Adiós al proteccionismo —con castigo ejemplar y fustigamientos a los que lo practiquen—, más voz y 50.000 millones de dólares para los países en vías de desarrollo, y más fuerza y protagonismo para los emergentes. Está claro que el G-20 no se ha olvidado de los más desfavorecidos. Pero no nos precipitemos lanzando el confeti. Ni estos países han estado tan representados, ni está tan claro que sus peticiones hayan sido tenidas en cuenta. ¿Qué papel han jugado los pobres en la cumbre de Londres?
Con ese dolorcillo de cabeza, el picor de ojos y la sed que nos ha dejado esta cita histórica, no es mal momento para hablar de pobreza. Nada como la resaca de una gran borrachera (de promesas) para arreglar el mundo. Sí, pobreza. Ese concepto que, a fuerza de repetirlo, incluso nos puede llegar a dejar fríos. Así que por si acaso, un dato de los que ponen los pelos de punta. Nos llegaba de la boca del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD), pocos días antes de que empezara la cumbre: "Un descenso del tres por ciento en el Producto Interno Bruto de los países en desarrollo significa la muerte de entre 47 y 120 niños por cada mil nacidos vivos". Sólo por eso (y 'alguna' cosa más), el tema debía estar sobre la mesa.
Los líderes del G-20 conocen esta realidad perfectamente. Pero por si acaso —sólo hay que pensar en la anterior cumbre en Washington— no estaba de más que alguien se la recordase. ¿Pero quién? ¿El presidente brasileño, Lula da Silva? ¿El primer ministro indio, Manmohan Singh? Ellos saben bien lo que es la pobreza, pero hace tiempo que sus países se codean con los grandes y se permiten hablarles (prácticamente) de igual a igual. Incluso han cambiado de nombre: ahora se llaman emergentes. Su papel para que en la cumbre no se olvidara la palabra 'pobreza' es innegable. Jaime Atienza, miembro del Departamento de Estudios de Intermón Oxfam y presente en el G-20, lo suscribe. "La brecha entre emergentes y pobres es un hecho y existe un peligro de que estos se olviden de los más desfavorecidos", explica, aunque añade que "también se ha visto que están mirando por los intereses de los más pobres".
Para empezar, gracias a ellos, los países con más necesidades han estado más presentes que nunca. Y no olvidemos que la mayor representación de los países subdesarrollados y "el nacimiento de un nuevo orden mundial" es uno de los logros más cacareados de la reunión de Londres. "Un G-20 es mejor que un G-8", sostiene Atienza, aunque reconoce que sigue haciendo falta más representación, como la que habría en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Emergentes a un lado, el cupo de la pobreza lo han cubierto realmente dos dirigentes que han pasado por Londres sin pena ni gloria. Son el primer ministro tailandés, Abhisit Vejjajiva, y el etíope Meles Zenawi, representando a la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) y a la Unión Africana respectivamente. Dos convidados de piedra a los que apenas se ha escuchado y que, metafóricamente hablando, casi no aparecen en la foto.
El primero ha llegado a la capital británica arrastrando su propia crisis, que es más política que económica (manifestaciones contra él diarias, moción de censura...). En cuanto a Zenawi... Bueno, su historia política no es menos complicada, pero digamos que seguidores y detractores coinciden en algo: si su presencia ha servido para que los países desarrollados miren a África directamente a los ojos, bienvenida sea. Su dura tarea, en palabras del periodista etíope Michael Chebud, era la de lograr que se hablara de su continente. Como las reuniones han sido a puerta cerrada, no sabemos cuánto peso han tenido las peticiones del hombre que advirtió que "sería más barato pagar a los países para que puedan salir de sus problemas económicos ahora, que tener que financiar las consecuencias después". Parece, eso sí, que el colectivo de países a los que representaba ha sido tenido en cuenta, al menos sobre el papel.
Se lo preguntamos al delegado de Oxfam y responde sin rodeos. "Sí, el discurso ha sido positivo. Nos ha gustado", asegura. Pero, ¿cómo puede ser que les haya gustado la aprobación de un fondo de 50.000 millones de dólares para los 50 países de ingresos más bajos cuando sólo el sistema financiero estadounidense se ha comido más de 700.000? Fácil. Porque cuando se espera poco o nada, 50.000 millones no están nada mal, aunque Atienza no duda que "la comparación es atroz". Sin embargo, según explica, "es el equivalente a la contribución que están dando los países en sus partidas de ayuda al desarrollo", y una cifra algo por encima del mínimo que solicitaban las ONG.
Una medida concreta que ha sido recibida de buen grado es el anuncio de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) venderá parte de sus reservas de oro —precisamente es uno de los principales propietarios del metal precioso del mundo— para financiar a los países pobres. "El hecho de que destine sus propios recursos para financiar a economías precarias nos hace pensar que se va a tratar de créditos blandos, más fáciles de pagar para estos países", observa el analista de Oxfam.
Todo bien, peeeeeero... Porque, por supuesto, hay un pero (y dos) y es que a las ONG les mosquea el hecho de que no se hayan definido demasiado bien las condiciones de estos créditos. Además, se da otra situación que Atienza califica como "una mala noticia", relacionada precisamente con el FMI. "Se ha acordado que la mayor parte de la financiación nueva se canalice a través de un organismo con una trayectoria fallida", tal y como lo define eufemísticamente el portavoz de Intermon Oxfam.
Lo cierto es que en muchos países en vías de desarrollo, hablar del organismo financiero es prácticamente igual que hablar del hombre del saco. El tratamiento de la deuda, las severas condiciones consideradas por algunos como abusivas y las predicciones fallidas, han despertado los recelos en algunos países, a los que la decisión de reequipar al maltrecho organismo no convence. "Se dice que se va a reformar su sistema de gobierno, pero se ha pospuesto", señala Atienza contrariado.
A esto hay que añadirle la preocupación por un puñado de países que se han quedado fuera de juego literalmente. Son aquellos que, ni son tan potentes como para pasar al bando de los emergentes, ni tan pobres como para incluirse en la lista de los países que recibirán las ayudas aprobadas en Londres. Sería el caso de Nicaragua o Ucrania, países que "no tienen garantías de aspirar a esos fondos" y a los que les va a tocar jugar en la Champions League de las economías mundiales.
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