El otro día, durante el transcurso de una clase, un alumno avispado me interpeló bastante airado: "Le he pillao. Se contradice. Mientras aquí nos cuenta las bondades de Koolhaas, le pone a caldo en Soitu". Aunque no sea éste el caso, como más adelante intentaré explicar, es curiosa la mala prensa que sigue teniendo la contradicción. A pesar de aceptar a regañadientes que vivimos tiempos cambiantes e híbridos, seguimos sin asumir las contradicciones que esta situación necesariamente conlleva. Por inercia, vagancia o simple estupidez, preferimos seguir arrastrándonos hacia el estéril espejismo de la coherencia suprema.
Pero vamos con el OMA. Para los que no son del gremio o simplemente son muy jóvenes, diré que la aparición de Koolhaas en el firmamento arquitectónico, allá por los años 80, supuso para muchos (entre los que me incluyo) algo así como la aparición de Maradona en el fútbol. Sobrevolando tendencias y corrientes, el holandés presentó una manera distinta de concebir, comunicar y construir lo arquitectónico. La importancia e influencia de sus planteamientos le colocaron con rapidez y justicia muy cerca de la inalcanzable pareja Wright-Le Corbusier que han marcado la totalidad del siglo XX arquitectónico (al igual que Maradona completó la terna mágica con Pelé y Di Stéfano. Sigo pensando que los magníficos Cruyff y Zidane son otra cosa).
Hace cuatro o cinco años, en el transcurso de las deliberaciones de un tribunal de fin de carrera, un conocido arquitecto le comentó a mi hermana que Koolhaas no era un gran arquitecto; que era un inteligentísimo observador de la sociedad contemporánea, pero que, como arquitecto, le parecía bastante mediocre. Sorprendente afirmación, que no hace sino confirmar la enorme dificultad con la que nos encontramos para definir el papel y el trabajo del arquitecto en la actualidad.
Habrá quien tenga otra opinión, pero yo entiendo que lo estrictamente arquitectónico reside en el complejo mecanismo que traduce ideas o intenciones de cualquier tipo a estructuras espaciales habitables (reales o virtuales, construidas o dibujadas, pero definitivamente concretas). Con esto quiero decir que la calidad de la arquitectura no debe medirse ni por las intenciones que la desencadenan, ni por la resolución formal y, mucho menos, constructiva, que la configura finalmente, sino por la adecuación de lo uno a lo otro (o al revés, que también se puede). La sostenibilidad, el diálogo con el entorno o la funcionalidad (sea cual sea el significado de estas crípticas expresiones) no son valores arquitectónicos. Sí lo es, en cambio, la forma de obtenerlos. De igual modo, ni la utilización de unos recursos plásticos determinados, ni la exquisita resolución constructiva, garantizan la obtención de buena arquitectura. Lo harán, en la medida en que sean los idóneos para dar forma a los objetivos del proyecto.
Este es posiblemente el principal mérito del viejo OMA: colocar el problema de la arquitectura en su sitio exacto. Ideas brillantes, alejadas de la convención, no por capricho o deseo de novedad, sino fruto de un análisis riguroso en el que nada se da por supuesto, se materializan en unas estructuras formales y, después, constructivas, cuya única vocación es traducir de la manera más directa posible las ideas que las impulsaron. Lógicamente, ideas no convencionales conllevan formas no convencionales y resoluciones constructivas tampoco habituales. Sin aburridos y demasiado comunes intentos de dar 'gato por liebre' o 'liebre por gato', como afirmaba el ilustre Alejandro de la Sota.
Hablé aquí mismo hace unos meses de la Casa de Burdeos. Allí Koolhaas consigue mediante complejas manipulaciones formales que la casa flote en torno a la silla de ruedas del propietario. En Seattle redefine el programa de una biblioteca pública para hacerla atractiva, continua y accesible al público general, rentabilizando al máximo el espacio de almacenamiento de libros. En su propuesta del Parque de la Villete de París sistematizó la estrategia de superposición de tramas para acercar la posibilidad de crear ex novo un espacio público urbano complejo y rico que responda a la ingente cantidad de variables de la sociedad contemporánea. En el Educatorium de Utrech resuelve mediante la utilización del plano inclinado el difícil y antieconómico equilibrio entre los espacios de estancia y los de circulación en los grandes edificios públicos. En Oporto, en Córdoba… En fin. Un monstruo. Decenas de propuestas en las que un inteligente análisis de la situación concreta, desprovisto de prejuicios y lugares comunes, ha servido de soporte a una materialización formal, igualmente singular y alejada de cobardes convencionalismos, que han abierto innumerables vías para acercarnos al auténtico papel de la arquitectura.
Entonces, ¿qué ha pasado con sus propuestas de estos últimos años fundamentalmente para el lejano y medio Oriente? ¿Por qué no tiene ni la fuerza ni la densidad de sus proyectos anteriores? ¿Cuál es el motivo por el que se diluyen dentro del magma de imágenes estrafalarias que nos llegan a diario? Dos posibles respuestas simplonas y una tercera que, creo yo, es más verdadera:
* Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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