La producción de las piscifactorías prácticamente ya satisface la mitad del consumo humano de pescado en todo el mundo. Lo ha revelado el último informe de la FAO sobre el estado de la pesca. En algunos países en particular, el explosivo crecimiento de la acuicultura está compensando la caída de los volúmenes de capturas.
Las capturas se situaron en 92 millones de toneladas métricas en 2006 (los últimos datos disponibles), más o menos lo mismo que en años anteriores. Y la acuicultura aportó 51,7 millones. En total, 143,6 millones de toneladas, de los cuales 110,4 fueron destinados al consumo humano y el resto a piensos animales. El negocio del pescado ocupa directamente a 43,5 millones de personas, de las cuales el 86% viven en Asia.
Más números: el cultivo de peces ha venido creciendo a razón de 6,9% anualmente. A este paso no tardará en compensar las caídas en las capturas por la sobreexplotación de algunas pesquerías, prevé la FAO. Esta perspectiva es un hecho en China. La potencia oriental pescó 17 millones de toneladas de peces y produjo 34,4 millones (lo que representa aproximadamente el 66% de la producción piscícola mundial).
La FAO ha llamado a redoblar la expansión de la acuicultura, el modo de duplicar su producción y compensar la previsible caída de los caladeros. Entre las especies más explotadas figuran la anchoveta, el atún listado y el abadejo de Alaska (y tanto que el año pasado las autoridades estadounidenses tuvieron que imponer un parón biológico).
De lo principales caladeros supervisados por la FAO , el 19% se encuentra sobreexplotado, el 8% está agotado, y el 1% se halla en proceso de recuperación. El 52% restante (los del Atlántico Norte, el Pacífico Noroccidental y el Índico Occidental), se aproxima al límite de su sostenibilidad.
Un capítulo aparte merecen las prácticas insostenibles de la industria pesquera. En el Atlántico Norte, señala el informe, las flotas europeas han violado sistemáticamente las cuotas fijadas del atún rojo. Por no hablar del despilfarro puro y duro: sólo la pesca de langostinos genera al año 1,8 millones de toneladas de tortugas, bacalaos, corvina, caballa y otras especies, que se arrojan por la borda por no interesar a los pescadores.
El cambio climático promete complicar el panorama. Ya se notan alteraciones en la distribución de las especies marinas y de agua dulce. La subida de la temperatura empuja algunas hacia los polos, lo cual redunda en cambios de tamaño y productividad. Igualmente se ve afectada la estacionalidad de los procesos biológicos, con un impacto en la cadena alimenticia de consecuencias impredecibles para la producción piscícola.
La propuesta de la FAO no cayó bien en algunos sectores. Se acusa a la organización de la ONU de ignorar los costos ambientales de la acuicultura. Aparte de su impacto en la contaminación de costas, las piscifactorías se tragan cantidades enormes de peces pequeños (anguilas, sardinas, anchoas, krill). Advierte Greenpeace que por cada kilo de carne de salmón producida de esa manera, se necesitan de cuatro a cinco kilos de alimentos, de modo tal que la presunta solución a la crisis de las pesquerías se convierte, nunca mejor dicho, en la pescadilla que se muerde la cola.
Los ecologistas preconizan la cría de peces no carnívoros (carpa o tilapia), aunque no sean los que más gustan a los occidentales. Defienden una piscicultura sostenible, llevada a cabo en explotaciones pequeñas, equipadas con circuitos cerrados que no contaminen el exterior y ahorren energía y agua (en Inglaterra la piscicultura hoy consume más agua que la agricultura).
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