Redacción Internacional.- Como principal heredero de la rama clásica del cine japonés, Hirokazu Kore-eda profundiza con "Still Walking" en los vínculos familiares con un relato luminoso y emotivo de las tragedias aplacadas por la cotidianeidad.
Kore-eda es experto en hablar de cosas terribles sin alzar la voz, en plasmar cómo la vida debe seguir pase lo que pase. Por ello, no es casual que su nueva película se titule "Still Walking" y que en ella se encierren las desventajas de una sociedad como la japonesa, con especial anclaje en la tradición pretérita.
"Still Walking" fue recibida con excelentes críticas en el pasado festival de San Sebastián, aunque fuera todavía bajo la sombra de ese pabellón que había quedado a una altura insuperable con "Nadie sabe" (2004), una de las películas de más impacto emocional del cine asiático de los últimos años.
En aquélla, plasmaba con delicada crudeza la supervivencia de unos niños abandonados por su madre, los milagros y las desgracias de su autogestión. En "Still Walking", en cambio, se centra en la educada reverencia hacia esos mayores y explora lo positivo y lo castrante de tal veneración.
La propuesta del filme en poco original, pero el maestro tokiota sabe desglosar lo insólito de lo convencional. Una reunión familiar para conmemorar el aniversario de una trágica pérdida -un hermano que murió ahogado hace quince años- es el caldo de cultivo para que, una vez más, germinen, florezcan y se arranquen los fantasmas pasados, presentes y futuros.
El discurso, que podría ser parecido al que Yasujiro Ozu -referencia indispensable de la película- desarrolló en "Cuentos de Tokio" (1953), se desvía hacia un prisma más moderno, hacia la necesidad de la ruptura más que hacia el poso positivo de la tradición.
Kore-eda -que presentó en el último Cannes otra película, "Air Doll"- se encarga de tomar con su cámara, entonces, el conflicto de tradición y modernidad, todo un pilar de la cultura japonesa.
Pero enfoca la semilla del cambio desde dentro y la tímida revolución que se vive dentro de ese encuentro familiar. Había carne para asar en el melodrama, pero el director japonés normaliza su historia a través del humor y de su cámara cálida.
Y su moraleja queda subrayada en el título: "Seguir caminando". Seguir, no empezar. Caminar, no correr. Su cine es manso, sólido, contagioso de un espíritu sensible y reflexivo y, en consecuencia, vehemente por pura pulcritud explicativa.
Mateo Sancho Cardiel
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