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El Salvador, 20 años después

  • El próximo domingo se celebran unas elecciones trascendentales en El Salvador
  • Hace dos décadas, el país ya se enfrentó a unas elecciones en un clima de violencia
Por GERVASIO SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 10-03-2009 09:05 CET

SAN SALVADOR (EL SALVADOR).-  El próximo domingo 15 de marzo se celebran unas elecciones trascendentales en El Salvador. Los 4,2 millones de salvadoreños mayores de 18 años podrán acudir a los colegios electorales para elegir al presidente que gobernará el país durante los próximos cinco años.

Las encuestas dan un empate técnico entre el candidato oficialista Rodrigo Ávila, del partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y Mauricio Funes, el candidato del izquierdista Frente Farabundo Marti para la Liberación Nacional (FMLN). Los indecisos serán más que nunca los que decidan el color del próximo Gobierno.

Aunque se han producido un centenar de incidentes violentos durante la campaña electoral que están siendo investigados por la Fiscalía General de la República, se puede decir que la tensión ha sido bastante menor de lo que se esperaba. Posiblemente, el hecho más grave se produjo el sábado cuando partidarios de Arena golpearon a varios periodistas salvadoreños a los que acusaron de simpatizar con el FMLN, la antigua guerrilla.

Hace 20 años, el domingo 19 de marzo de 1989, también hubo elecciones en El Salvador, ganadas por Alfredo Cristiani, de Arena. Desde entonces el partido derechista ha conseguido mantener el poder al triunfar en tres ocasiones más en las presidenciales de 1994, 1999 y 2004.

Aquella jornada electoral empezó violentamente. Recuerdo que al amanecer grupos de guerrilleros del FMLN intentaron penetrar en los barrios altos de San Salvador. Soldados regulares repelieron los ataques. Con varios compañeros conseguimos llegar en las primeras horas del día a la zona más violenta. Algunos soldados habían sido heridos en los enfrentamientos. El fuego cruzado era muy intenso. El Ejército mantuvo sus posiciones y los guerrilleros se retiraron a sus posiciones en el volcán San Salvador.

La guerrilla también atacó decenas de pueblos del interior con la clara intención de boicotear unas elecciones que se celebraban en plena guerra civil. El parte del día fue muy mortífero. Entre los muertos hubo tres periodistas. El salvadoreño Roberto Nava, fotógrafo de la agencia Reuters, recibió un disparo la víspera de la jornada electoral tras cruzar un puesto de control militar sin iluminar fuera de la base naval de Ilopango. El cámara holandés Cornel Lagrouw fue herido en un fuego cruzado entre guerrilleros y fuerzas gubernamentales. Murió camino del hospital cuando un avión ametralló el coche en que era evacuado, que llevaba el distintivo de prensa. El sonidista del canal 12 salvadoreño fue asesinado cuando un soldado abrió fuego contra una furgoneta claramente identificada.

Aquel año de 1989 fue uno de los más duros de El Salvador desde el principio de la guerra. La guerrilla lanzó en noviembre una gran ofensiva contra la capital que cogió desprevenida a las fuerzas armadas.

Durante los primeros días miles de guerrilleros, la mayoría muy jóvenes pero con gran experiencia bélica, ocuparon la mayor parte de los barrios populares y pusieron en jaque a los soldados gubernamentales.

Varios batallones de reacción inmediata y fuerzas especiales, formados por instructores estadounidenses, tuvieron que replegarse hasta la capital para evitar que el FMLN la tomase.

La madrugada del 16 de noviembre fueron asesinados seis jesuitas (cinco españoles) y dos mujeres (una madre y su hija) encargadas del servicio. Esa misma noche los máximos responsables del Ejército decidieron bombardear intensamente los barrios periféricos para expulsar a la guerrilla.

La ofensiva me pilló en Río de Janeiro cubriendo las elecciones presidenciales ganadas por el corrupto Fernando Collor de Mello. Eran las primeras elecciones de un candidato izquierdista del Partido de los Trabajadores, el actual presidente Lula da Silva.

Tenía planeado seguir mi viaje hasta Chile donde se iba a celebrar en diciembre las primeras elecciones pseudodemocráticas que expulsarían del poder al dictador Augusto Pinochet.

Pero la mañana del 16 de noviembre estaba revisando los teletipos que llegaban a la agencia EFE cuando apareció el urgente con la noticia del asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría y sus compañeros. Decidí regresar a El Salvador justo para asistir al entierro y darme de bruces con los combates que aún se producían en varios barrios de la capital.

El día después del entierro de los jesuitas me dirigí con otros tres compañeros fotógrafos y periodistas, entre los que estaba Julio Fuentes, asesinado en Afganistán en 2003, a Soyapango. Allí fotografiamos a unos soldados asestando varias puñaladas a los cuerpos de dos guerrilleros muertos y cortándoles las orejas. [Ver imagen superior]

El incidente llegó a los oídos de las Fuerzas Armadas. El jefe del Estado Mayor del Ejército, René Emilio Ponce, dijo en una rueda de prensa que estaban buscando a los soldados para darles una reprimenda y a los periodistas para convencerles de que no publicasen esas fotos. Por suerte conseguí hacer llegar las fotos a España y Diario 16 las publicó el sábado siguiente en la portada. Ese mismo día volé a Panamá y de allí regresé a Brasil para continuar mi viaje planificado. Algunos compañeros me aconsejaron que no me quedase en el país una vez publicadas las fotografías.

Coincidiendo con las elecciones de marzo de 1989 solicité un enésimo permiso al Ejército para viajar a las zonas controladas por la guerrilla. En ese caso la excusa fue entrevistar a una monja española que vivía allí.

El coronel que me atendió me preguntó por qué quería regresar a una zona tan conflictiva si ya había hecho una crónica muy simpática unos días antes. Y empezó a recordármela párrafo por párrafo mientras yo iba cambiando de color. Al acabar abrió un cajón y me enseñó todas las crónicas que había enviado a Heraldo de Aragón. Entonces utilizábamos el fax y, al parecer, los funcionarios de Correos estaban obligados a mandarlas a la dirección de prensa del Ejército.

Le pregunté qué podía pasar si escribía algo que no les gustase. Su respuesta fue sincera y gráfica: "Aténgase a las consecuencias". En aquel tiempo, las consecuencias tenían formas de listas de periodistas amenazados de muerte que manejaban los escuadrones de la muerte.

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