Me he vuelto a encontrar hace poco con un texto de Bruno Munari, publicado en1967, donde se podía leer la siguiente descripción de un producto destinado a la industria de la alimentación:
El objeto está constituido por una serie de contenedores modulares en forma de gajo dispuestos en círculo alrededor de un eje vertical al que se adhieren por su lado rectilíneo; los lados curvos quedan así hacia el exterior dejando al conjunto la apariencia global de una especie de esfera......cada uno de estos contenedores se compone a su vez de película plástica, con resistencia suficiente para contener el zumo sin por ello estorbar la ingestión. Un adhesivo de baja intensidad mantiene unidos los gajos... incluso una vez que estos hayan sido separado del embalaje exterior del producto... que como es costumbre en nuestros días, no tendrá que ser devuelto al fabricante [al ser completamente orgánico]...
...sobre los gajos cabría añadir que cada uno de ellos presenta la forma y la disposición exactas de los dientes en la boca humana, de forma que... basta una ligera presión para romperlo y acceder al zumo,... además del zumo los gajos contienen una pequeña semilla: una cortesía del productor por si el consumidor quisiera comenzar una producción personal de estos objetos.
La conocida creatividad del artista y diseñador milanés se expresaba en este caso en el juego literario de describir una naranja como si se tratara de un producto artificial, obra del ingenio humano... un producto 'de diseño'. Para los que estén interesados en continuar este juego sólo puedo añadir que el libro, 'Good Design', está disponible en italiano y en inglés, y que allí encontraréis una descripción análoga para los guisantes.
A veces basta una mirada diferente y atenta a nuestro alrededor para disfrutar con renovado interés de lo que nos rodea. Los objetos que usamos a diario rara vez nos llaman la atención pero es justamente allí donde podemos encontrar algunas de las más auténticas joyas del diseño.
Algunos diseñamos para los demás y todos, en mayor o menor medida, consumimos. La responsabilidad sobre la calidad de los objetos que nos rodean, sobre nuestro ambiente artificial, no se reparte de manera uniforme; solo unos pocos deciden lo que entra en producción y con que características, pero somos todos, en el momento de consumir, los que mantenemos en el mercado a ciertos productos y marginamos a otros.
Así que para contribuir a mejorar la calidad del ambiente artificial que nos rodea tendremos que fijarnos en las características de los objetos que elegimos cada día, y si para eso es necesario recurrir a una mirada diferente... pues lancémonos a imitar a Bruno Munari e imaginemos esto:
El hombre emplea 0,75 calorías para transportar cada gramo de su peso a lo largo de un kilómetro a una velocidad de 6 km/hora.
"...por medio de una nueva prótesis de locomoción estaríamos en grado de desplazarnos a una velocidad 3 ó 4 veces mayor reduciendo el consumo energético a una quinta parte (0,15 cal.) " lo que nos colocaría en cabeza, entre las especies más eficaces del reino animal, con la sola excepción del salmón. Estamos hablando de una eficiencia energética muy por encima de cualquier vehículo a motor actualmente disponible en el mercado, y todo haciendo uso de fuentes de energía renovables y con un impacto irrisorio en cuanto a los residuos producidos.
Podríamos seguir más pero lo habréis entendido ya, el nuevo vehículo es la bicicleta y la descripción cuantitativa se la debemos, en este caso, a Ivan Illich. El texto, aquí impunemente readaptado, apareció por primera vez en un artículo, de este filósofo historiador y antropólogo, publicado por el diario francés Le Monde en 1973, en los primeros meses de esa crisis del petróleo.
Si tuviéramos que analizar este objeto con la mirada inocente de un marciano recién llegado a nuestro planeta, nos sorprenderíamos por el planteamiento general. La bici es en apariencia un objeto muy atrevido e inestable: resulta más fácil usarla y no caerse que explicar en palabras lo que estamos haciendo en ese momento y los principios físicos que entran en juego. El caso es que a todos nos basta un mínimo de velocidad y un poco de coordinación para recrear la magia del equilibrio. No hay manera de explicar su funcionamiento si no tenemos a manos un prototipo funcional; manuales, diagramas y clases teóricas, en este caso, no ayudarían.
La clave está en que la bici es más una prótesis que un vehículo; es la suma de bici + ciclista la que hace funcionar el invento; nos es el carro de Zeus, es más bien el mito del centauro.
Conducimos la bici con nuestro peso y muy poco con el manillar y eso nos permite mantener un contacto más inmediato con el ambiente que nos rodea; el que se desplaza soy yo y sólo yo; igual que el que mira soy yo y no mis gafas o mis lentillas... una de las claves del diseño es que los objetos bien diseñados, al usarlos, no se notan.
