Le gusta la velocidad... en todo. Paul Walker habla tan rápido como conduce y seduce como un coche de alta gama. Tiene la carrocería de un Porsche, pero no va de divo. No sabe, ahora que dice que se ha vuelto un buen chico y tiene una hija, si prefiere los coches o las mujeres, pero a sus 35 años, este actor vuelve a coger el volante de la saga 'A todo gas'.
Hasta el momento, ninguno de los filmes anteriores colisionó fatalmente en taquilla, aunque la tercera entrega, sin Walker ni Vin Diesel, estrellas de la primera, tuvo un ligero pinchazo. Un total de 701 millones de dólares ha recaudado la trilogía en todo el mundo. Mucho dinero para combustible. Así que Paul y Vin Diesel —que se apeó del coche en la primera entrega cuando creía que iba a ser el rey de Hollywood y dejó en la segunda más solo que la una a Walker—, se unen en un filme que mejora a los tres anteriores.
¡Sí, han acelerado! Cara a cara, Walker habla por los codos, sin freno, como su coche. "Sí, he vuelto a 'A todo gas' porque la gente me paraba por la calle para pedirme que lo hiciera. ¡Qué iba a hacer!". No le ha supuesto un sacrificio, que nadie se engañe: "Mi abuelo conducía coches, y yo a los ocho años ya estaba con ellos. Tengo una empresa de coches. ¡En mi garaje hay 17!, pero mi sueño es el Porsche Carrera", confiesa mientras se le encienden los ojos como si fueran faros.
Es hora de darle un golpecito a Diesel. "Él no es muy bueno conduciendo, y también le gano peleando porque yo sé artes marciales. ¡En el rodaje nos tenían que quitar las llaves para no seguir conduciendo! Nos llevamos muy bien, si no, no diría de él lo que estoy diciendo ahora", confiesa entre risas. "Tampoco queríamos tomarnos demasiado en serio la película. Tiene una parte de drama, pero la gente quiere ver acción. No queríamos perder la chispa". Por lo visto en el filme no lo han hecho. El acelerón puede con el drama, más aún si el que sufre es Diesel.
¿Habrá más 'A todo gas'? Si la cuarta entrega no se estrella, parece que sí. Y se intuye que esta vez Walker podrá cumplir su sueño de montar en moto. "Aunque Diesel sólo sabe ir en línea recta", confiesa. Walker no se corta ni dentro ni fuera de la carretera.
En la película, McQueen era el teniente Frank Bullitt, que primero era perseguido por y luego perseguía a un Dodge Charger al volante de un Ford Mustang Fastback. La casa Ford suministró dos modelos de automóvil para la película especialmente modificados para la ocasión con ballestas y muelles más firmes y amortiguadores Koni, además de potenciar ligeramente los motores V8, envejecidos y sin cromados ni apliques decorativos, así que no llevaban la parrilla cromada original con el caballo. Cuando acabó el rodaje en las calles de San Francisco el coche principal estaba totalmente destrozado y hubo que mandarlo a un desguace, pero el coche de reserva fue adquirido por un empleado de la productora de la película, la Warner Bros, que luego lo revendió a un coleccionista por 6.000 dólares. Cuando volvió a ponerse a la venta en 1974, McQueen quiso comprarlo pero se le adelantaron. Ocho especialistas para hacer de transeúntes, un rodaje en un área de 22 a 30 manzanas, y coches lanzados a más de 160 kilómetros dieron como resultado la mejor persecución automovilística de la historia del cine.
El productor de Bullitt, Phillip D'Antoni quedó tan satisfecho con la persecución automovilística que repitió la jugada complicándose aún más la vida en 'French Connection: contra el imperio de la droga', en la que el policía Popeye Doyle, interpretado por Gene Hackman, protagoniza otra espectacular coreografía automovilística que el director de la película, William Friedkin, montó siguiendo el ritmo del tema "Black Magic Woman", de Carlos Santana. Prueba del realismo de la persecución por las calles de Nueva York es que incluso se produjo un choque no programado contra el vehículo de un conductor que no sabía que se estaba rodando la escena y acababa de salir de su casa para ir a trabajar.
