres con toda razón denominados halofílicos (del griego "amante de la sal") dictan cátedra en supervivencia en medios hostiles. El creciente interés suscitado por ellos a los biólogos ha movido a las investigadoras Antje Boetius y Samantha Joye a actualizar en Science el catálogo conocido de seres tan prodigiosos.
Las resaladas criaturas moran en lugares con nombres tan poco vitales como el Mar Muerto; un paraje que sin embargo bulle de actividad microscópica. Las primeras formas de vida afincadas en este lugar fueron aisladas en los años 30 del siglo pasado. Una de ellas, capaz de sobrevivir en aguas con concentraciones de 23% de sal, es el alga Dunaliella salina, la causante del color rojizo que tiñe el lago (y muchas otras salinas). Al día de hoy, la diversidad de sus moradores identificados es tal que puede decirse que en ellos están representados los tres dominios de la vida: Archaea, Bacteria y Eukaria.
Fuera de las zonas cálidas también se han encontrado hábitats híper-salinos con vida interior: lodos volcánicos, cuencas anóxicas, lechos submarinos y por supuesto lagos como el Owens de California y el Gran Lago Salado de UTA, ambos en Estados Unidos. Hace muy poco informamos de un reservorio de esas características localizado en el interior de un glacial antártico. Y el mes pasado fue descubierta en los fondos oceánicos la arqueobacteria Pyrococcus CH, donde soporta presiones mil veces superiores a la atmosférica y temperaturas de 105º C. La lista de esta clase de extremófilos no deja de crecer; la evidencia de que la vida ha colonizado los rincones más inhóspitos del planeta.
A los científicos los tienen fascinados los mecanismos mediante los cuales los halofílicos economizan líquido, resisten el estrés osmótico y evitan que les entre sal en su fluido intercelular. Con mente práctica, las autoras del artículo de Science piensan que las enzimas especializadas que secretan podrían deparar beneficios biotecnológicos. Las cabezas más soñadoras esperan que ellos nos ayuden a pensar en otros planetas pletóricos de una vida microbiana conforme a parámetros que hoy nos parecen imposibles. Por lo pronto, la secuenciación del genoma de la bacteria Haloquadratum walsbyi ya ha permitido identificar las proteínas que sostienen su metabolismo en un nicho ecológico tan extremo.
Entornos como el de mencionado lago sirven de laboratorio para estudiar cómo la vida se las apaña para sobrepasar sus límites a cotas jamás pensadas. Mas ese laboratorio natural corre peligro de desaparición: tanto si se mantiene el ritmo de evaporación que hace disminuir su nivel a un metro por año, como si se ejecuta el plan de traer agua del Mar Rojo (con la inevitable alteración de su salinidad), el futuro de los habitantes de sus salmueras se perfila problemático. Un motivo de sobra para apurar su estudio exhaustivo.
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