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La teoría del peso del éxito

  • O cómo pueden los terroristas perfeccionar lo ocurrido el 11-S
  • ¿Está Al Qaeda trabajando para culminar 'su obra' con un ataque químico o nuclear?
Por TIMOTHY NOAH* (SLATE)
Actualizado 16-03-2009 17:12 CET

Este reportaje de investigación es el cuarto de una serie de ocho donde se analiza por qué no ha habido otros ataques terroristas a Estados Unidos tras el 11-S. Lee la introducción de Slate a esta serie.


Ralph Ellison publicó en 1952 su primera novela, 'The Invisible Man' ('El hombre invisible', en su edición en español), que fue galardonada con el Precio Nacional del Libro de EEUU. El New York Times afirmó que el escritor había "alcanzado la maestría". En 1963, Ellison anunció que pronto publicaría su segunda novela. Los círculos literarios contuvieron el aliento. Y el libro seguía sin ver la luz. Entre tanto, 'El hombre invisible' empezaba a ser reconocida como posiblemente la mejor novela norteamericana del periodo de entreguerras. Transcurrieron los años. 'Tu silencio me impide escribir', telegrafió Ellison a su futura esposa. En 1994, murió sin que su segunda novela estuviera siquiera cerca estar acabada.

¿Es Osama Bin Laden el Ralph Ellison del terrorismo?

De acuerdo con esta teoría, los ataques del 11-S tuvieron un éxito tan aplastante que dejaron al liderazgo de Al Qaeda bregando para trazar y culminar si cabe un plan aun más aterrador y destructivo contra Estados Unidos. En su libro 'The One Percent Doctrine' (editado en español como 'La doctrina del uno por ciento'), el periodista Ron Suskind vislumbra en los entresijos de los servicios de inteligencia estadounidenses la sospecha de que "Al Qaeda no estaría dispuesta a actuar a no ser que pudiera poner la puntilla a los ataques al World Trade Center y el Pentágono con algo todavía más devastador, abriendo una vertiginosa espiral de fiebre y terrible expectación sobre 'la que se nos puede venir encima después de esto". A este libro le siguió otro en 2008, 'The Way of the World' ('Cómo se mueve el mundo: un relato de verdad y esperanza en tiempos de extremismo', sin edición en español), donde Suskind parafrasea a Saad al Faqih —un disidente saudí que el Departamento del Tesoro de EEUU considera que mantiene lazos con Al Qaeda que se remontan a mediados de los años 90—, pronosticando un atentado "de mayor magnitud que los del 11-S". El propósito de una escalada tal sería incitar un levantamiento interno que obligaría a Estados Unidos a la retirada del mundo musulmán y por consiguiente "colapsar el orden mundial". La represalia estadounidense al 11-S tanto en Afganistán como en Irak sugiere con contundencia que sucedería justo lo contrario, pero eso es lo de menos. "Los terroristas beben compulsivamente de lo más profundo del pozo de su propia propaganda", sostiene Bruce Hoffman, un experto en terrorismo del Edmund A. Walsh School of Foreign Service de la Universidad de Georgetown, quien escribió el año pasado: "Indudablemente, el movimiento continúa anclando sus esperanzas y su fe en un atentado terrorista insólito y espectacular que catapultaría de nuevo a Al Qaeda hacia su prominencia".

Un ataque de semejante envergadura requeriría con toda probabilidad un arma química, biológica o nuclear. Y sabemos que Al Qaeda ha intentado hacerse con las tres.