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La firma Aston Martin se hizo un hueco en la saga de James Bond regalándole al creador del personaje, el escritor Ian Fleming, uno de sus modelos. Los guionistas de 'Goldfinger', que contiene una de las mejores secuencias de persecución automovilística de la saga de 007, tomaron buena nota del regalo. Al final, cuatro automóviles se pusieron al servicio del único conductor con "licencia para matar".
En el año 1975 Roger Corman produjo una de las sátiras más brutales del cine de ciencia ficción: 'La carrera de la muerte del año 2000'. Corman gastó 300.000 dólares en su propia carrera mortal del futuro poniendo a Sylvester Stallone, alias 'Metralleta Joe Viterbo', y David 'Kung Fu' Carradine, alias 'Frankenstein', al volante de unos automóviles tuneados para la ocasión que una vez terminado el rodaje se vendieron a un museo por bastante más dinero de lo que habían costado.
En un futuro postapocalíptico en el que escasea la gasolina, Gibson es un policía de carretera macarra y vestido de cuero al volante del último Interceptor, un Ford XB Falcon Coupe de 1973 tuneado para la ocasión y con un motor V8 de 5,75 litros que también se utilizó en la segunda entrega de la saga, 'Mad Max 2: el guerrero de la carretera', y luego fue vendido a un restaurador que lo incorporó a una exposición. La mayor parte de los vehículos que se utilizaron en las escenas de acción eran coches decomisados por la policía australiana.
Han pasado ocho años desde que el estreno de 'A todo gas' diera el pistoletazo de salida a la moda 'tuning' en España. Las espectaculares carreras, los coches modificados y las neumáticas modelos que desfilaban por la pantalla han convertido a la saga en un hito para la tribu de los 'tuneadores', que ya cuenta con más de 200.000 miembros en nuestro país. Y no se esconden. Colores llamativos, llantas brillantes, alerones imposibles, luces discotequeras y música a todo volumen son sus señas de identidad.
La media de edad de estos amantes de las extravagancias sobre ruedas se sitúa entre los 18 y los 30 años y, lejos de la creencia popular que los asocia a ambientes marginales —como reflejó Bigas Luna en 'Yo soy Juani', su retrato de una 'Barbie' poligonera y diva del 'tuning' de barrio—, cuentan con un nivel socio económico medio-alto. Sólo así podrían permitirse gastar los 3.000 euros que, como mínimo, cuesta 'tunear' un coche de serie. De hecho, los verdaderos fanáticos de la modificación se pueden llegar a dejar decenas de miles de euros en hacer de su montura única la envidia del resto de conductores.
Este fenómeno ha crecido sobre todo en los últimos cinco años, hasta el punto de que, de cada cien coches de nuestro país, uno está 'tuneado'. El sector de los coches 'customizados' mueve ya más de 450 millones de euros al año y da trabajo cerca de 8.000 personas, según estimaciones de Fira de Barcelona, organizadora del Barcelona Tuning Show, que se celebra cada año en la capital catalana.
Sin embargo, hay una leyenda negra que, en muchos casos injustamente, acompaña a parte de esta tribu: las carreras ilegales. Algunos aficionados modifican sus coches no por un puro gusto estético, sino para ponerlos al límite en carreras por autovías y polígonos industriales. Al menos doce comunidades autónomas cuentan con puntos críticos donde se celebran estas competiciones clandestinas. Según los datos de la Dirección General de Tráfico (DGT), la Comunidad Valenciana y Galicia se llevan la palma en cuanto a circuitos ilegales donde se celebran estas carreras al límite que en los últimos años se han cobrado la vida de decenas de personas.
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