El verdadero problema de la ley idiota (Hadopi, –la ley francesa contra la piratería–) que acaba de ser votada es que constituye una excepción francesa en la que se estila seguir justo en nuestro hexágono de tierra un mal ejemplo para el mundo.
La ley es idiota porque no tiene en cuenta las realidades propias de las nuevas tecnologías de la información. Será superada por la práctica y hasta tal punto pronto eludida que, incluso en su mayoría, quienes siguen estas cuestiones de cerca saben de sobra que no es aplicable y tienden a situarse en la etapa post Hadopi ahora que están obligados a votar la ley.
Es corta de miras porque el presidente ha decidido obligar a adoptarla en el marco de un análisis político que no tiene nada que ver con el tema. Sabe que si los jóvenes no le votaron en masa la primera vez, no se verán tentados a hacerlo la segunda. Precisa, en cambio, del apoyo de los grandes grupos mediáticos, con quienes mantiene relaciones incestuosas por todos conocidas. Una vez más, se ocupa antes del guiso electoral que del interés público.
En definitiva, la ley es intolerable porque es uno de los múltiples signos dados por el régimen de su evolución hacia el autoritarismo, que es tanto más inquietante en cuanto que sucede en un momento en que aumentan las tensiones sociales.
Pero esta ley, que no presagia nada bueno para los franceses, inquieta mucho en el extranjero. Va en el sentido de medidas autoritarias tomadas por ciertos gobiernos para intentar mantener bajo control todo lo que ocurre online. "Francia ya no es un país democrático", escribe uno de los principales blogueros españoles, Enrique Dans.
La ley Hadopi se suma a las amenazas que pesan en la esfera de la libertad de expresión y del uso de internet. Esto implica desde las prohibiciones del gobierno chino hasta las manipulaciones del juez sueco que ha condenado a Pirate Bay (ahora se le acusa a él de conflicto de intereses).
Internet y las tecnologías de la información y las comunicaciones crean un espacio problemático para los derechos de autor tal y como se concibieron en un mundo donde copiar era relativamente difícil y costoso y en que la información circulaba esencialmente en sentido vertical. Deben volverse a pensar en un mundo donde copiar es fácil y el intercambio horizontal es una práctica tan dominante como esencial.
Razón de más para plantear el problema de forma inteligente, adaptada a las realidades tecnológicas y sociales y portadora de auténticos mensajes democráticos. Es un asunto espinoso y no se puede resolver en un verdadero debate (abierto a la sociedad civil y a las distintas partes implicadas), pero menos en una mascarada donde prevalecen los cálculos electorales y los amigos del presidente.
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