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La apología del "jo tía, qué fuerte"

  • 'Confesiones de una compradora compulsiva' recuerda a una comedia de esas que no se toman en serio a sí mismas
Por SIMÓN MAZAS (SOITU.ES)
Actualizado 27-03-2009 19:13 CET

Pues sí, tía. Si estudiar filosofía enseña que cualquier hipótesis es demostrable con un buen desarrollo argumentativo, películas como 'Confesiones de una compradora compulsiva' demuestran que, con salero, todo en esta vida se puede reivindicar. Los compradores compulsivos también son minoría y tienen sus derechos, padecen trastornos de ansiedad y no veas lo duro que es desengancharse de las tarjetas de crédito. Son, sin duda, uno de los sectores más afectados por la crisis, así que esta película entraría casi, según esto, en la categoría de cine social.

A tenor de los rumores recogidos por Cosmopolitan, Ken Loach no aprobó la versión inicial del guión y, como respuesta a las plegarias de los 'shopaholics' —"hay más lágrimas por las atendidas que por las no atendidas", decía Capote— acudió epifánico P.J.Hogan, el director de comedias australiano más famoso del mundo. Después de tirar de Abba para retratar a una perdedora en 'La boda de Muriel' y de Aretha Franklin cover Rupert Everett para crear la escena más memorable en 'La boda de mi mejor amigo', para esta nueva temporada se va de 'shopping' con Rihanna y musicones por el estilo. Y hablando de estilo, contrata, con ojo de lince, a Patricia Field, la estilista que convirtió la película de 'Sexo en Nueva York' en una versión lujosa de la Fashion TV. No necesitaba buen cine, porque tenía una ropa exquisita.

'Confesiones de una compradora compulsiva' es como su hermana pequeña... y macarra. Pero ahí reside su (cierto) encanto. En que, a ratos, sigue la estela de una muy respetable dinastía de cintas que decidieron reírse de su etiqueta de cine para adolescentes para darle la vuelta y hacer ironía de la buena.

Con el 1, 'Fuera de onda'. Su base literaria era nada menos que 'Emma', de Jane Austen, pero pasaba casi desapercibida con el encanto fugaz de Alicia Silverstone. El paralelismo entre la belleza de una compañera (y por supuesto rival) y un cuadro de Monet podría haber sido fácilmente escrito por Billy Wilder. Con el 2, 'Una rubia muy legal', por la que nadie se atrevió a darle el Óscar a Reese Witherspoon a pesar de que es el papel de su vida y daba en el clavo en muchas de sus críticas a la elite universitaria estadounidense. Su secuela no convenció, pero puede considerarse 'Beverly Hills Chihuahua' como su impagable spin-off. Y con el 3, para tampoco extendernos demasiado, 'Chicas malas', que dejó en evidencia a los prejuiciosos cuando su guionista, años más tarde, se convirtió en la ahora vitoreada por el humor inteligente Tina Fey.

Todas ellas tenían algo en común: la apología del "jo tía, qué fuerte" como manifiesto moral chirriante pero auténtico. La gran virtud de no tomarse en serio. Frivolidad sin miramientos. Y quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

'Confesiones de una compradora compulsiva', basada en la saga de Sophie Kensella 'Loca por las compras', en cambio, sí acaba tirando piedras contra su propio tejado. Porque hay ciertas reservas para llevar el razonamiento epidérmico hasta el final y falta osadía para ejecutar una de "soy consumista, ¿y qué?" que habría dotado a la película de una brillante iconoclastia.

Ya está muy visto lo del cine incendiario desde el punto de vista de la marginación social y política. Es, al fin y al cabo, el más fácil. Pero ahora que la derecha radical se abandera con la libertad digital, tendría su punto que las adictas a las compras reclamaran en serio (pero con humor) la dignificación de su 'way of life' y se apelotonaran como colectivo a tener en cuenta. Lástima que el cuento de hadas haga su aparición y la película opte por un final de saldo totalmente demodé.

El guión de la película, por su parte, había atraído a grandes actores a precios de saldo: Kristin Scott Thomas haciendo de émulo de Meryl Streep en 'El diablo viste de prada'. Sin duda, no esperaba el pelotazo que daría con 'Hace mucho tiempo que te quiero'. Joan Cusack y John Goodman como matrimonio proletario caravanero asumen con resignación ser antes de tiempo viejas glorias. John Lithgow pasaba por allí. Y, así las cosas, el protagonismo recae en los pimpollos Isla Fisher y Hugh Dancy. Ella, que tiene la vista de no intentar ser sofisticada y no ser Sarah Jessica Parker II, se lleva de calle la película. Y él, no en vano modelo de Burberry, se la lleva de calle a ella. Así que, 'Confesiones de una compradora compulsiva' es como unos grandes almacenes en periodo de rebajas: removiendo entre toda la ropa del montón y pegándote con el avispero de bakalas gritonas, encontrarás retazos de alta comedia. ¡Muy fuerte, tía!

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