WASHINGTON, D.C.- Los norteamericanos supieron por primera vez el 28 de abril de 2004 —gracias a la cadena CBS y a un artículo de Seymour M. Hersh en la revista The New Yorker— que la cárcel de Abu Ghraib había sido testigo de tratos humillantes y abusos a prisioneros. Pero los medios tenían pistas desde principios de 2004. El 16 de enero, el mando central estadounidense en Irak mandó una nota en la que informaba de que habían abierto una investigación sobre incidentes y abusos de prisioneros en una de las cárceles de la coalición.
Algunos periódicos como el New York Times, el Philadelphia Inquirer o la agencia Associated Press reprodujeron la información. Para leerlo en el Washington Post hubo que esperar un mes, hasta que el 24 de febrero fue publicada una noticia sobre la suspensión de seis soldados en relación con los abusos. En marzo, y antes de que salieran a la luz las imágenes, el Washington Post enterró en la página 21 la información sobre la condena de los soldados responsables.
La poca relevancia que los medios estadounidenses dieron hace cinco años a las sospechas de los abusos contrasta con la actual colección de titulares, comentarios, editoriales y análisis dedicados a la desclasificación de los informes de la CIA. A pesar de que ya hacía diez días que la Administración de Obama y el Departamento de Justicia habían abierto el acceso a algunos documentos, los corresponsales en la Casa Blanca aprovecharon la última comparecencia de prensa del presidente para volver a preguntar sobre la tortura. Ayer mismo, el New York Times publicaba un reportaje con entrevistas a 12 miembros del Gobierno de Bush, mostrando la división entre ellos ante el uso de torturas en interrogatorios.
"Hubo una cobertura importante cuando salieron a la luz las fotografías de Abu Ghraib y supimos del trato que se daba a los presos. Pero todo estaba acompañado de un discurso muy fuerte por parte de la Administración Bush. Se decía que no se trataba de la política norteamericana con respecto a los prisioneros, sino de un caso concreto en el que los soldados no habían hecho su trabajo", nos explica Isabel McDonald, periodista para la organización FAIR, que trabaja por la veracidad de la labor periodística.
Según argumenta McDonald, los medios no pidieron responsabilidades por los casos de tortura más allá de los supervisores de estos soldados precisamente por cómo presentó el caso la Administración. Incluso cuando un juez de Nueva York ordenó la publicación de las pruebas fotográficas, declaró que así se ayudaría a responder sobre la conducta ilegal de los soldados, pero "también sobre la de las personas en la estructura de mando que fallaron en su supervisión, haciéndoles igual de culpables que los soldados".
Para McDonald, las preguntas tenían que haber sido hechas por los periodistas, no por los legisladores.
"La información [los informes de la CIA] tenía que haber salido a la luz en su momento para que la opinión pública pudiera poner todo en contexto. No se trata simplemente de un grupo de soldados que cometieron un error, sino de la política estadounidense con los presos en Irak", declara McDonald.
Los medios de comunicación estadounidenses sufrieron graves críticas por su labor tanto antes de la Guerra de Irak como durante sus primeros años. Críticas que no sólo llegan desde fuera de sus oficinas. Tanto el New York Times como el Washington Post escribieron artículos que explicaban la cobertura desde dentro, respondiendo a preguntas como por qué las noticias que ponían en duda las decisiones del Gobierno nunca iban en portada, reservada para las declaraciones de miembros de la Administración.
"Los medios norteamericanos fallaron a la hora de hacer su trabajo antes de la Guerra de Irak. No consultaron fuentes independientes ni desafiaron la verdad oficial. Estaban demasiado contenidos. Creo que está muy claro que fallaron y que hicieron muy difícil para los ciudadanos estar plenamente informados sobre la situación", declara Robert Jensen, profesor de Periodismo de la Universidad de Texas.
Pero hay quien lleva las acusaciones más lejos. Para el crítico Michael Massing, "la actuación de los medios antes de la intervención en Irak es uno de los casos de mayor fallo institucional de la prensa americana desde los meses previos a la Guerra de Vietnam", según declaró en el programa Newshour de la cadena PBS en agosto de 2004. Y para Paul McMasters, cuando todavía era presidente del Foro por la Libertad de Prensa, "la prensa y sus defensores tienen que asumir la dura realidad de que no pueden servir como instrumento de la libertad cuando se han convertido en un instrumento del poder", según unas declaraciones recogidas por Jensen en 2003.
Como explica McDonald, muchas de las fuentes que consultaron los medios de comunicación antes y durante los primeros años de la Guerra de Irak eran fuentes militares que formaban parte de una operación de propaganda, defendiendo puntos de vista orquestados oficialmente. El fallo de los periodistas que informaron sobre los movimientos del Gobierno fue no publicar ninguna opinión opuesta.