Hicieron falta varias décadas para llevar la idea inicial de un vehículo de dos ruedas, una detrás de otra, hasta un objeto comparable con las bicis de nuestros días. Hoy los vemos a menudo como antagonistas pero bicis, coches y motos se han desarrollado en paralelo y han compartido algo más que algunas soluciones técnicas. John Boyd Dunlop perfiló su idea de un neumático con cámara de aire para mejorar el rendimiento del triciclo de su hijo pequeño, por aquel entonces, hablamos de 1888, las ruedas iban recubiertas de caucho macizo; en pocos años su invención se hizo célebre en las competiciones de velocípedos y de ahí el salto a otros medios de transporte. El mérito de haber plasmado las características principales de la tradicional bici de paseo —tracción por cadena en la rueda trasera, rueda de unas 26 pulgadas— se suele atribuir a John Kemp Starley, que en 1889 puso en producción su 'safety bycicle' y pocos años después fundó la marca británica Rover.
Las pequeñas mejoras y las innovaciones tecnológicas no han cesado hasta nuestros días y hacen de la bici, como línea de productos, uno de los mayores esfuerzos de diseño colectivo, por no decir anónimo, de nuestra era. Cómodas, urbanas, plegables, reclinadas, ligeras, con amortiguadores, de competición, asistida por un motor eléctrico, para niños, plagadas de accesorios o reducidas a su mínima expresión, hay una bici para todas las necesidades... y si no la hay todavía llegará en breve.
La bici ha sido tal vez el primer medio de transporte mecánico de masas. Su época dorada se inició a principios del siglo XX y llegó a su auge en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial. Obras del neorrealismo italiano como 'El ladrón de bicicletas' (Vittorio de Sica, 1948) u otras películas más ligeras como 'Días de fiesta' (Jaques Tati, 1949) han contribuido a documentar el ambiente de ese periodo en la memoria de los que no vivimos aquellos años.
Para los interesados en profundizar sobre estos aspectos del ciclismo, como mito del pasado y utopía para el futuro, recomendaría la lectura de 'Elogio de la Bicicleta', del antropólogo francés Marc Augé, conocido por muchos por haber formulado el abusado concepto de "no lugares", que acaba de publicarse en español en estos días por parte de la editorial Gedisa.
Pero todo eso era antes de que nos motorizaremos... el uso cotidiano de la bici para ciertos desplazamientos se ha mantenido sólo en algunos lugares, en unos oasis privilegiados del ciclismo.
En los demás lugares hemos asistido a un fenómeno curioso, la marginación de la bici como medio de transporte ha empezado a frenarse con la reintroducción de algunas herramientas para el deporte. En los años 70 empieza el auge de una nueva modalidad deportiva: la bicicleta de montaña. Con el más sincero respeto a los amantes de este deporte, se trata de una actividad pensada para los más machacas. Hay pocas cosas tan duras como querer subir en bici por cuestas empinadas y pedregosos caminos de cabras. La cosa no acaba allí, una vez arriba, se requieren buenas habilidades técnicas, amor al riesgo y una buena dotación de amortiguadores para poder disfrutar de las bajadas.
En los modelos de bicis pensados específicamente para este tipo de actividad, como es lógico, desaparecieron todos los accesorios relacionados con el uso urbano, desde el timbre hasta luces y guardabarros; la bici de montaña quedó así definida por un cuadro fuerte, ligero y elástico, neumático con una sección más generosa, despliegue de amortiguadores y un fuerte desarrollo en el número de velocidades disponibles en el cambio.
Este proceso de reducción a lo esencial ha tenido una consecuencia tal vez inesperada, los modelos de gama baja se ofrecían a precios abordables de manera que las bicis de montaña empezaron a circular numerosas por las ciudades. La popularidad de este deporte, y muchos otros factores, hicieron probablemente el resto. La bici vuelve a hacerse un hueco como medio de transporte y no sólo por ser eficaz... es que también es divertido.
El coche particular nos aísla, para bien o para mal, del exterior; es nuestro salón móvil y decoramos su interior como una estancia más de nuestras vidas. La bici, al contrario, nos expone tal y como somos y tal vez por eso multiplica las ocasiones para la socialización.
Una socialización que se extiende hasta a las labores de mantenimiento. En Madrid y en otras ciudades, como actividad paralela a la organización de las varias bici críticas, se han habilitado varios talleres para reparar, personalizar y hasta ensamblar bicis. Son lugares de colaboración entre gente con diferentes niveles de preparación mecánica, donde se mezclan los que sólo quieren arreglar un pinchazo con los que están montando una bici jirafa de doble altura. Se puede entrar con la intención de cambiar el manillar de la bici y salir, al cabo de una hora, habiendo aprendido a tensar los radios de las ruedas y después de ayudar a una madre a tensar los cables de los frenos de la bici de su hijo. Es exactamente lo que me pasó hace unos meses.
Y es que a una bici podemos meterle mano todos... para que siga funcionando, para que quede a nuestro gusto, para no tener necesariamente que comprar otra mejor. A base de pequeños transplantes de piezas, la vida útil de estos vehículos no conoce obsolescencia.
El funcionamiento de la mayoría de los objetos que nos rodean es opaco, no sabemos cómo funcionan, y además su fecha de caducidad está rigurosamente programada, ¿cuánto ha durado vuestro último teléfono móvil? La bici, en este sentido, es transparente, se adapta a nuestros gustos y necesidades y nos acompañará hasta que decidamos deliberadamente prescindir de ella.
"No questions... it’s good design"
* Alfredo Calosci es diseñador de interacción.
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