Pocas cosas tan gratificantes como apurar un libro gota a gota mientras nos perdemos en el carmesí de un buen vino. Notar cómo la lectura se va iluminando a medida que nuestro paladar se ensancha es uno de los pocos placeres que nos van quedando y que podemos permitirnos. Por ello no es raro que muchas páginas de la mejor literatura guarden el sabor amargo del tanino (cuando no las manchas provocadas por un breve despiste). Vinos y libros, pasiones que compartir, pero también en las que es fácil perderse. De esto hablábamos los Infames a raíz de una pequeña gran sorpresa que nos acerca Melusina: 'Tratado del buen uso del vino', el cual es magno y perenne para entretener cuerpo y alma e inestimable contra los disparejos padecimientos de los miembros interiores y exteriores, de François Rabelais (1494-1553).
Un libro destinado a lectores y bebedores pantagruélicos por igual... no por su tamaño, ciertamente, sino por el disfrute que a buen seguro proporcionará a quienes decidan descorcharlo. Para el Maese Alcofribas (trasunto del propio Rabelais) el uso del vino es, junto al empleo del verbo esmerado y la plegaria ferviente, lo que distingue al hombre del resto de las criaturas terrestres. Por ello es obligado establecer una serie de normas para su buen uso, entre las cuales estarían el comenzar a beber desde que despunta el día, el hacerlo siempre en la mejor compañía y, sobre todo, evitar ese espantajo de la vida que es el agua. Entre los muchos beneficios que según Rabelais aporta este salutífero caldo, detalla cómo éste nos moverá a lo largo del día, unas heces firmes y regulares, que el sabio Epistemón juzga papales, porque son infames por naturaleza (perdón, quisimos decir infalibles)... y os proporcionará una meada sana y rosada, aterciopelada como cornamenta de ciervo en primavera, mientras que los bebedores de agua mearán turbio y azufroso. Y el vino os proveerá de una verga vigorosa y bella, que blandiréis a voluntad (esto un servidor lo pone en duda) y observaréis con contento.
Este opúsculo se completa con 'Los sueños raríficos de Pantagruel', una serie de inquietantes grabados cercanos al mundo onírico de El Bosco y que se han atribuido indistintamente a un alucinado artista francés como a un misterioso satanista. Sea obra humana o demoníaca, el conjunto es una obra deliciosa que disfrutarán por igual rastreadores de botijos, alzadores de botellas y otros animales descorchadores.
Pero el caso de Rabelais no es único. La presencia del vino es una constante en la literatura universal que puede ser rastreada desde sus mismos inicios. No sabemos si conocen ese best seller que es la Biblia, pero está repleto de fantásticos banquetes en los que lo vinícola es parte importante... sólo les diremos (no queremos fastidiarles el final) que el protagonista tiene la capacidad de tornar el agua en vino, algo que hasta el momento los Infames no hemos conseguido.... Y partiendo de aquí podríamos hablar de nuestra literatura medieval, pasar por Cervantes y llegar hasta tiempos más recientes... ¿de verdad nadie ha reparado en que 'El Jarama' nos habla de un botellón que organizan unos jóvenes en plena posguerra? Esto por no hablar de la cantidad de escritores o juntaletras que de continuo encontramos pontificando en las barras de los bares porque eso nos obligaría a dar muchas explicaciones que no estamos en condiciones de ofrecer... tal vez sea porque al igual que Gonzalo de Berceo, muchos escritores se den por pagados con 'un vaso de bon vino'. Sea como fuere, aquí van otras recomendaciones infames sobre el asunto que hoy nos ocupa:
Salud.
Este texto infame se terminó de escribir el primer día de abril de 2009 derramando en el empeño una botella de Izadi siguiendo el ritual de los devotos de la sin par Melusina.
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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