Una investigación del Centro por la Integridad Pública descubrió a principios de 2008 que miembros del Gobierno de Bush hicieron hasta 935 declaraciones falsas sobre la amenaza que significaba Irak despues de los atentados del 11 de septiembre. El estudio Iraq-The War Card: Orchestrated Deception on the Path to War ('Irak- La Declaración de Guerra: Una Mentira Orquestada en el camino hacia la Guerra') recogió en una base de datos declaraciones de ocho líderes del Ejecutivo, comparándolas con información que tenían otras fuentes sobre posesión de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Hussein o sus vínculos con Al Qaeda.
Las más de 900 declaraciones oficiales falsas encontraron el altavoz perfecto en los medios estadounidenses. Y mientras que en algunos casos no se pusieron en duda estas palabras, otros reportajes que situaran la intervención en Irak en su contexto real fueron retrasados o enterrados en páginas interiores.
El experto en medios del Washington Post Howard Kurtz publicó en agosto de 2004 un artículo de autocrítica con la cobertura hecha por el periódico. "Antes de la guerra, [los periodistas] Priest y DeYoung entregaron una pieza en la que citaban a oficiales de la CIA 'comunicando serias dudas sobre la Administración' y cómo trataron de relacionar Irak con intentos de compra de uranio para armas nucleares. La noticia no vio la luz hasta el 22 de marzo, tres días después de la invasión", explica. Los editores culparon del retraso a la cantidad de noticias para publicar sobre la intervención.
Para el New York Times, la polémica de las imágenes de Abu Ghraib en 2004 también coincidió con un momento de reflexión. En un editorial del mes de mayo, los responsables del periódico reconocían haber encontrado "una serie de casos en los que la cobertura no era tan rigurosa como debía haber sido. En algunos momentos, la información —que resultaba polémica entonces y es todavía cuestionable ahora— no fue suficientemente contrastada. Cuando miramos atrás nos gustaría haber sido más agresivos cada vez que había nuevas pruebas o éstas no aparecían".
Aunque según nos cuenta McDonald, no toda la cobertura del conflicto merece críticas negativas: "Hubo ciertos periódicos que sí hicieron su trabajo antes de la invasión, como los pertenecientes a la compañía McClatchy [dueña de periódicos locales como el Miami Herald], pero dio la sensación de que el resto estaban vendidos". El factor que ayudó a los medios de McClatchy fue contar con su propia oficina de corresponsales en Irak, por lo que no dependían de fuentes gubernamentales y podían obtener una perspectiva que ponía en duda a la oficial.
La falta de preguntas por una parte de los medios estadounidenses estaba en concordancia con el apoyo de la población tanto a su presidente, reelegido un año después de la invasión, como a la guerra en sí. De acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew, un 72% de norteamericanos apoyó el uso de fuerza militar en Irak. En cuanto al empleo de métodos de tortura en interrogatorios, la agencia Associated Press encontró que el 61% de los norteamericanos consideraban en 2005 que está justificado en determinadas ocasiones, como obtener de información de terroristas.
Ahora el apoyo de la tortura es más reducido —ha bajado al 40%—, pero será muy difícil saber si esta reducción está relacionada con la labor de los medios de comunicación en defensa del derecho de los ciudadanos a conocer la verdad.
"No hay ninguna garantía de cómo hubiera reaccionado la audiencia si los medios hubieran informado de forma más agresiva sobre las mentiras y abusos, el problema es que siguen estando basados en un modelo de negocio y no sólo en informar", argumenta Jensen, para quien la prensa pudo no cuestionar la postura de una política oficial porque ésta contaba con un apoyo mayoritario entre sus lectores.
"Tanto desclasificar los informes como escribir sobre ello está bien, tenemos que saber lo más posible sobre lo que ocurrió, pero normalmente los medios fallan cuando los ciudadanos más los necesitan. Hay que cubrir estos temas cuando éstos pueden utilizar de verdad la información y reaccionar ante ella", argumenta Jensen.
Quizás las preguntas a Obama sobre el uso de técnicas de tortura y cárceles secretas por la inteligencia norteamericana llegan tarde. Quizás los ciudadanos estadounidenses quisieran haberlo sabido antes. Y quizás los medios de comunicación estén intentando resarcirse ahora de las preguntas que no hicieron.
La división de los norteamericanos (un 50% apoya las investigaciones frente a un 47% que las rechaza) choca con la realidad en los medios. Mientras que algunos ignoran completamente temas como Guantánamo, en otros, numerosos comentaristas claman por una investigación. Según reaccionaba un lector de Washingtonpost.com a la información sobre el apoyo social a una investigación del uso de torturas, "lo que hay es una gran desconexión entre nuestros ciudadanos y los medios de comunicación".
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