Días atrás, de visita en el Acuario de Palma de Mallorca, pude disfrutar viendo a las medusas evolucionar con gracia en el interior de peceras sabiamente iluminadas. Después me zambullí en el mar y advertí unos especímenes flotando a mi alrededor, y ya no parecieron tan elegantes. Y hoy me lo resultan muchísimo menos, después de leer una investigación australiana que informa del riesgo de que, a menos que reaccionemos con rapidez, todos los océanos se verán infestados por estos urticantes seres traslúcidos.
Los indicios saltan a la vista; aparte de las consabidas invasiones estivales en el Mediterráneo, se han registrado explosiones similares en el Golfo de México, los mares Negro y Caspio, la costa noroeste estadounidense y aguas de Extremo Oriente. "El brote más dramático se ha visto en el Mar de Japón, teniendo por protagonista a la gargantuesca medusa Nomura, que alcanza hasta dos metros de diámetro y 200 kilos de peso", señala Anthony Richardon, experto de la Universidad de Queesland y autor principal del pronóstico publicado en la revista Trends in Ecology and Evolution.
Las causas de esa proliferación anormal son bien conocidas: en primer lugar, la desaparición de gran parte de sus depredadores naturales por culpa de la pesca excesiva. Encima, estos invertebrados sienten auténtica pasión por las huevas de los peces, con el resultado de que sus atracones contribuyen adicionalmente a diezmar las poblaciones piscícolas. Y como muchos peces compiten con ellas por el zooplancton, al menguar en número, ya se sabe: "uno menos, una ración más". Una situación típica la encontramos en las costas de Namibia: diezmados los bancos de sardinas por las flotas pesqueras (entre ellas la española), las medusas se han convertido en la especie dominante.
Súmesele la plétora de nutrientes en los mares —la denominada eutrofización—, procedentes de los fertilizantes arrastrados por los ríos y de los vertidos residuales. O sea: comida, mucha comida. Así, en las 'zonas muertas' marinas en donde ningún pez puede vivir debido a la falta de oxígeno, hoy reinan las gelatinosas criaturas. "Se las puede considerar un espacio protegido para las medusas", ironiza el experto australiano.
El calentamiento de las aguas también tiene su parte de responsabilidad, al favorecer la multiplicación en la superficie marina de los flagelados, las criaturas que constituyen una fuente de alimento de estas urticantes criaturas. Además, el aumento de las temperaturas puede ayudar a difundir las medusas por fuera de su hábitat tradicional.
"La evidencia creciente sugiere que los ecosistemas de mar abierto pueden pasar de estar dominados por peces a estar dominados por las medusas", advierte Richardson a propósito del gelatinoso futuro que se nos echa encima, "lo cual tendría consecuencias ecológicas, sociales y económicas de larga duración".
Ni siquiera nos queda la opción de comérnoslas, porque si bien algunas especies, adecuadamente deshidratadas, pueden constituir un manjar (por lo menos para el gusto chino), las que más abundan, desafortunadamente, no son las comestibles. ¿Qué hacer? A grandes males, grandes remedios: atajar el calentamiento global, instalar depuradoras de aguas residuales en las zonas costeras, reducir el uso de fertilizantes agrícolas, limitar la pesca… y mientras tanto, poner a punto métodos experimentales como hacerlas reventar mediante ultrasonidos, o hacer como planean en Baleares para este verano: izar banderas rojas cada vez que las malditas asomen los tentáculos.
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