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Guatemala: linaje y racismo

Por GERVASIO SÁNCHEZ (SOITU.ES)
Actualizado 09-03-2009 08:45 CET

CIUDAD DE GUATEMALA.-  Guatemala: linaje y racismo es un extraordinario libro escrito por Marta Elena Casaús Arzú, publicado por primera vez en 1992 y reeditado en 2007. Todo guatemalteco debería leerlo para conocer quiénes han sido los constructores de su país y cómo piensan. De esta manera entenderían por qué Guatemala siempre ha estado encadenada a un reguero de sangre, violencia y explotación. Por las mismas razones todo español debería leerlo para conocer cómo actúan nuestros compatriotas cuando no existen luz y taquígrafos.

Antes de desgranar el magnifico libro quiero presentar a la autora, perteneciente a una de las redes familiares —los Arzú— que describe en el libro. Uno de sus miembros, Álvaro Arzú es hoy alcalde de la capital después de haber sido presidente de la República hace una década. Sin esa relación de la autora con la casta empresarial, este libro hubiese sido imposible. Además, Casaús Arzú es doctora en Ciencias Políticas y Sociología y profesora titular de Historia de América en la Universidad Autónoma de Madrid.

¿De qué va el libro? Es un completo estudio sobre las 22 familias más poderosas y la influencia que el racismo ha tenido en las estructuras de poder en Guatemala desde los tiempos de la Conquista. Estas familias, de las que cuatro proceden del grupo inicial de conquistadores, controlan en la actualidad la mayor parte de la industria, la agroexportación, las finanzas y el comercio. Además, la autora consiguió entrevistar a cien personas pertenecientes a estas familias.

El libro empieza explicando que las primeras encomiendas fueron repartidas entre los gobernadores y lugartenientes de Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala, y que las primeras mujeres españolas llegaron en 1539, por lo que durante 15 años los conquistadores tuvieron relaciones con indígenas, de las que nacieron las primeras generaciones de mestizos, que luego adquirirían el estatus de criollos.

Alvarado vendió a estas primeras mujeres ("buena mercadería que no se me quedará en la tienda", escribió) a sus correligionarios y recibió altas dotes por ellas. Entre 1577 y 1769, sólo se produjeron 49 matrimonios entre españoles e indígenas y nueve con negros libres. Las familias españolas se casaron entre ellas para acumular riquezas y también para preservar 'la pureza de sangre'.

Las familias vascas más poderosas han llegado hasta nuestros días sin mezclarse. Siglos de pureza y linaje. Certificados de limpieza sanguínea. Algunos encuestados aseguran que "no tienen una sola gota de sangre indígena" y aducen el grupo sanguíneo O negativo, característica racial vasca, como prueba.

La autora muestra un informe escrito en 1810 que describe al mestizo "como menos útil por su innata flojera y abandono". En otro documento de 1820 se dice lo siguiente: "El mestizo vive en la oscuridad, sumergido en una vergonzosa ignorancia. Su género de vida excita al desprecio de muchos; su falta de luces le aleja de la compañía de otros".

En las encuestas realizadas para este libro los comentarios sobre los indígenas son similares. Un joven de 30 años describe sus sentimientos después de visitar España: "Cada vez me identifico más con ella porque todo es blanco; sus pueblos son blancos, su gente blanca, huelen a blanco y no a carbón y leña como nuestros pueblos de indios".

Un abogado y miembro de la Real Academia de España reflexiona: "La vida de un sujeto está programada por sus genes, que determinan su conducta y desarrollo. La transmisión genética de los indios es de una raza inferior. Los genes de la raza blanca son superiores y esa raza superior produjo grandes inventos y artistas, la otra no ha creado nada".

La autora afirma que el estereotipo del indio de la oligarquía actual no difiere mucho de aquél que se formó durante la Colonia. Los indios se siguen viendo como haraganes, perezosos y perversos. La mitad de los encuestados consideran que los españoles vencieron a los indígenas durante la Conquista porque estos pertenecían a una raza inferior.

El grupo más intolerante habla sin tapujos de la necesidad de exterminar a los indígenas. Uno dice: "Hubiera sido mejor exterminar al indio, esto habría producido una civilización superior. No exterminarlo fue un grave error y ahora lo estamos pagando".

Un joven de 26 años opina: "Integrarlos no sería la solución, tampoco repartirles tierras, ni darles dinero, ni siquiera educarlos merece la pena. En el fondo yo soy un reaccionario, porque algunas veces me dan ganas de exterminar a todos los indígenas del altiplano".

Un empresario piensa que "la única solución para esa gente sería una dictadura férrea, un Mussolini o un Hitler que les obligara a trabajar y a educarse, o los exterminara a todos".

Otro, un ingeniero civil, agricultor e industrial, aporta su propia estrategia ciertamente menos sangrienta: "La única solución para Guatemala es traer sementales arios para mejorar la raza. Yo tuve en mi finca durante muchos años a un administrador alemán, y por cada india que preñaba, le pagaba extra 50 dólares".

Los encuestados sólo se vuelven humanos a la hora de hacer contratos laborales. El 60% contrataría a un indígena antes que a trabajadores de otras razas porque "son más obedientes, fieles, sumisos, no causan problemas" o porque "trabajan más y se les paga menos".

Un estudiante de 19 años responde: "Siempre contrataría a indígenas porque se les puede exigir más, trabajan más, no protestan y la ley no los protege". Y remata: "Se les debe pagar menos porque son seres inferiores". Otro joven de 18 años va por el mismo camino: "No se les puede pagar más porque son ignorantes y no entienden lo que son las utilidades y cuando vienen las pérdidas no ganan y se encabronan".

Las conclusiones del libro son demoledoras. La autora asegura que el racismo "es un elemento histórico-estructural que se inicia con la conquista y la colonización, se inserta en la estructura de la clase dominante y pervive hasta nuestros días". Dice que "el prejuicio étnico-racial es a la vez un prejuicio de clase que a lo largo de la historia va configurando el imaginario racista del guatemalteco".

El racismo ha estado y está estrechamente vinculado a la opresión, explotación, represión y humillación del pueblo indígena y "ha servido también de factor de desestabilización social y de división entre las clases subalternas, al plantear el divorcio entre indígenas y ladinos como algo inherente a la naturaleza humana, o como un elemento de origen divino o genético, generando de este modo una sobrevaloración del ladino frente al indígena".

Con el indispensable libro de la profesora Casaús Arzú se entiende mejor la violencia cegadora que ha marcado las últimas décadas de Guatemala. La clase dirigente de este país ha promocionado el genocidio de los indígenas y ha utilizado a los aparatos represivos del Estado, repletos de mestizos y ladinos de la cabeza hasta los pies, para llevar a cabo una despiadada persecución.

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