En 2001, el Wall Street Journal descubrió un archivo protegido con contraseña titulado 'Yogurt' en un ordenador que había usado previamente Ayman al Zawahiri. 'Yogurt' resultó ser el nombre en clave de un proyecto con armas químicas y biológicas en el que Al Qaeda llevaba trabajando desde 1999. "El poder devastador de estas armas es tan fuerte como el de las armas nucleares", plasmó con excitación (y falta de exactitud) Al Zawahiri en un memorando. Estaba especialmente interesado en desarrollar un arma a partir de carbunco y contrató los servicios de un microbiólogo llamado Abdur Rauf para obtener las esporas y equipamiento necesarios. No se ha podido determinar con precisión cuánto avanzó en su propósito. Al Zawahiri se valió también de los servicios de un egipcio que adoptó el pseudónimo de guerra Abu Khabab para desarrollar armas químicas. Este proyecto progresó hasta el punto en que Khabab fue capaz de experimentar con gas neurotóxico en gatos y conejos (actualmente, Rauf está fuera de alcance pero bajo vigilancia en Pakistán, que se niega a entregarle a Estados Unidos). La CIA acabó con Khabab en julio en un ataque aéreo perpetrado en una zona tribal remota en la frontera entre Pakistán y Afganistán donde se habían redistribuido los principales dirigentes de Al Qaeda tras la invasión estadounidense.

Las pruebas de que estos esfuerzos siguen vigentes son aisladas. En julio, una bióloga experta en Neurología llamada Aafia Siddiqui, sospechosa de mantener vínculos con Al Qaeda, fue arrestada en Afganistán y extraditada a Nueva York, acusada de haber intentado liquidar a tropas estadounidenses. Actualmente aguarda a ser procesada. Cuando la detuvieron, se informó de que se le había incautado documentación sobre armas químicas, biológicas y radiológicas (las llamadas 'bombas sucias'). A finales del pasado mes de enero, se dijo que un miembro asociado a Al Qaeda en Argelia había notificado al cabeza de Al Qaeda que esto zanjaba una instalación para desarrollar armas químicas y biológicas tras un accidente fatal. Se especuló sobre si los terroristas estaban intentando sembrar una plaga de peste bubónica, pero sobran los motivos para ser escépticos sobre que hayan intentado hacerse valer de este recurso.

Al Qaeda lleva tras la adquisición de armas nucleares desde comienzos de la década de los 90, cuando a Osama Bin Laden le estafaron por nada menos que un millón y medio de dólares en su intento de comprar uranio altamente enriquecido. Un mes antes del 11-S, Bin Laden y Al Zawahiri se citaron con el Sultán Bashiruddin Mahmud, uno de los adalides clave del programa nuclear de Pakistán, conocido por sus excéntricas y apocalípticas ideas acerca de las armas nucleares y el Islam (Mahmud insistió, de forma inverosímil, en que únicamente pretendía recaudar fondos para una universidad politécnica que quería construir en Kabul, pero Bin Laden siguió instigándole para que fabricara una bomba nuclear para Al Qaeda, a lo cual se negó. Desde entonces, permanece bajo vigilancia paquistaní). En la reunión, Bin Laden le dijo a Mahmud que había adquirido material nuclear de Uzbekistán, pero que no tenía suficiente como para hacer una bomba nuclear. La noticia sobre esta reunión contribuyó a que el pánico se extendiera como un reguero de pólvora en la CIA en octubre de 2001 en torno a un informe, que más tarde se demostró que era falso, donde se mantenía que Al Qaeda había robado del arsenal nuclear de Rusia una bomba de 10 megatones. Al Zawahiri ha alardeado desde entonces de que Al Qaeda tiene armamento nuclear en su poder, pero es altamente improbable. Sí es posible que Pakistán, al liberar recientemente de arresto domiciliario al físico nuclear A. Q. Khan —quien vendía secretos nucleares a Corea del Norte, Irán y Libia— haya agravado el riesgo de proliferación nuclear, pero es difícil saber en qué medida.

Graham Allison, un politólogo de la Universidad de Harvard de cierto renombre, sostuvo en su libro 'Nuclear Terrorism' (editado en castellano como 'Terrorismo nuclear: una catástrofe evitable') que "es más probable que se dé un ataque terrorista nuclear contra Estados Unidos en la próxima década que lo contrario". Cuando salió la edición de bolsillo, añadió un epílogo asegurando que "la probabilidad, incluso el carácter inevitable de un ataque terrorista, salvo cambios en las políticas y prácticas actuales" había aumentado con respecto al año anterior. En 'World at Risk' (El mundo el peligro) —un informe sobre proliferación y terrorismo publicado en diciembre de 2008—, Allison y sus colegas miembros de un comité de expertos fijaron el límite de nuevo en 2013, ampliaron la ubicación a "algún lugar en el mundo" y abrieron el abanico armamentístico a agentes biológicos y químicos. Tales previsiones provocan que otros expertos en terrorismo pongan los ojos en blanco. John Mueller, otro politólogo del Estado de Ohio, quien considera que la percepción de amenaza terrorista es exagerada, se burló de Allison por predecir nada menos que allá por 1995 "actos de terrorismo nuclear contra objetivos norteamericanos antes de que esta década toque a su fin" (es decir, los años 90).

