El metano, el gas de efecto Invernadero más importante después del CO2, se está acumulando con rapidez encima del Ártico, informa la Autoridad Noruega de Control de la Contaminación. Eso es malo. Algunos expertos temen que se trate de emanaciones de los vastos depósitos de ese compuesto de hidrógeno y carbono atrapados en el permafrost, los detritos orgánicos que llevan congelados desde la última Edad de Hielo. Esto sería mucho peor.
Entrando en detalles, se ha sabido que los niveles de metano atmosférico subieron un 0,6% en 2006 y otro tanto en 2007, de acuerdo a las mediciones realizadas en la base noruega Zeppelín, situada a 1.100 kilómetros del polo Norte. Los datos vienen a confirmar observaciones similares realizadas en estaciones de vigilancia en Irlanda y norte de Canadá. Son números preocupantes, toda vez que esas proporciones se habían mantenido estables desde 1999 a 2005. Hablamos de cifras acotadas al Ártico; en todo el planeta esos niveles subieron en 2007 sólo un 0,3 por ciento. O sea que tenemos un problema en el lejano Septentrión.
Con los datos en la mano no se puede determinar el origen preciso de dicho gas. La peor hipótesis lo atribuye a una liberación del metano almacenado en el suelo helado de las tierras árticas y del lecho marino adyacente (porque también hay permafrost submarino). No es moco de pavo: se estima que la cuarta parte de las tierras sumergidas alberga una capa de permafrost, que encierra miles de millones de toneladas de metano.
Ya existían estudios previos notificando un aumento de las emanaciones en ciertas regiones siberianas. Las aguas costeras de Siberia, apunta otra investigación, burbujean a causa del metano que sube a la superficie desde la plataforma continental.
El escenario de pesadilla que trazan los más pesimistas presenta la forma de un círculo vicioso: el calentamiento global va descongelando las regiones boreales, lo cual redunda en un aumento de las emisiones de ese gas (a igual volumen, tiene un efecto Invernadero 21 veces más potente que el dióxido de carbono), repercutiendo a su vez en una nueva subida de las temperaturas, y vuelta a comenzar el ciclo…
Los noruegos barajaron la posibilidad de que se tratase de emisiones de origen industrial, a la vista de la intensificación de la actividad fabril en Extremo Oriente; pero la 'firma química' del gas detectado reveló un origen orgánico (bacteriano, más precisamente). El hecho de que los mayores incrementos se aprecien en las estaciones más próximas al Polo fortalece la hipótesis de que tenga un origen local.
Otra posibilidad apunta a los humedales tropicales y de latitudes más frías. Las altas temperaturas aceleran la actividad microbiana, lo que se traduce en mayores emisiones de metano. En esa dirección señala Paul Fraser, el investigador principal de la Australian Commonwealth Scientific and Research Organization. En declaraciones a Reuters dijo taxativamente: "nadie cree que el permafrost o los depósitos profundos de metano puedan estar implicados en escalas de tiempo tan cortas".
Que ese último factor fuese la causa supondría un alivio relativo, pues alejaría del horizonte el espectro de un derretimiento generalizado del permafrost, aunque mayores emisiones de los humedales tampoco dan para muchas alegrías. Esperemos la publicación de las cifras correspondientes a 2008, para ver si la tendencia continúa.
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