De hecho, el terrorismo nuclear no es tan probable. Mueller destaca que las bombas nucleares rusas tamaño maletín, que ocupan un lugar destacado en las reflexiones sobre bombas nucleares sueltas y manejables, fueron fabricadas en su totalidad antes de 1991 y dejaron de ser operativas tres años más tarde. Es extremadamente difícil hacerse con uranio enriquecido: en el transcurso de la última década, argumenta Mueller, tan sólo se ha sabido de la existencia de 10 ladrones. El material robado pesaba tan sólo unos siete kilos, lo cual ni se acerca a la cantidad necesaria para fabricar una bomba. Una vez que se adquiere el uranio, fabricar la bomba es sencillo en teoría (el activista antinuclear Howard Morland publicó en 1979 un famoso artículo en la revista 'The Progressive' sobre ello), pero bastante complicado en la práctica, razón por la que hacerse con armamento nuclear ha supuesto décadas de trabajo a países enteros, y únicamente se ha logrado en algunas ocasiones (transportar plutonio, otro material fisible, acarrea un riesgo tan elevado que los expertos en prevención de la proliferación apenas abordan la problemática en sus debates).

Hacer acopio del material necesario para crear una bomba biológica puede llegar a resultar en cierta forma más sencillo, pero llegar a crearla sería mucho más complicado, tal como lo atestigua el hecho de que dichas armas apenas se han desplegado, ni siquiera por parte de naciones, no ya de terroristas. En las contadas ocasiones en las que se han empleado, no han cumplido con las expectativas que se habían depositado en ellas como armas de destrucción masiva. John Parachini, de la Corporación RADN (acrónimo de los vocablos en inglés 'Research and Development', es decir, investigación y desarrollo respectivamente) testificó ante el Congreso de Estados Unidos en 2001 que "quizá del factor más disuasorio del uso de armas biológicas es que los terroristas saben que pueden infligir más estragos y muertes (y ya lo han hecho) con explosivos convencionales que con armamento no convencional". Este mismo argumento es extrapolable al caso de las armas químicas. En teoría, como apunta el periodista Gregg Easterbrook (citando un informe del Congreso de EEUU), en condiciones ideales una tonelada de gas neurotóxico GB tiene potencial para aniquilar hasta a 8.000 seres humanos. Sin embargo, es "altamente improbable" que un grupo terrorista pudiera llegar a adquirir tanto gas neurotóxico GB, dado que las condiciones ideales implican falta de sol y de viento, e incluso una ligera brisa podría reducir las víctimas a 800. Acabarían antes detonando una bomba convencional en la plaza de cualquier ciudad.

Por otra parte, antes del 11-S, ningún ingeniero de caminos especializado en estructuras que se preciase habría imaginado que fuese posible reducir a cenizas las torres del World Trade Center y a sus ocupantes estrellando dos aviones contra ellas. La amenaza de un ataque aun más destructivo que el 11-S es lo que dos analistas del riesgo califican de "baja probabilidad, alto riesgo". La probabilidad es remota; las consecuencias, devastadoras: posiblemente esto es lo que convierta esta perspectiva en una tentación tan desafiante para quienes sembraron la muerte del 11-S como lo fue para Ralph Ellison dar carpetazo a su segunda novela.



* Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.

Próximamente: 'La teoría del efecto flypaper', donde contemplaremos la posibilidad de que Al Qaeda esté demasiado entretenida matando a norteamericanos en Irak como para ocuparse de hacerlo en Estados Unidos.

(Traducción: Carola Paredes)

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